Religión

El Papa, a Putin: “Ponga fin de inmediato a la guerra”

Francisco imparte la bendición Urbi et Orbi con la invasión de Ucrania como foco de su plegaria

o le citó por su nombre ni apellidos y se sirvió de un plural que sabe a singular. Porque las reglas del juego de la diplomacia vaticana desaconsejan ataques directos en aras de la neutralidad de la Santa Sede en el complejo tablero de las relaciones internacionales. Sin embargo, Francisco lanzó ayer por la mañana un dardo al presidente ruso Vladimir Putin en una de las alocuciones públicas más relevantes del año para cualquier pontífice romano: la bendición Urbi et Orbi con motivo de la fiesta de Navidad en la que repasa los principales puntos calientes del planeta al igual que sucede el Domingo de Resurrección. «Que el Señor ilumine las mentes de quienes tienen el poder de acallar las armas y poner fin inmediatamente a esta guerra insensata», espetó al autócrata ruso, dejando caer un recado más a renglón seguido: «Lamentablemente, se prefiere escuchar otras razones, dictadas por las lógicas del mundo».

Ucrania y su invasor se situaron en el primer plano de un discurso que pronunció sentado, por su maltecha rodilla. Con solemnidad y contundencia en sus palabras, sí se mostró sonriente y apoyado en su bastón desde la Logia de las Bendiciones para corresponder a los aplausos de los miles de fieles que se encontraban en la Plaza de San Pedro.

Ovacionado al asomarse a las doce en punto en una mañana de invierno soleada y apacible, Francisco pidió la complicidad de los presentes para acrecentar el compromiso humanitario con el país europeo: «Que nuestra mirada se llene de los rostros de los hermanos y hermanas ucranianos, que viven esta Navidad en la oscuridad, a la intemperie o lejos de sus hogares, a causa de la destrucción ocasionada por diez meses de guerra». Es más, Francisco continuó su plegaria remarcando que «el Señor nos disponga a realizar gestos concretos de solidaridad para ayudar a quienes están sufriendo, e ilumine las mentes de quienes tienen el poder de acallar las armas y poner fin inmediatamente a esta guerra insensata».

Grave carestía

A partir de ahí, el Obispo de Roma no dudó en dar por hecho que el planeta se encuentra inmerso en un conflicto global: «Nuestro tiempo está viviendo una grave carestía de paz también en otras regiones, en otros escenarios de esta tercera guerra mundial». A partir de ahí, citó algunos de estos focos bélicos como Afganistán, Siria, Tierra Santa, el Sahel, el Cuerno de África, Myanmar y Haití. «Crudos vientos de guerra continúan soplando sobre la humanidad», sentenció el Obispo de Roma.

A la par, llamó a «los que tienen responsabilidades políticas» para que la alimentación no se convierta en un mortero más: «Toda guerra provoca hambre y usa la comida misma como arma, impidiendo su distribución a los pueblos que ya están sufriendo».

No hay que olvidar que cada uno de los mensajes lanzados por el Santo Padre desde el balcón principal de la basílica vaticana cuenta con una minuciosa supervisión de la Secrtaria de Estado de la Santa Sede, en tanto que en la mayoría de estos conflictos abiertos, como en Ucrania, la Iglesia católica asume un papel de mediador más o menos oficioso para buscar salidas negociadas, tanto para sellar un acuerdo de paz definitivo, como a la hora de propiciar intercambios de prisioneros, crear corredores humanitarios para la entrega de ayuda o facilitar el éxodo de la población civil...

Pero, más allá de lo que vendría a ser un ‘burofax’ verbal del líder de la Iglesia a todos los actores que forman parte del más de medio centenar de guerras abiertas en el mundo, Francisco también se dirigió a los millones de fieles que se conectan cada año a través de la televisión, amén de los miles de peregrinos de la plaza.

A ellos también les instó a contruir la concordia en su entorno evocando a Cristo como «Príncipe de la paz»: «Sí, porque Él mismo, Jesús, es nuestra paz; esa paz que el mundo no puede dar y que Dios Padre dio a la humanidad enviando a su Hijo». En este sentido, subrayó que «también el camino de la paz», en tanto que «abrió el paso de un mundo cerrado, oprimido por las tinieblas de la enemistad y de la guerra, a un mundo abierto, libre para vivir en la fraternidad».

«Jesús nace entre nosotros, es Dios-con-nosotros», ensalzó Jorge Mario Bergoglio, que recordó que «viene para acompañar nuestra vida cotidiana, para compartir todo con nosotros, alegrías y dolores, esperanzas e inquietudes». «Viene como un niño indefenso, nace en el frío, pobre entre los pobres», subrayó el pontífice, para enfatizar que está «necesitado de todo, llama a la puerta de nuestro corazón para encontrar calor y amparo».

Con esta percha, el Papa sacó pecho por los colectivos que siempre están presentes en sus oraciones, de los huérfanos a los presos, pero con el corazón puesto principalmente en los migrantes: «Jesús, la luz verdadera, viene a un mundo enfermo de indiferencia, que no lo acoge, es más, lo rechaza, como les pasa a muchos extranjeros; o lo ignora, como muy a menudo hacemos

nosotros con los pobres». No conforme con esta alusión, insistió en que «no nos olvidemos hoy de tantos migrantes y refugiados que llaman a nuestra puerta en busca de consuelo, calor y alimento».

A la par, el Papa reivindicó el verdarero sentido de la Navidad frente al consumismo de estos días: «Salgamos del bullicio que anestesia el corazón y nos conduce a preparar adornos y regalos más que a contemplar el Acontecimiento: el Hijo de Dios».

A partir de ahí, en la misma línea que su homilía de la Nochebuena, el pontífice hizo hincapié en la necesidad de «despojarnos de las cargas que nos lo impiden y que nos mantienen bloqueados», tales como «el apego al poder y al dinero, la soberbia, la hipocresía, la mentira».