Los puntos sobre las íes
Todos somos Elías Bendodo
La suavidad de la cúpula socialista con Rubiales es calcadita a la de Fiscalía General, tan callada
Uno de los momentos más emotivos de mi vida lo viví un lunes de mayo de 1998 al visitar por primera vez Yad Vashem, el centro de recuerdo a las víctimas del Holocausto, situado en un bellísimo pinar en esas montañas de Judea de resonancias bíblicas. Me sobrecogió el silencio, total y absoluto, nadie osaba proferir una sola palabra en voz alta, ni siquiera cuchichear. Impacta ver inscritas en la Sala de los Nombres las identidades de todos y cada uno de los 6 millones de judíos masacrados por el nazismo. Pero lo que permanecerá indeleble en mi memoria y en la de mis compañeros de viaje, viaje oficial de la Comunidad de Madrid de Gallardón, fue el instante en el que nos plantamos ante esa llama eterna que recuerda a los hijos de Yahvé víctimas de las cámaras de gas y de los distintos pogromos perpetrados por toda Europa. En Yad Vashem te percatas de la verdadera dimensión del genocidio cometido por ese hijo de Satanás que fue Hitler. Resulta inconcebible que una mente humana pudiera llevar a cabo semejante atrocidad, más propia del medievo o incluso de la Prehistoria que de un siglo XX en el que se imponían las democracias y que llegaba 111 años después de esa Revolución Francesa que es la madre de todas las libertades. Mis visitas a Yad Vashem se han repetido y he de decir que mi consternación es clónica a la que experimenté aquella primavera. Pero para ser sensible con la tragedia del pueblo judío no hace falta acudir al centro de recuerdo de la Shoah, basta con atesorar un alma limpia y haber leído un poco. Por eso solo cabe calificar de malnacida a Amparo Rubiales, la histórica dirigente socialista sevillana, que el miércoles tildó al judío Elías Bendodo de «judío nazi». Así reaccionaba la presidenta del PSOE de Sevilla a un tuit del número 3 de la formación de Génova 13 en el que llamaba «tramposo» a un Pedro Sánchez que es un tramposo. Vamos, que lo del político malagueño no fue un insulto sino una descripción del presidente del Gobierno, por no decir una perogrullada. Sea como fuere, nada fuera de lo normal en los usos políticos. La septuagenaria, integrante del núcleo duro del felipismo, se pasó veintisiete pueblos. Esto es como si metes una paliza de muerte a un ciudadano que te acaba de espetar por la calle que eres un «jeta». Una reacción desproporcionada y en el caso que nos ocupa, un más que presunto delito de odio, un acto racista y antisemita intolerable. En fin, que tres o cuatro artículos del Código Penal encajan con la conducta de esta émula de ese Jean-Marie Le Pen que negaba la existencia de las cámaras de gas. Tildar de «nazi» a una persona que, como cualquier judío, tiene entre sus ascendientes protagonistas pasivos del Holocausto constituye un acto de maldad nivel dios. El PSOE se ha desmarcado de esta indeseable apartándola de la Presidencia del partido en la provincia, pero lo ha hecho a medias porque no la ha expulsado. Máxime cuando volvió a las andadas con una marcha atrás tanto más repugnante: «Rectifico, no es un judío nazi, es un nazi». La suavidad de la cúpula socialista con Rubiales es calcadita a la de una Fiscalía General que ha dado la callada por respuesta, cuando lo normal es que hubiera abierto ya diligencias de oficio. Pasar por alto estas salvajadas u olvidarlas nos condena a que, antes o después, se repitan. Impunidad cero con el antisemitismo. Todos somos, o debemos ser, Elías Bendodo.
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