Su paso por Toledo
Maestro en no tener miedo
Su generosidad sin límites para servir a la Iglesia le define
Me piden que ofrezca un testimonio sobre el cardenal Antonio Cañizares, en este momento en que el Santo Padre acepta su dimisión presentada ya cuando cumplió los 75 años de edad. La providencia hace que la aceptación de esta renuncia coincida con la fiesta de otro gran arzobispo de Valencia, el agustino Santo Tomás de Villanueva. No pocos rasgos espirituales unen la figura de este santo arzobispo con Don Antonio, que siempre sintió una gran devoción y admiración por el santo agustino, maestro de predicadores y hombre de profunda caridad. En su día, Don Antonio escribió su tesis doctoral sobre la Predicación de Santo Tomás de Villanueva. Ruego a Dios que, por intercesión del de Villanueva, bendiga abundantemente la nueva etapa que se abre en la vida de nuestro querido cardenal Cañizares.
Y paso ya a cumplir el encargo que se me ha hecho de ofrecer un breve testimonio de mis recuerdos en los años de intensa colaboración y trabajo pastoral, que compartí con Don Antonio desde su llegada a Toledo «como arzobispo» hasta los años de trabajo en Roma en la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, cooperando con Benedicto XVI y en el comienzo del pontificado de Francisco.
Cuando Don Antonio llega a Toledo yo era rector del Seminario Mayor de Toledo. La primera lección que aprendí de Don Antonio es la de no tener miedo. Ante una crisis, cuando éramos objeto de amenazas, me ayudó a comprender que no se podía tomar decisiones guiados por el miedo, como miedo a críticas, a presión desde la prensa… Esto no era por excesiva confianza en sí mismo, si no convencido de que cuando se obra con rectitud de intención, con transparencia y confiando en Dios, no hay que temer nada.
Más adelante, cuando Don Antonio me pidió que cooperase con él en el gobierno de la Diócesis como vicario general, tuve ocasión de aprender también que, en la Iglesia, pese a las ideas y estrategias que otros utilizan, la mentira nunca es un arma legítima para sacar adelante los proyectos, por buenos que sean.
Cristo es la Verdad y en nuestro trabajo y en nuestras decisiones de gobierno debemos ir siempre con la verdad por delante. Este esfuerzo por estar en la verdad vi que nacía de un espíritu profundamente unido a Jesucristo, a su Iglesia y a una disposición permanente de oración y estudio. A esto se unía también un estilo de gobierno que empleaba mucho tiempo en escuchar a las personas y, en los conflictos, a las partes.
Más adelante, en nuestro trabajo en Roma, floreció si cabe con más evidencia el testimonio de una persona que amaba profundamente al Señor y que no tenía otra ambición que servir generosamente a su Iglesia. La situación y el modo de trabajar en Roma me permitió conocer aún más de cerca la sencillez, la cercanía, el amor a la pobreza evangélica, la fortaleza de ánimo, la generosidad sin límites para servir a la Iglesia que ya había podido intuir en la conducta y estilo de vida de Don Antonio en Toledo.
Los años de Roma no fueron fáciles, pero en ellos tuve ocasión de compartir un trabajo basado en una profunda reflexión, en una fidelidad inquebrantable al Papa y en un esfuerzo enorme por favorecer un auténtico trabajo de equipo en el interior de la Congregación y con todas las Conferencias Episcopales y congregaciones religiosas con las que en, esos años, tuvimos que afrontar las tareas propias del Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
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