Opinión

El tiempo de una muerte

De la obra “Proceso a un inocente. ¿Fue legal el juicio a Jesús?”.

Alboreó el jueves, primer día de los ázimos, que era cuando inmolaban la Pascua y, en tal día, debían proveerse los preparativos necesarios para la celebración de mencionado y solemne rito y por el cual habrían de permanecer aquella noche en Jerusalén. Realizados durante aquellas primeras horas los preparativos esa misma noche se celebró la Cena esperada. Pero aquí surge un controvertida cuestión cronológica que afecta tanto al día de la Última Cena como al sucesivo en que aconteció la muerte de Jesús y la cuestión consiste en saber qué días fueron aquellos en que sucedieron los hechos que nos ocupan. Respecto al día de la semana no hay duda alguna, ya que, tanto los Evangelios sinópticos como Juan, sitúan la Última Cena en el jueves y la muerte de Jesús en el viernes siguiente. La divergencia radica en la ubicación de estos dos días en el mes de Nisán, porque, según los sinópticos parece desprenderse, que el jueves de la Última Cena fue el 14 de Nisán y, por lo tanto, el viernes de la muerte el 15, mientras que Juan parece apuntar que el jueves era el 13 de Nisán y el viernes el 14 respectivamente. En esta antigua e intricada cuestión, los recientes estudios sobre los antiguos documentos rabínicos han abierto una nueva senda. El año en que Jesús murió, la Pascua se situaba regularmente en viernes. Por ello, los saduceos, conforme a su norma, atrasaron el calendario en un día para obtener que la ofrenda de las espigas fuese en domingo. Los fariseos, sin embargo, se atenían al calendario regular, rechazando el día de atraso de los saduceos y realizando el sábado la ofrenda de las espigas. En este sentido, Juan concuerda con el calendario mensual de los saduceos y en cambio los sinópticos concuerdan con el de los fariseos. La Última Cena de Jesús fue, pues, sin duda, la Cena del cordero y se celebró el jueves a la vez que la de los fariseos y la mayoría del pueblo, que consideraban aquel jueves como el 14 de Nisán y el siguiente viernes como el 15 ó día de la Pascua. Pero en el Sanedrín que procesó y enjuició a Jesús predominaban los saduceos, quienes consideraban aquel jueves como el 13 de Nisán y, en su consecuencia, retrasaban la Cena del cordero hasta el viernes siguiente y la Pascua al sábado. Así se comprende que el viernes de la muerte de Jesús muchos observasen el reposo y descanso festivo, aunque en aquel día cayera la Pascua. Era Pascua para los fariseos, pero no para muchos otros que por una razón cualquiera seguían el cómputo de los saduceos. En conclusión, los sinópticos se refieren al calendario mensual seguido por Jesús de acuerdo con los fariseos, aunque aludiendo claramente al desacuerdo de otros. En cambio, Juan se refiere al calendario seguido por los saduceos miembros del Sanedrín, si bien dando ya por sabido que el calendario seguido por Jesús era diferente. Por otra parte, añadir a este aspecto que en el mes de diciembre de 1983, dos científicos de la Universidad de Oxford, Colin J. Humphreys y W. G. Waddington, presentaron un estudio publicado en la revista Nature sobre los datos astronómicos que pudieron determinar con gran precisión el día y año de la crucifixión y muerte de Jesús. En el periodo en que Poncio Pilatos fue Procurador de Judea, durante los años 26 al 36 de nuestra era y en el año XV de Tiberio, el 14 de Nisán aconteció en viernes los años 30 (7 de abril) y 33 (3 de abril). En ambos casos la crucifixión ocurre el día antes de la Pascua y antes del sábado. La Última Cena no fue una comida pascual celebrada en la fecha oficial y Jesús murió en la cruz mientras los corderos pascuales eran sacrificados en la tarde del 14 de Nisán. Pero los científicos añaden un dato más que refuerza todos los argumentos que apuntan al 3 de abril del año 33 como la única fecha aceptable. Dado el sentido sobrenatural que los fenómenos astronómicos tenían en la concepción del cosmos, es plausible que el ciudadano interpretase como especialmente significativo cualquier aspecto inusitado del Sol o la Luna en el día de la crucifixión. Según la narración del primer Evangelio (Mateo 27,45) mientras Jesús moría en la cruz hubo un periodo de tres horas de oscuridad, “más desde la hora sexta hasta la hora nona quedó toda la tierra cubierta de tinieblas”. Si aceptamos como posible que se cumplió la profecía, referente a que “el Sol se convertirá en tinieblas y la Luna en sangre antes de la llegada de aquel grande y espantoso día del Señor” (Joel 3,4), podemos atribuirlo a un fenómeno muy conocido de los eclipses lunares: la parte de la Luna inmersa en la sombra de la Tierra adquiere frecuentemente un color rojo por recibir luz refractada por la atmósfera terrestre, con características semejantes a la luz del amanecer o de la puesta de Sol. Y es entonces de una exactitud sorprendente, porque el 4 de Nisán del año 33, el 3 de abril de nuestro calendario, hubo un eclipse parcial de Luna visible en Jerusalén exactamente al salir la Luna mientras se ponía el Sol. Solamente en el año 33 se dió esta coincidencia, de que el 14 de Nisán la Luna pascual apareciese eclipsada al observar su salida en Jerusalén, con un 20% de su disco de color rojizo. El eclipse se terminó media hora después, a las 18.50 horas aproximadamente de la tarde dejando la Luna llena en todo el esplendor que marca la Pascua. Por último, como la fecha del nacimiento de Jesús es varios años anterior al comienzo de la era cristiana, por error de cálculo al establecer el momento correspondiente en el calendario romano, es necesario añadir unos cuatro años más a la edad de Jesús en el momento de su muerte, por lo que tendría unos treinta y siete años de edad en dicho instante. A lo anterior debe añadirse un reciente estudio geológico que vendría a confirmar aún más si cabe la datación del primer relato evangélico sobre la muerte de Jesús: “Y al momento el velo del Templo se rasgó en dos partes de arriba abajo y la tierra tembló, y se partieron las piedras. Y los sepulcros se abrieron y los cuerpos de muchos santos que habían muerto resucitaron” (Mateo 27, 51-52). Este es el pasaje evangélico que la Organización Supersonic Geophysical considera haber probado, gracias a un estudio en el que se han cruzado y comparado los datos sísmicos registrados en los sedimentos de la zona del Mar Muerto con la información que contienen los Evangelios, junto a diversas observaciones astronómicas. El Director de la investigación, J. Williams, explica que al estudiar la cronología de los terremotos ocurridos en la región quedó registrada en los sedimentos y pudo observar que “en la zona, situada a unos 13 kilómetros al sur de Jerusalén, sufrió un fuerte movimiento sísmico en el año 33 d. C. y cuyas características coinciden con el contenido del Capítulo 27 del citado Evangelio y con los años en que Poncio Pilatos fue Procurador de Judea y, por ende, asociado a la muerte de Jesús”. Considerando los datos del calendario judío y los cálculos astronómicos ya expuestos surgen además un grupo de posibles fechas de las que el viernes 3 de abril del año 33 d. C. es, con diferencia, la mejor opción según los citados investigadores. La parte climática del estudio ha sido llevada a cabo por Markus Schwab y Achim Brauer, del Centro de Investigación Geológica de Alemania, con sede en Postdam. Brauer advierte que “las pruebas utilizadas para la datación reservan un margen de error de cinco años y señala que también aparece registrado un terremoto en el año 31 de nuestra era que podría encajar con el relato bíblico, pero la datación de un segundo terremoto parece más ajustada y está acompañada además de indicios de otro signo que aparece en la Biblia y que también podrían haber dejado huellas geológicas”. “Más desde la hora sexta hasta la hora nona quedó toda la tierra cubierta de tinieblas. Y cerca de la hora nona exclamó Jesús con una gran voz, diciendo: Elí, Elí, lamá sabactní?, esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27, 45-46). Esta oscuridad desde el mediodía hasta las tres de la tarde, un acontecimiento asociado con la crucifixión que mencionan los tres Evangelios canónicos, podría haber sido causada, según J. Williams, por “una tormenta de arena con huellas en los estratos de sedimentos, por lo que se está llevando a cabo una investigación química sobre muestras de polvo que, según su posición, vendrían a corresponder a principios de siglo durante el mandato de Poncio Pilatos”. “En definitiva, el objetivo de nuestra investigación era crear una serie histórica sismológica que ayudase a conocer mejor la actividad sísmica en esa región. Pero es evidente que al estudiar ese periodo concreto toda atención se ha centrado en esa fecha”, explica Achim Brauer, para quien las escrituras bíblicas “han demostrado una fidelidad histórica sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta que fueron escritas siglos después y que entonces no contaban con la tecnología que nos ayudase en la actualidad a dicha datación”. La tecnología actual permite además conocer como fue el clima en aquella primavera del año 33. Los sedimentos nos hablan de una prolongada sequía. Pero son precisamente las fuentes históricas, sin duda, las que nos permiten dibujar una mapa mucho más amplio, en el que apreciamos con perspectiva todo el terremoto político, social y natural del momento que nos marcó el trágico instante de la muerte de Jesús.