Ciencia

¿Para qué se inventó el sexo?

Un nuevo estudio sugiere que la reproducción sexual pudo aparecer no solo como mecanismo de defensa ante parásitos e infecciones, lo que ha permitido una ventaja evolutiva, sino también para frenar ciertos tipos de cánceres.

La Venus de Willendorf fue descubierta el 7 de agosto de 1908 y está datada en torno al 27.000 a.C.
La Venus de Willendorf fue descubierta el 7 de agosto de 1908 y está datada en torno al 27.000 a.C.larazon

Un nuevo estudio sugiere que la reproducción sexual pudo aparecer no solo como mecanismo de defensa ante parásitos e infecciones, lo que ha permitido una ventaja evolutiva, sino también para frenar ciertos tipos de cánceres.

El sexo no debería ser como es. De hecho, el sexo es algo parecido a un error de la naturaleza. Sí, sí, un error. Habrá que explicar esta afirmación porque, aunque parezca lo contrario, no ofrece carga moralizante alguna, más bien está cargada de razón científica.

Biológicamente, la reproducción sexual presenta muchos inconvenientes. En primer lugar, expone a los organismos que la eligen como método de procreación a riesgos variopintos. Entre ellos, la posibilidad de que la combinación genética de los progenitores no sea la adecuada y se engendren crías con enfermedades, defectos genéticos graves o condenadas a la muerte antes del parto, poniendo en riesgo también la vida de la madre. Además, la reproducción por sexo es menos prolífica. Una pareja de cualquier animal que copule produce como media la mitad de crías que una especie que se reproduzca asexualmente. Hay que añadir a esta lista de defectos del sexo la posibilidad de transmitir enfermedades que por algo se llaman de transmisión sexual. Sin contar con la ingente cantidad de energía que se ven obligados a emplear en el empeño los machos y las hembras de las especies que eligen esta forma de vida. En algunos casos, con nefastas condiciones (peleas entre machos, ataques mortales, daños irreparables, etcétera).

Vistas las cosas así, no es extraño que durante la mayor parte de la historia de la vida en la Tierra (miles de millones de años), los seres vivos hubieran preferido reproducirse asexualmente, por clonación, partenogénesis, esporas... Sabia elección. El sexo es un invento relativamente reciente. Pero algo debe de tener cuando en poco tiempo se convirtió en la modalidad reproductiva preferida por la inmensa mayoría de las especies vegetales y animales.

Desde hace tiempo, la ciencia maneja una curiosa hipótesis al respecto. Se llama la teoría de la Reina Roja. Según esta idea, el intercambio de genes se inventó para defender a los organismos vivos del ataque de parásitos y virus. Es conocido que los agentes infecciosos se reproducen a gran velocidad y crean constantemente versiones mejoradas de sí mismos. Son máquinas perfectas de aprender a matar. El resto de los mortales tiene que ser más rápido que ellos. Igual que la Reina Roja de «Alicia en el País de las Maravillas» (corre todo lo rápido que puede para permanecer en el mismo sitio), las especies animales deben evolucionar deprisa para no ser colonizadas por un parásito que pueda acabar con ellas en cuestión de pocas generaciones.

Y el mejor modo de hacerlo es creando con cada cría un ser único, una combinación exclusiva formada por la mitad de los genes del padre y la mitad de la madre combinados al azar. Ningún virus se adapta al entorno tan velozmente como para poder detectar la miríada de combinaciones posibles.

Pero la teoría de la Reina Roja no es por sí sola suficiente para dar respuesta al misterio. No existen tantos parásitos y virus como para forzar a prácticamente la totalidad de la vida en la Tierra a optar por el sexo. Bastaría con que algunas especies se aparearan pocas veces para producir ciertas expectativas de supervivencia. ¿Qué ha ocurrido entonces?

Una investigación publicada ayer en la revista «PLOS Biology» puede tener la respuesta. La reproducción sexual no solo ofrece una ventaja evolutiva sino que puede limitar la transmisión de lo que se llaman «células mentirosas» que ayudan a la proliferación del cáncer. Al menos de los pocos casos de cáncer puramente transmisibles que existen en la naturaleza.

Un organismo multicelular (da igual que sea una ameba, una lechuga o un lector de LA RAZÓN) es una sopa de células de diferente cualidad y función que trabajan solidariamente con un mismo objetivo: sobrevivir. El invento lleva unos 1.000 millones de años en la Tierra y sigue funcionando. Pero las células tienden a desmadrarse. Si no se les pone control pueden empezar a proliferar sin medida, a dejar de colaborar con el organismo y a tomar su propio rumbo. Cuando ocurre eso estamos ante un cáncer.

La naturaleza ha diseñado algunos frenos para evitar que estas células sean demasiado abundantes. Son mecanismos supresores de tumores, fundamentalmente insertos en nuestro sistema inmunitario. Puede decirse que lo «natural» es que los organismos terminen desarrollando esta enfermedad, pero gracias a estos frenos (también naturales, claro) el descontrol celular es poco frecuente. Aunque estos sistemas de defensa necesitan reconocer bien a sus enemigos: diferenciar las células descontroladas de las disciplinadas.

En los organismos que se reproducen asexualmente, todas las células son idénticas. Pero la reproducción sexual permite generar diferentes tipologías celulares y hacer que las malignas no tengan el mismo rostro que las benignas. Es muy raro, pero existe la posibilidad de que un cáncer sea transmisible. Por ejemplo entre los diablos de Tasmania, algunos bivalvos y algunas especies de perros ocurre. La diversidad genética, según esta nueva propuesta, de las especies sexuadas ha hecho posible que esto siga siendo raro 1.000 millones de años después.

De manera que el sexo pudo haber aparecido como mecanismo de defensa, no solo contra las infecciones, sino para la proliferación de este tipo de cánceres.

Experimento con serpientes

Esta investigación de «Plos Biology» fue adelantada de alguna manera en 2009 por la Universidad de Washington, que ya comprobó en un estudio científico que la sexualidad humana evolucinó como defensa a los parásitos.

Los científicos quisieron demostrar que los hijos de dos progenitores tienen más posibilidades de sobrevivir que los de un solo progenitor con idéntica información genética a través de un experimento con reptiles. Eligieron a una especie de serpientes de lago (la Potamopyrgus antipodarum) que presenta las dos versiones reproductoras: sexual y asexual. Así, tras registrar el número de ejemplares sexuales, asexuales y las tasas de infecciones parasitarias en los dos tipos de serpientes durante diez años pudieron constatar que la descendencia «clónica» (los hijos de un solo progenitor) se convirtieron, con el paso del tiempo, en más susceptibles a los parásitos que el otro grupo analizado.

A medida que las infecciones parasitarias aumentaron, se redujo drásticamente el número de ejemplares asexuales. Por tanto, los resultados sugieren que la reproducción sexual proporciona una ventaja evolutiva en entornos en que abunden los parásitos.