
Anuario V de Viernes
Verdes sí, pero no así
Las políticas maximalistas del integrismo-eco se han impuesto en los despachos de Madrid y Bruselas, ocasionando un daño irreparable a sectores básicos
Ahora viene un grupo de presuntos militantes verdes a darnos lecciones de ecología a quienes llevamos décadas en la lucha por el respeto a la naturaleza. Tales individuos, generalmente militantes de la secta soriana en materia climática, no saben casi nada ni del campo ni de los mares ni de la naturaleza en general. Apenas se han aprendido el estribillo de la “emergencia climática” y lo repiten cual papagayos en foros internacionales generalmente subvencionados, a los que asisten los dirigentes mundiales haciendo gala del uso abusivo de aviones privados más que contaminantes. Son los seguidores de las políticas suicidas de la vice-presidenta europea Teresa Rivera, colocada donde está por la poderosa Agenda Mundial, cuya sucursal de Bruselas sirve con entusiasmo los designios de las instituciones globalistas ancladas en la ONU. Doña Teresa, como Von der Leyen, Sánchez, Macron, Rutte, Kamala o Trudeau, no tienen más ideas que las que les trasladan sus patrocinadores del Nuevo Orden Mundial (NOM). Que curiosamente defienden en todo el orbe las mismas políticas: en lo social, fronteras abiertas a una inmigración que garantice sociedades multiculturales sin ataduras nacionales; en lo familiar, wokismo queer LGTBI, aborto libre, eutanasia gratuita y transexualidad sin géneros ni límite; en lo económico, países endeudados y esclavizados por las instituciones globales y los grandes fondos prestamistas; en agricultura, hostigamiento al consumo de carne para imponer la carne artificial, la alimentación procesada y basada en insectos, perjudicando a los pequeños agricultores en favor de las mega-corporaciones; en la energía, llenar los campos de huertos fotovoltaicos y aerogeneradores, arrancando olivos o eliminando cultivos esenciales; en el medio ambiente, políticas de persecución extendiendo el miedo al otrora efecto invernadero, transformado sucesivamente en calentamiento global, primero, cambio climático, después, y emergencia climática, finalmente.
El alarmismo climático persigue convencer a la ciudadanía sobre la necesidad de tomar medidas drásticas y excepcionales para, bajo la excusa de que el planeta va a eclosionar, dar rienda suelta a la geoingeniería auspiciada por personajes como Bill Gates, que proponen llenar los desiertos de espejos reflectantes, oscurecer la tierra con partículas de azufre para tapar el sol o cambiar el clima de manera artificial para que llueva o haga calor o frío al gusto de cada gobernante.
Tales políticas, en muchos casos absolutamente disparatadas y suicidas, son las que intenta imponer a largo plazo la Agenda Verde de Bruselas, desatendiendo las quejas del campo, la pesca, el turismo rural, la automoción, la aviación o tantos otros sectores afectados. Se confunde la más que necesaria y justificada lucha contra las emisiones contaminantes, que existen de verdad y han de ser eliminadas y corregidas, con una suerte de alarmismo climatológico que ampara medidas generalmente impuestas sin consenso ni diálogo con los afectados. En lugar de convencer, se opta por someter en nombre de una “emergencia climática” que todo lo justifica.
Y en esas estamos, si bien el fondo de la Agenda Global es otro muy distinto: esclavizar a la sociedad, idiotizándola a través de tecnologías y redes que cultivan lo superfluo; suprimir el dinero físico, implantando el dinero digital; extender los pasaportes sanitarios, para obligar a terapias globales impuestas por la OMS; o decirnos qué debemos comer, beber o consumir, coartando la voluntad individual mediante medidas que recortan la libertad de expresión y el derecho a la información. Todo en nombre de una sacrosanta lucha contra la desinformación, que esconde en realidad un afán de control social y eliminación de cualquier tipo de disidencia. Algo parecido a lo que ocurre en China o sucedió en la Unión Soviética, pero revestido de rituales de apariencia democrática, que ocultan generalmente intereses inconfesados.
El resultado es lo que comentaba no hace mucho con resignación el gran Albert Boadella: una censura real más peligrosa que la censura de Franco, pues se transmite a través de redes y medios etiquetando de conspiradores, negacionistas, ultraderechistas, terraplanistas, trumpistas, antivacunas o putinistas a cuantos se atreven a criticar la verdad única y revelada por los ideólogos del gobierno mundial y sus espadachines, se llamen Sánchez/ Macron/ Rutte/ Trudeau, o como se llamen.
Un escenario perverso, que consagra la toma de decisiones al margen de los ciudadanos, presentando como políticas verdes lo que en realidad es puro “green-washing” y una sostenibilidad tan prostituida como sectarizada, que daña la imagen de la ecología verdadera y el auténtico desarrollo sostenible al que la sociedades y los ciudadanos debemos aspirar.
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