Eutanasia

Noa ha muerto

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Ha muerto Noa y la única intervención terapéutica que estaba prevista, o al menos discutida, en nuestra sociedad postmoderna es la de su homicidio médicamente asistido o si se prefiere su suicidio bajo control médico. No ha habido otras opciones y es cierto que muchas veces ante un caso como el suyo la acción humana se demuestra inútil. Miles de abusadas, millones más bien, se han suicidado, y la anorexia cobra por su parte su tributo anual de víctimas.

Lo que tiene de nuevo el caso no es su tragedia, el hecho patético de que en muchas ocasiones no podemos hacer nada, sino la conversión de la medicina en una práctica de asistencia homicida. Frente al suicida, la reacción de nuestra civilización había sido la firme voluntad de impedirlo, quizás porque sabemos que la tentación es muy fuerte. Siempre se intentaba la recuperación como única intervención médica prevista. Ante la enfermedad de la anorexia, hasta ahora se había considerado un desorden contra en que había que actuar en bien del paciente, es decir, en la pretensión de que recuperase la salud y la voluntad de alimentarse.

Con Noa en el debate se ha dado un salto, un salto que no sólo afecta a la anorexia sino a todo trastorno adolescente o incluso humano en general. Su sufrimiento tenía causa, era razonable, era insoportable y por tanto entra en las categorías susceptibles del homicidio por compasión, de la eutanasia. Así la eutanasia como medio de esquivar el sufrimiento, que a todos nos afecta en alguna forma a lo largo de nuestra existencia, encuentra en estos casos su última justificación. Es una vida sin sentido, por tanto una vida sin valor vital. Y así el valor vida se vuelve contra la vida concreta y real.

Por supuesto, no hace falta una sucesión de acontecimientos tan trágicos como los de Noa para no encontrarle sentido a la vida. Y el riesgo en la infancia y la adolescencia del suicidio siempre estará presente. La novedad es la pretensión del acto médico, el cargo a la Seguridad Social, la exhibición reivindicativa y la simulación de que solucionábamos algo. El morbo de si debe matarse, puede matarse, debemos matarla. Un morbo que simula acercarse para mantenerse alejado. En última instancia una pretensión de que la Medicina tecnológica lo puede todo, aunque sea ese todo-nada que es el permanente vértigo de la muerte.