Religion

La losa removida

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid

Christian Díaz Yepes

Esta es la noche de la que estaba escrito: «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo.» Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos… Himno pascual del Exsultet

Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo, hemos cantado esta noche pascual. Canto discreto este año, sin coros resonando en nuestras iglesias, pero entonado desde corazones esperanzados que anuncian que Cristo vence las tinieblas de la muerte y el miedo. Noche dichosa que rompió el silencio del sepulcro con este anuncio vivo y veraz.

La losa del sepulcro ha amanecido removida para que Cristo saliera del seno de la tierra. Porque así como el hombre mortal un día fue formado de esa tierra, ahora el hombre eterno debía transformarla a ella. Así como en la noche primordial el Verbo divino hizo brillar la luz del universo, hoy su gloria ha brillado tierra adentro. Porque sí, Dios puede entrar hasta nuestros encierros más profundos para transformarlos y abrirlos a su luz. Él entra hoy a nuestro confinamiento y nos tiende su mano llagada y gloriosa. Nos dice que nuestra noche social puede ser también noche pascual; que el dolor y la muerte de tantos en estos días merece abrirse a una esperanza mayor.

Ve cavando y excavando en tu profundidad, removiendo las viejas rémoras y descubriendo los destellos de luz que Dios te va mostrando. Las circunstancias que atravesamos te pueden formar, pero mejor aún es que te puedan trans-formar para que emerjas como persona renovada, lanzada hacia lo eterno. Esa renovación que comenzó en nuestro bautismo, que hemos renovado esta noche. Allí el fuego divino se encendió en ti, el agua te purificó y Dios te dijo: “tú eres mi hijo amado, en ti me complazco” (Lucas 3, 22). Entonces responde hoy, en este hoy que nos sitúa en el vértice del hoy eterno: ¡Sí, creo! ¡Sí, quiero! Creo que lo has hecho una vez para siempre, Señor, y quiero que alcance hasta este momento de mi vida. Que mi encierro se convierta en apertura hacia la vida, que mi aislamiento dé paso a un nuevo encuentro con los demás, en quienes quiero reconocer tu rostro resucitado.

Anoche hemos renovado las promesas que nuestros padres hicieron por nosotros cuando nos bautizaron. Hoy puedes hacerlo tú en primera persona, diciéndole que lo aceptas como tu Padre que te ama, como tu Salvador que te redime y como el Espíritu que te santifica. Remueve las losas del pecado y la vida sin Dios renunciando a todo lo que se opone a Él. Lo hacemos con las mismas renuncias de la noche pascual:

¿Renunciáis a Satanás, esto es:

al pecado como negación de Dios;

al mal como signo del pecado en el mundo;

al error, como ofuscación de la verdad;

a la violencia, como contraria a la caridad,

al egoísmo como falta de testimonio del amor?

Sí, renuncio.

¿Renunciáis a sus obras, que son:

vuestras envidias y odios;

vuestras perezas e indiferencias;

vuestras cobardías y complejos;

vuestras tristezas y desconfianzas;

vuestras injusticias y favoritismos;

vuestras faltas de fe, de esperanza y de caridad?

Sí, renuncio.

¿Renunciáis a todas vuestras seducciones, como pueden ser:

creeros los mejores, únicos y poseedores de la verdad,

creeros que ya estáis convertidos del todo,

y perderos en las cosas

(medios, instituciones, reglamentos)

en lugar de ir a Dios?

Sí, renuncio.

¡Amén!