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Vengativos

«Los rencorosos crónicos suelen verse acometidos de ansias de venganza por casi todo, pues su corazón es pequeño»

Antes de que surgieran los sistemas de Justicia, la venganza era la única fuente de resarcimiento que, por supuesto, no buscaba tanto la reparación como dar cumplida cuenta de una elemental ira, y devolver el daño recibido. La venganza es la expresión más primaria de una cierta idea pedestre y grosera de justicia. Desde que los sistemas legales aplican un castigo institucional a los delitos, se supone que las personas particulares no deberían tomarse la venganza por su mano, sino delegar ese trabajo punitivo en los tribunales de justicia, que presumimos «justos». Pero la venganza no solo tiene que ver con agravios delictivos. Hay individuos de naturaleza vengativa que hacen lo posible por cobrarse los más mínimos desaires y «hacérselo pagar» a quienes consideran que se han atrevido a menospreciarlos.

El carácter vengativo es indicio, por lo común, de una personalidad baja y ruin. El sujeto vengativo no es alguien sofisticado, o bien educado, de espíritu refinado, sino todo lo contrario. Cuanto más miserable sea su ánimo, más deseos de venganza albergará en él. Por eso, los malos de las películas baratas suelen vivir acuciados por una indigna necesidad de venganza. Son esos figurantes convencidos de que «la venganza es dulce y se sirve fría». Su deseo de venganza es, en realidad, una muestra de su debilidad, de su falta de grandeza, de modo que no soportan ninguna supuesta injuria y, en cuanto pueden, se vengan con crueldad.

El refrán sabio, como todo el refranero, asegura que «No ofende quien quiere, sino quien puede». Seguramente, el dicho se le ocurrió a alguien que poseía la altura moral suficiente como para no darse por enterado siquiera de las supuestas ofensas que sus enemigos desearan endosarle. No todo el mundo está tan sobrado de espíritu: los rencorosos crónicos suelen verse acometidos de ansias de venganza por casi todo, pues su corazón es pequeño, vive encogido de agravios porque ni siquiera cree en sí mismo.

Dicen que el emperador Adriano se encontró un día con un hombre que le había insultado cuando todavía no era poderoso. El tipo tembló ante su presencia, temiendo la venganza de Adriano quien, sin embargo, le dijo: «Acércate. No tienes nada que temer de mí, ¿no ves que soy un emperador…?».