La guerra de las vacunas

Europa se queda atrás

Una cadena de errores lleva al viejo continente a perder la carrera por las vacunas con el Reino Unido y EE UU

Un sanitario sostiene un vial de la vacuna de AstraZeneca en el Wanda Metropolitano
Un sanitario sostiene un vial de la vacuna de AstraZeneca en el Wanda MetropolitanoManu Fernandez

El 7 de enero de 2020, apenas un mes después de que el mundo empezara a ser consciente de la existencia de un nuevo virus con capacidad de dispersión internacional, los científicos chinos secuenciaron el código genético del microorganismo SARS CoV-2 y lo pusieron a disposición de la comunidad investigadora. Fue el primer paso de un largo camino hacia la vacuna contra la Covid. Sin información genética no existe vacuna.

Desde ese momento, cientos de laboratorios de todo el mundo pudieron empezar a trabajar en la confección de estrategias de inmunización contra las proteínas clave del agente patógeno. Algo más de un año después, un puñado de vacunas ya corren por la sangre de millones de ciudadanos de todo el planeta. Pero no lo hacen por igual. Los que han tenido la suerte de nacer en Inglaterra, Estados Unidos, Chile o Israel llegarán antes a recibir su dosis que los que nacieron en en Europa.

La carrera por la vacuna parece tener de momento unos líderes avanzados y el viejo continente no está entre ellos. ¿Por qué si todo el mundo recibió el pistoletazo de salida a la vez a mitad de la pista de atletismo ya hay tantas diferencias entre la cabeza y los perseguidores? ¿Qué obstáculos han lastrado la carrera de los europeos?

Hoy, las estadísticas de vacunación resultan significativas. El Reino Unido ha vacunado a cerca del 45 por 100 de su población, Estados Unidos a casi el 30 y Europa anda aún por debajo del 15. Si nos fijamos en las personas vacunadas con la pauta completa (es decir, que han recibido ya las dos dosis de las vacunas que así lo requieren) las cosas se igualan algo (desde el 15 por 100 de Estados Unidos al 4 por 100 de la Unión Europea). Pero todo indica que la diferencia entre las tres regiones sigue creciendo, en claro detrimento de nuestras legítimas aspiraciones como ciudadanos de Europa.

Parece un lugar común aceptado por todos que nuestros líderes comunitarios han actuado mal y tarde a la hora de diseñar las estrategias de vacunación del Viejo Continente. Pero, ¿por qué? ¿Dónde residen los grandes errores de cálculo?

El primero de ellos ha sido, sin duda, la capacidad de reacción. Si en enero de 2020 cientos de laboratorios ya habían recibido el material genético del virus para poder empezar a investigar, en solo tres meses la administración de Estados Unidos ya había sido capaz de liberar 10.000 millones de dólares para la financiación de las investigaciones sobre una futura vacuna.

En abril se anuncia la operación «Warp Speed», por la que el Gobierno de Trump adelanta tal cantidad de fondos para la producción de vacunas (sin conocer aún si alguna vacuna iba a llegar a existir) con el fin de acelerar la producción en el caso de que se autorizara alguna de ellas. Se trata de una jugada maestra de impulso a la investigación que tiene una contrapartida: las empresas favorecidas tendrán una estrecha relación con el país americano. La intención «nacionalista» de Trump quedó evidenciada algo más tarde.

Al final del año, cuando ya se habían superado los ensayos clínicos de varias vacunas (Pfizer y Moderna, sobre todo) Trump emitió la orden ejecutiva 13962 para asegurar el suministro de dosis a sus ciudadanos. La orden comienza así «dada la estrecha colaboración entre el Gobierno de Estados Unidos, la industria y los socios internacionales, el Gobierno espera contar pronto con vacunas seguras y efectivas disponibles para los ciudadanos americanos». Trump anuncia que el Gobierno (que deberá abandonar alrededor de un mes después) está comprometido a lograr «acceso prioritario» a la vacuna para sus ciudadanos. Estados Unidos pagó más, pagó antes y esperaba por este motivo recibir también más y antes.

El Reino Unido jugó cartas similares. El 16 de mayo se anunció la creación de la «Vaccine Taskforce», un organismo que tiene como función coordinar todos los esfuerzos nacionales que aceleren la consecución de una vacuna eficiente y segura. Para esas fechas, Oxford ya había anunciado sus avances en una buena candidata a vacuna y su intención de llegar a un acuerdo con la farmacéutica Merck para la producción.

Pero, según informaron entonces fuentes del Ministerio de Sanidad británico, el Gobierno maniobró para que el acuerdo final tuviera lugar con AstraZeneca. ¿La razón? La firma con Merck no garantizaba un suministro prioritario de las primeras dosis a los ingleses. El contrato con AstraZeneca, sí.

Tal y como confirmó en enero de 2021 la propia compañía, AstraZeneca tiene comprometido por contrato hacer «los máximos esfuerzos posibles», para garantizar esa prioridad británica.

La Unión Europea tardó en reaccionar. Los primeros compromisos de compra no llegan hasta el pasado mes de junio de 2020, con alrededor de 2.700 millones de euros encima de la mesa para la adquisición conjunta de viales. Entre las decisiones tomadas entonces se encuentra un paso en falso. En julio de 2020 se anuncia que la Comisión ha hecho un gran avance en sus negociaciones con la compañía francoalemana Sanofi para la compra de su futura vacuna. El contrato, firmado definitivamente en septiembre, garantizaba el suministro para Europa de 300 millones de dosis, con el compromiso de ceder una parte a los países menos favorecidos.

El problema surgió unos meses después: la vacuna de Sanofi fue el caballo perdedor. Los resultados en fase I y II con la población más mayor fueron desfavorables y obligaron a reformular su composición. Ahora se espera que la terapia no esté disponible hasta finales de 2021. La gran esperanza europea de combatir contra el nacionalismo vacunal tanto de Estados Unidos como del Reino Unido se desvaneció por completo.

La diferencia a la hora de afrontar la vacunación en las tres regiones contendientes ha sido la actitud. El Reino Unido y Estados Unidos han acudido a la caza como un socio capitalista, invirtiendo fuerte y esperando un trato preferente a cambio. Europa, como un cliente solidario, confiando en las leyes de mercado y reservando siempre un lote para cumplir con sus obligaciones morales con los países menos favorecidos de su entorno. Si a eso añadimos la complejidad burocrática de las autorizaciones (todas ellas varias semanas cuando no meses más tardías en Europa) y la dificultad de organizar 27 intereses contrapuestos, se entiendo mejor quién y por qué está perdiendo la carrera por la vacuna.