Nutrición

Verdades y mentiras de las dietas antiedad

LA RAZÓN analiza las diferentes propuestas, desde las más rigurosas a las tendencias «de moda», que afirman que la alimentación puede prolongar la vida

Antiedad
AntiedadTania NietoIlustración

Somos lo que comemos. El eslogan se ha instalado a fuego en buena parte de la población. Sobre todo, en la más preocupada por la calidad de su dieta (que suele ser la parte más favorecida del planeta, obviamente, cuya preocupación no es poder dar de comer a sus hijos sino evitar que coman demasiado). En los últimos años han proliferado las propuestas nutricionales que parten de la base de que comer no solo es alimentarse. El estado físico general, el estado emocional, la propensión a ciertas enfermedades y hasta la longevidad pueden depender en cierta medida de los productos que elegimos a la hora de elaborar el menú. Y en esta nueva era de la alimentación con fundamento han aparecido cientos de propuestas de todo tipo. Desde las más rigurosas y avaladas por la ciencia, como la nutrigenómica o la alimentación funcional, hasta algunas tendencias de moda que han suscitado polémicas entre la comunidad científica seria.

Una de las ideas más novedosas consiste en asegurar que la dieta puede ser utilizada para prolongar la vida. En decir, no solo somos lo que comemos, sino que, alimentándonos correctamente, podremos serlo durante más tiempo. A la luz de algunas evidencias científicas que relacionan la ingesta calórica con el estado general de salud han surgido prácticas más o menos creíbles como el ayuno intermitente o la restricción de calorías, que prometen ayudarnos a combatir el paso de los años. Son las llamadas dietas antiaging (antiedad).

¿Pero son realmente útiles?

Un magno estudio publicado esta semana por la revista Science ha venido a poner las cosas en su sitio. Los autores, liderados por el nutricionista de la Universidad de Washington Mitchel B. Lee, han comparado docenas de propuestas dietéticas y han evaluado su capacidad real de detener el envejecimiento. Los resultados son más que dispares.

Las dietas que se han analizado se basan en tendencias como la restricción calórica (limitar al máximo el número de calorías tomadas al día y que en la práctica consiste en el eslogan «comer menos para vivir más»), las dietas cetogénicas (que bajan los carbohidratos hasta producir reacciones de cuerpos cetónicos en el metabolismo), los ayunos intermitentes, las dietas basadas en restricción de aminoácidos y proteínas, y otras ideas populares.

Estudios de laboratorio acumulados desde el siglo pasado parecen haber confirmado ciertos beneficios en la reducción controlada de calorías. Todos ellos se han realizado en animales de laboratorio y parecen indicar que, en esos casos, limitar el consumo de calorías tiene un efecto positivo sobre la supervivencia de los organismos estudiados. En ratones, por ejemplo, se ha visto que una reducción de la cantidad de calorías del 20 al 50 por 100 puede aumentar la vida del animal un 50 por 100 y limitar los efectos negativos del envejecimiento. Se cree desde hace algunas décadas que bajar el consumo de alimentos (sin llegar a la malnutrición) retrasa la aparición del deterioro producido por el envejecimiento en gusanos, levaduras y roedores. Pero hay que tener en cuenta que ese efecto solo ha podido determinarse en seres vivos de muy corta vida.

Estudios epidemiológicos en humanos podrían confirmar que un efecto similar se produce en organismos superiores. Los datos acumulados por la observación clínica (no siempre refutados por el laboratorio) parecen indicar que la restricción del consumo de energía genera algunas adaptaciones metabólicas y moleculares que retardan la acumulación de daños. En concreto, una reducción moderada de la ingesta mejora la respuesta del organismo humano a posibles patologías como la diabetes tipo 2, ciertas enfermedades cardiovasculares y algunos cánceres.

Los últimos estudios avalados por la Asociación Americana para la Investigación del Cáncer advierten de ciertos beneficios de la reducción calórica para afectados por algunos tumores. Pero son muy claros en la necesidad de que se trate de intervenciones de corta duración, puntuales y pautadas por el médico. En esos casos, se aprecian reducciones de la glucosa en sangre y de los factores de crecimiento tisular, así como mejoras en el metabolismo supresor de tumores.

El trabajo ahora presentado en Science, sin embargo, relativiza considerablemente muchos de estos hallazgos. «Aunque se suelen presentar los efectos positivos de estas dietas de manera uniforme –advierten los autores–, lo cierto es que los beneficios de la restricción calórica dependen mucho del individuo. Existe un componente genotípico que puede hacer que una de estas dietas pase de producir un aumento de la esperanza de vida a ser literalmente perniciosa».

Una proteína

Uno de esos componentes individuales es un factor conocido como mTOR (diana de rapamicina en células de mamífero), una proteína encontrada en algunos animales muy relacionada con la gestión de la acumulación de daños celulares propios de la vejez. El comportamiento de esta proteína es clave para entender si una dieta antiedad funciona en un determinado individuo.

De hecho, hasta donde los estudios pueden confirmar, es imposible saber si este tipo de intervenciones nutricionales tienen un efecto en la longevidad per se o los beneficios se deben al control de la obesidad. Es decir, podría suceder que la intervención sobre el peso (con ejercicio físico, por ejemplo) tuviera los mismos efectos antiaging sin acudir a ninguna dieta.

En cuanto al resto de las llamadas dietas rejuvenecedoras los resultados son todavía más difusos. Existen demasiadas cuestiones sin resolver en la literatura clínica como para recomendar su uso sin más para la población sana. El trabajo de Science evidencia que las dietas aplicadas a personas con obesidad, enfermedades crónicas o desórdenes metabólicos por un médico pueden ofrecer beneficios muy superiores a los riesgos. Pero puestas en práctica por personas sanas podrían tener el efecto contrario. El ayuno intermitente o las dietas keto (cetogénicas) son herramientas muy peligrosas en manos de pacientes no expertos.

En las últimas semanas, un buen número de nutricionistas ha lanzado la voz de alarma por la promoción en programas de televisión como Master Chef de algunas supuestas dietas antiedad a base de cremas détox y eliminaciones drásticas de la ingesta de alimentos. El aumento de las supuestas dietas contra el envejecimiento en foros que no son médicos está causando cierta preocupación.

La realidad es que existen datos científicos suficientes para creer que la alimentación tiene un impacto beneficioso en el retraso de los achaques de la edad. Pero según las nuevas investigaciones, no es posible identificar esos efectos con una propuesta dietética concreta. De hecho, la gran virtud de estos estudios es que permiten encontrar patrones moleculares que afectan al envejecimiento (relacionados o no con la alimentación) y sobre los que se podría actuar farmacológicamente en el futuro. Pero nada hace pensar que estemos cerca de lograr un menú ideal para parecer más jóvenes y eliminar enfermedades de la edad. Más bien al contrario, el mal uso de ciertas dietas puede aumentar el riesgo de enfermar, envejecer y morir.