Entrevista

«Es posible mantener el cerebro joven y sano con algunas acciones diarias»

Entrevista a Jordi Olloquequi, neurobiólogo e investigador del Instituto de Neurociencias de la Universidad de Barcelona

Dr. Jordi Olloquequi
Dr. Jordi OlloquequiARCHIVOLA RAZÓN

Envejecer es inevitable, pero hay maneras de mantenerse jóvenes. En «Antiaging para el cerebro», el neurobiólogo Jordi Olloquequi propone descubrir la neurociencia del envejecimiento y aprender a mantener la mente joven, ágil y sana más tiempo.

-Cada vez vivimos más años y con mejor calidad de vida. ¿Está en nuestra mano alargar la longevidad del cerebro?

En parte, sí. A pesar de que la genética que heredamos es fundamental para determinar cuántos años viviremos o si tendremos mejor o peor salud, el cerebro no tiene un “destino” fijo: el ritmo al que envejece depende mucho de nuestro estilo de vida. Además, nuestras neuronas nunca pierden la capacidad de formar nuevas conexiones o modificarlas, así que siempre hay margen de mejora.

-Yendo a la práctico, ¿qué podemos hacer para mantener nuestra mente joven, ágil y sana durante más tiempo?

Hay varias estrategias a nuestro alcance. Por ejemplo, mantener una buena rutina de sueño, tanto en duración (entre 6 y 9 horas) como en calidad, ya que es un mecanismo neuroprotector incontrovertible. Más allá de descansar, conviene hacer actividad física de forma regular, tanto ejercicio cardiovascular como de fuerza. Nunca dejar de aprender cosas nuevas (idiomas, tocar un instrumento, leer…), ya que el cerebro necesita de pequeños retos que lo mantengan fresco. Seguir una dieta mediterránea, evitando los ultraprocesados y azúcares simples, así como mimar a la microbiota con fibra y productos fermentados. Y, cómo no, cultivar la vida social. En el libro explico la ciencia detrás de cada una de estas estrategias.

-¿Cuándo hay que empezar a poner en práctica todo esto?

Ahora mismo. Algunos estudios sugieren que a partir de los 25 años ya aparecen algunos signos sutiles de envejecimiento cerebral, así que no hay tiempo que perder. Y las personas adultas que consideren que no se han cuidado demasiado en el pasado, que no se preocupen: la ciencia demuestra que nunca es tarde para empezar, el cerebro lo va a agradecer de todos modos. Eso sí, la clave está en ser constante.

-Vivimos en una sociedad marcada por la urgencia, las prisas y la autoexigencia laboral y personal. ¿Cómo y cuánto daña nuestro cerebro ese estrés al que le sometemos en nuestra vida diaria?

El estrés crónico nos desgasta. Eleva el cortisol, favorece la inflamación en el cerebro y castiga especialmente al hipocampo, la región relacionada con la memoria. Es un claro factor que aumenta el riesgo de desarrollar deterioro cognitivo y otras enfermedades asociadas a la edad. Aprender a regularlo es parte del “antiaging” cerebral que propongo.

-¿Y cómo impacta el uso de redes sociales y dispositivos móviles?

El problema no es el móvil, sino cómo, cuándo y cuánto lo usamos. Por ejemplo, la exposición a pantallas por la noche empeora el sueño, y dormir mal acelera el envejecimiento biológico. Además, las notificaciones constantes pueden actuar como estresores. Si las pantallas sustituyen lecturas reposadas o aprendizajes profundos, nos hacen un flaco favor; por el contrario, algunos juegos o aplicaciones de entrenamiento cognitivo pueden ser un buen aliado para prevenir el deterioro cognitivo.

-¿La microbiota puede estar detrás de los procesos de envejecimiento del cerebro?

Forma parte del puzle. Con la edad, la microbiota intestinal tiende a desequilibrarse, lo que implica una reducción de bacterias beneficiosas y de las moléculas protectoras que fabrican, como los ácidos grasos de cadena corta que calman la inflamación sistémica, el famoso inflammaging. De hecho, en personas mayores con problemas cognitivos se observa una menor diversidad de la microbiota, especialmente de aquellas especies con mayor potencial antiinflamatorio. En animales de laboratorio, manipular la microbiota mejora el rendimiento cognitivo.

-¿Y cómo influye el ayuno intermitente, cada vez más de moda, en nuestro cerebro?

Conviene recordar que buena parte de la evidencia sobre los beneficios del ayuno intermitente procede de estudios en animales. En estos modelos, ayunar activa mejoras en varios sistemas celulares clave: aumenta las defensas antioxidantes, favorece la reparación del ADN, impulsa la biogénesis mitocondrial (las mitocondrias son las encargadas de producir energía) y estimula la autofagia, el proceso por el que la célula degrada y recicla componentes dañados o innecesarios. Además, se observa una reducción de la inflamación crónica. En humanos, los estudios son menos numerosos y sus resultados, menos consistentes. Aun así, algunos trabajos sugieren que el ayuno intermitente podría reducir el riesgo de diversas enfermedades asociadas al envejecimiento —como las cardiovasculares, la diabetes, ciertos cánceres o el alzhéimer—, aunque la evidencia todavía no es concluyente. En cualquier caso, es una estrategia que conviene seguir con control médico y no es adecuada para todo el mundo. De entrada, no se recomienda durante el embarazo o la lactancia, en menores o adolescentes, en personas con antecedentes de trastornos de la conducta alimentaria, con bajo peso o con tendencia a sufrir migrañas, entre otras circunstancias.

-Usted es doctor en Biología y apasionado de la investigación. ¿Qué es lo más fascinante de nuestro cerebro?

Para mí, lo más fascinante del cerebro es que se está remodelando continuamente mientras nos permite ser quienes somos. De la “conversación” entre miles de millones de células surge algo mayor que la suma de las partes: la atención, la creatividad, el sentido del yo… es un sistema que aprende, que olvida, que predice y que se reorganiza para que podamos adaptarnos.

-¿Cómo vislumbra el futuro de la medicina gracias al conocimiento cada vez más detallado de nuestro cerebro?

Creo que hay razones para ser muy optimistas. Gracias al conocimiento cada vez más fino del cerebro, la Medicina pasará de apagar fuegos a anticiparse y “reparar” con más precisión. Al completar mapas de conexiones y catálogos moleculares, podremos dirigir fármacos y otras terapias a tipos de células y circuitos concretos, en lugar de tratar síntomas difusos. Los diagnósticos serán más tempranos y objetivos gracias a la inteligencia artificial y a nuevos biomarcadores capaces de detectar riesgos y seguir el efecto de los tratamientos con una sensibilidad hoy impensable. Todo ello deberá ir de la mano de estrategias de prevención basadas en hábitos saludables y de una ciencia más diversa e inclusiva, para que los tratamientos funcionen para todos.