Viaje papal
Calurosa acogida de los libaneses al Papa León en el «País Mensaje»
Palabras de paz y ecumenismo y un decidido apoyo del Sumo Pontífice a los cristianos en Oriente Próximo
El «País-Mensaje», pues así lo definió el Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica de 1989 –«un mensaje de libertad y un ejemplo de pluralismo tanto para Oriente como para Occidente»-, no defraudó. En la segunda etapa del primer viaje apostólico de su papado, los libaneses acompañaron ayer masiva y entusiastamente a León XIV en la basílica de Nuestra Señora del Líbano en Harissa, la sede del patriarcado de Antioquía de los maronitas en Bkerké, en la plaza de los Mártires de Beirut y en cada recodo de cada carretera de este minúsculo y desgarrado país del Mediterráneo oriental.
Apenas conocen a este nuevo Papa de gesto contenido, como muchos católicos de todo el mundo, pero la acogida de los libaneses no puede ser más calurosa. Para la historia quedará la llegada del Papa este domingo con miles de personas aguardándolo a la intemperie en medio del aguacero –el país llevaba meses esperando la lluvia– y hasta el bello juego de luces desplegado en el cielo de Beirut a su llegada al palacio presidencial.
Ya ayer las cámaras recogieron el gesto de impresión del pontífice antes de comenzar el encuentro con religiosos y trabajadores pastorales de las diferentes comunidades cristianas del país –mayoritariamente católicos de rito maronita aunque con importantes comunidades ortodoxas– celebrada en la basílica de Nuestra Señora del Líbano, en Harissa. También se convirtieron en imágenes virales las del Pontífice el templo por su pasillo central entre gritos de «Viva il papa» y un sinfín de manos extendidas para estrechar la de León XIV o simplemente poder tocarlo. Antes, el pontífice rezaba junto a la tumba de San Chárbel, el santo de los milagros, en el monasterio de San Marón de la orden maronita libanesa.
Si todos los desplazamientos y alocuciones de Prevost son, en esencia, mensajes y simbolismo, este primer viaje apostólico del León XIV pasará a la historia por la intensidad y amplitud de los mismos. Varios son los que el pontífice ha querido enviar aquí: el de la paz, «bienaventurados los que hacen la paz», la cita del Sermón de la Montaña, adorna las banderolas y marquesinas de todo Beirut, en un contexto de violencia regional y también de crecientes tensiones internas, el del ecumenismo y, finalmente, el del apoyo a los cristianos en el Líbano y en todo Oriente Próximo.
Por su parte, los cristianos libaneses han hecho de esta visita papal, como en las anteriores –han transcurrido 13 años desde la de Benedicto XVI– una reivindicación propia en el contexto de lento e irremisible declive de la comunidad. Hace décadas que los cristianos son ya minoría en el Líbano, aunque siguen gozando de una situación notablemente mejor que la de sus correligionarios en los países vecinos, incluida una importante relevancia institucional. No en vano, el Líbano es el único país con presidente cristiano –y católico (de rito maronita)– de toda la región, como establece el Pacto Nacional de 1943.
No menos simbólico fue el acto ecuménico e interreligioso celebrado ya durante la tarde en la plaza de los Mártires de Beirut. Con un olivo y la palabra paz impresionada sobre la escena en varios idiomas, el pontífice presidió un acto con presencia de todas las confesiones religiosas del país, hasta 18 oficialmente reconocidas, en el que se leyeron pasajes de los Evangelios y el Corán. «Esta es la misión que se mantiene inalterada a lo largo de la historia del Líbano: dar testimonio de la verdad de que cristianos, musulmanes, drusos y muchos otros pueden vivir juntos y construir un país unido», señaló.
Treinta y cinco años después del fin de la guerra civil (1975-1999), la convivencia entre cristianos, musulmanes y drusos sigue problemática, porque es un país dividido siempre al borde de un nuevo enfrentamiento, pero momentos como el de la visita de un Papa logran un raro respeto casi generalizada. No sorprendió ver en la tarde del domingo banderas amarillas de Hizbulá y retratos del pontífice junto a los del mártir Hassan Nasrallah exhibidos por los vecinos de los suburbios del sur.