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El bisturí

Los últimos estertores del sanchismo

Hagan lo que hagan, lo cierto es que el estado de salud del Gabinete empeora a pasos agigantados

El Gobierno de Sánchez se asemeja cada vez más a un Miura en el lance de recibir la última estocada. A medida que se acerca su final definitivo, intenta instintivamente defenderse, realiza extraños movimientos, da bocanadas con la boca abierta y emite ruidos que se asemejan a chasquidos o burbujeos. Al igual que ocurre con los toros, los estertores del Ejecutivo socialcomunista son más pronunciados a medida que el adiós definitivo se aproxima. Si fuera por el presidente, este final se produciría al agotarse la legislatura, porque Moncloa le procura una protección especial contra el aluvión judicial y policial que se ha echado encima de su entorno más cercano, pero es posible que ese aluvión precisamente lo precipite o que Sánchez decida programarlo antes, acelerarlo, ante el temor de que, quemados por la corrupción cercana, sus propios socios le apliquen antes el descabello como ya hicieron con Mariano Rajoy, o si confía en renacer de nuevo de esa eutanasia con fuero y marcha atrás tras unos nuevos comicios, si las condiciones para ello, convenientemente edulcoradas, son las idóneas. Hagan lo que hagan, tanto él como sus compañeros de este extraño viaje hacia ninguna parte, lo cierto es que el estado de salud del Gabinete empeora a pasos agigantados y, con ello, los tics y los aspavientos, los nervios y las estratagemas de supervivencia. Dichas estratagemas para aplazar lo inaplazable, para aguantar el máximo tiempo posible la respiración debajo del agua, pasan por la hiperregulación del máximo de asuntos que se pueda y por bombardear a la opinión pública con continuas bombas de humo, con el objetivo de hacer creer que se legisla y de crear una corriente de opinión favorable y manejable cuando la ocasión lo requiera. Observen la balumba de proyectos de leyes, decretos, reglamentaciones, planes y estrategias que emanan de todos los ministerios, especialmente de los gobernados por la izquierda más radical, para percatarse de ese objetivo de hacer ver que se trabaja por el bien de la ciudadanía y los sectores afectados, cuando en realidad pocas o ninguna de esas normas y directrices verá la luz. Es la estrategia de tener a todo el mundo entretenido con preocupaciones y debates estériles, hábilmente amplificados por tertulianos afines y por los medios adictos al régimen. Se trata, en definitiva, de hacer como que se hace cuando en realidad no se hace nada. La otra estratagema, complementaria de la anterior, pasa por copar el espacio público con ideas a las que nadie puede oponerse, tratar de abanderarlas y cargar al rival con la culpa de estar en contra de las mismas para dejarle en mal lugar. Desde el verano a esta parte, Moncloa ha puesto hábilmente en juego el cacareado Pacto de Estado contra el Cambio Climático, la lucha contra el pernicioso humo del tabaco para la salud, la reducción de la jornada laboral en medio de una inquietante merma de los salarios, y Gaza, Israel y la famosa flotilla, con el agravante en este último punto de que todo aquel que no utilice el término «genocidio» es tachado poco más o menos que de nazi, trampa semántica esta en la que varios dirigentes populares han caído bisoños. A medida que se acerque el periodo electoral, el Gobierno volverá a sacar a la palestra los clichés de la privatización sanitaria y los recortes del PP, con problemas, pancartas y manifestaciones, como en contiendas pasadas. Son los últimos coletazos del sanchismo.