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Entrevista

Anabel González: «Pagaremos caro no invertir más en la salud mental de los jóvenes»

«Hay que mirarse hacia adentro, porque si no te ocupas de lo que duele, no se resuelve», asegura la psiquiatra

Dra. Anabel González JAVIER OCAÑALA RAZÓN

Aunque no reparemos en ello, algo que no ocurre también impacta en la calidad de vida. Y lo hace, casi siempre, para mal, tal y como alerta Anabel González, psiquiatra, psicoterapeuta y doctora en Medicina en su último libro titulado «Lo que no pasó» (Planeta), una obra en la que relata cómo curar las heridas que nos dejan el abandono, la ausencia y las pérdidas.

Prestamos mucha atención a las cosas que nos ocurren, pero, ¿puede hacer incluso más daño aquello que no pasó?

Sí, porque se trata de la mitad de la ecuación para entender por qué tenemos dificultades emocionales, en las relaciones con los demás, etc. El miedo al abandono, a la soledad, a no superar la pérdida de alguien puede tener su origen en algo que no nos ha pasado o que nos faltó en momentos tan importantes como la niñez, como un tipo de cariño o una atención determinada...

¿Qué papel juega nuestra infancia?

Resulta fundamental. La base de lo que somos y cómo nos comportamos suele estar en los primeros años de vida, en cómo nos sentimos, en cómo se comportaron con nosotros... y eso marca nuestra forma de actuar en la edad adulta. Por eso, cuando somos padres es clave cuidar bien a los demás, pero sobre todo a nosotros mismos emocionalmente para estar a la altura.

¿Cómo impacta todo eso en la salud física y mental de una persona?

Ambas están muy relacionadas y si las piezas del puzle empiezan a encajar será más fácil que la salud vaya acorde. Si no, pueden aparecer problemas como ansiedad, insomnio, angustia, depresión... Si no he tenido todo el afecto que un niño necesita, es como si creciera desnutrido emocionalmente y cuando eso te falta, resulta más difícil asumir los retos de la vida, lo que puede sumir a alguien en el abandono.

¿Cómo se pueden curar esas heridas que dejó lo que no pasó?

Hay un viaje individual para entender lo que nos faltó y esas posibles carencias, pero no para reconcomerse y lamentarse de ellas, sino para entender lo que se siente y dónde hay que sembrar. Hay que cambiar la pregunta de «¿Por qué a mí?» por «esto es lo que hay: ¡cómo duele!» y también es importante eliminar de nuestro vocabulario afirmaciones como «debería» o «tendría que»... El mejor consejo es mirarse hacia adentro, porque hay veces que, si no te ocupas de lo que duele, no se resuelve. Meter la mierda debajo de la alfombra y negar su existencia hace que se acumule y se enquiste.

¿La sociedad actual, marcada por las apariencias y el «postureo», hace más complicado reconocer esas carencias?

Todas las sociedades del mundo han vivido de las apariencias. La clave está en seleccionar muy bien la información que nos llega. Un consejo interesante es prestarle atención a cosas muy distintas a las que, a priori, nos suelen gustar, ya que eso nos enriquece.

Al menos hemos mejorado en la visibilización de la salud mental, ¿verdad?

Se habla más de ello y eso puede resultar muy útil para algunas personas, porque antes era un tabú.

¿Estos problemas se han agravado?

En la consulta vemos más casos y mi sensación es que también llegan con mayor gravedad, sobre todo desde la pandemia, que fue un punto de inflexión que descolocó a muchísimas personas, pero por desgracia no hay recursos suficientes. El Sistema Nacional de Salud sigue teniendo grandes carencias de profesionales y de inversión en Psiquiatría y salud mental.

¿Pagaremos las consecuencias?

Desde luego en el área infantojuvenil es una tarea pendiente indiscutible y pagaremos caro no invertir más en la salud mental de los jóvenes, pues están expuestos a una mayor presión y condicionantes. Si no se ataja pronto, en los próximos años veremos adultos con problemas muy serios.