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Dos años de huracán

La Razón
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Dos años ya con Francisco. La realidad ha superado con creces las expectativas que un nuevo pontificado suscita. Dos años de intenso huracán, que remueve papeles y ventila la Iglesia con el soplo del Espíritu. Dos años de intensa actividad para él, para la Curia, para la Iglesia entera. Y en estos dos años, algunos rasgos más salientes de su acción, que van haciéndose familiares.

Tocar la carne sufriente de Cristo. Me ha impresionado ver a Francisco acercándose a los enfermos que acuden a las audiencias y a los pobres de barrios pobres en Roma y en sus viajes. Tocar. En virtud del misterio de la encarnación, el Hijo eterno ha tocado nuestra carne pecadora y la ha sanado, convirtiéndola en plataforma del esplendor de su gloria. «Y el Verbo se hizo carne... y hemos contemplado su gloria». Para eso, se ha despojado de su rango, se ha bajado hasta nosotros, se ha confundido entre los pecadores. Sólo así hay redención. El Papa prolonga en imágenes continuas y chocantes ese abajamiento para tocar la carne sufriente de Cristo en los que sufren, y asumir así los dolores de la humanidad contemporánea, para llevarles la redención de Jesús. Como Francisco de Asís, cuando besó al leproso.

Urgir a la coherencia de vida, superando toda hipocresía. A los jóvenes y a los adultos, a los eclesiásticos, curas, obispos y cardenales y a los políticos, los empresarios, los obreros, a toda la Iglesia y a la sociedad entera. El cristiano no es un adorno de salón, es sal de la tierra y luz del mundo. No es admisible el pacto con la mediocridad propia o ajena. Es preciso convertirse al Señor continuamente con toda humildad. «Pecadores, sí; nunca corruptos». Francisco tiene palabras y dichos propios que punzan el alma y la espolean a la autenticidad, superando todo lastre. Agudo en el conocimiento del alma humana, es comprensivo y está lleno de misericordia: «El látigo del Señor para con nosotros es su misericordia».

Entusiasmo misionero contagioso. Salir, salir al encuentro del hombre de hoy. Y abrir de par en par las puertas de la Iglesia para que quepan todos, pues todos tenemos un lugar en el corazón de Dios. Tender la mano al otro para sentirse hermano con él. En el campo de la paz entre las naciones. En los ámbitos del diálogo interreligioso. En el campo del ecumenismo entre los cristianos, sin condiciones previas. Dios guarde a Francisco, lo llene de vida y de gracia y no lo entregue en manos de sus enemigos.