Alzhéimer

Las siestas muy largas pueden ser un signo de demencia

Un nuevo estudio vincula la relación entre dormir más durante el día y el desarrollo de deterioro cognitivo

Imagen de un hombre echándose la siesta sobre el césped del parque a pleno sol y con la mascarilla puesta
Imagen de un hombre echándose la siesta sobre el césped del parque a pleno sol y con la mascarilla puestaJesús G. FeriaLa Razon

Echarse la siesta es uno de esos placeres mundanos que prácticamente todo el mundo anhela. Sin embargo, puede servirnos de voz de alarma de un problema de salud grave. En concreto, la siesta diurna entre las personas mayores es una parte normal del envejecimiento, pero también puede presagiar la enfermedad de Alzheimer y otras demencias. Y una vez que se diagnostica la demencia o su precursor habitual, el deterioro cognitivo leve, la frecuencia y la duración de la siesta se aceleran rápidamente, tal y como advierte un nuevo estudio realizado por investigadores de la Universidad de California, en San Francisco, y la Facultad de Medicina de Harvard, junto con el Brigham and Women’s Hospital, y publicado hoy en la revista científicia «Alzheimer’s and Dementia: The Journal of the Alzheimer’s Association».

La hipótesis que maneja esta reciente investigación es pionera porque se basa en la teoría de que la siesta diurna en las personas mayores no sirve simplemente para compensar el escaso sueño nocturno. Por el contrario, apunta a los trabajos de otros investigadores que sugieren que la demencia puede afectar a las neuronas que promueven la vigilia en áreas clave del cerebro.

«Encontramos que la asociación entre la siesta diurna excesiva y la demencia se mantuvo después de ajustar la cantidad y la calidad del sueño nocturno. Esto sugiere que el papel de la siesta diurna es importante en sí mismo y es independiente del sueño nocturno», asegura el coautor principal Yue Leng, miembro del Departamento de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento de la UCSF, quien ha trabajado con Kun Hu, de la Escuela de Medicina de Harvard. Así, en el estudio, los investigadores siguieron los datos de 1.401 ancianos, a los que el Proyecto Rush de Memoria y Envejecimiento del Centro de la Enfermedad de Alzheimer de Rush, en Chicago, había seguido durante 14 años.

Los participantes, cuya edad media era de 81 años y de los que aproximadamente tres cuartas partes eran mujeres, llevaban un dispositivo similar a un reloj que registraba la movilidad. Cuando los investigadores analizaron el 24% de los participantes que tenían una cognición normal al inicio del estudio pero que desarrollaron Alzheimer seis años después, y los compararon con aquellos cuya cognición se mantuvo estable, encontraron diferencias en los hábitos de siesta. En concreto, los participantes que dormían la siesta más de una hora al día tenían un 40% más de riesgo de desarrollar alzhéimer que los que dormían la siesta menos de una hora al día; y los participantes que dormían la siesta al menos una vez al día tenían un 40% más de riesgo de desarrollar alzhéimer que los que dormían la siesta menos de una vez al día.

La investigación confirma los resultados de un estudio de 2019, del que Leng fue el primer autor, que descubrió que los hombres mayores que dormían la siesta dos horas al día tenían más probabilidades de desarrollar un deterioro cognitivo que los que dormían la siesta menos de 30 minutos al día. El estudio actual se basa en estos hallazgos al evaluar tanto la siesta diurna como la cognición cada año, abordando así la direccionalidad, señala Leng. Según los investigadores, el aumento de las siestas podría explicarse por otro estudio de 2019, realizado por otros investigadores de la UCSF, en el que se compararon los cerebros postmortem de personas con la enfermedad de Alzheimer con los de personas sin deterioro cognitivo. Así, se descubrió que los que tenían la enfermedad de Alzheimer tenían menos neuronas promotoras de la vigilia en tres regiones del cerebro. Estos cambios neuronales parecen estar relacionados con los ovillos de tau, un sello distintivo del alzhéimer, caracterizado por el aumento de la actividad de las enzimas que hace que la proteína se pliegue mal y se agrupe.

«Es posible que las asociaciones que hemos observado de excesiva siesta diurna en la línea de base, y un mayor riesgo de enfermedad de Alzheimer durante el seguimiento, puedan reflejar el efecto de la patología de la enfermedad de Alzheimer en etapas preclínicas», advierten los autores. El estudio demuestra por primera vez que la siesta y la enfermedad de Alzheimer «parecen impulsar los cambios de la otra parte de forma bidireccional. No creo que tengamos suficientes pruebas para sacar conclusiones sobre una relación causal, que sea la siesta en sí misma la causante del envejecimiento cognitivo, pero la siesta diurna excesiva podría ser una señal de envejecimiento acelerado o del proceso de envejecimiento cognitivo», destaca el coautor principal Yue Leng. «Sería muy interesante para futuros estudios explorar si la intervención de las siestas puede ayudar a frenar el deterioro cognitivo relacionado con la edad», concluye.