Psicología

¿Por qué nos interesan más los cotilleos cuando son negativos? La piscología tiene la respuesta

Nos conectamos más rápido con los rumores y noticias desagradables porque nuestra mente está diseñada para priorizar lo negativo. Y según psicólogas expertas, esa preferencia tiene raíces profundas en cómo funcionamos socialmente

¿Por qué nos interesan más los cotilleos cuando son negativos? La piscología tiene la respuesta
¿Por qué nos interesan más los cotilleos cuando son negativos? La piscología tiene la respuestaUnsplash

No es solo morbo: cuando alguien nos cuenta que fulanito ha traicionado a su pareja o que en la oficina hay quien no da un palo al agua, nuestro cerebro presta muchísima atención. Detrás de esa atracción por el cotilleo negativo hay supervivencia social, necesidad de pertenencia… y un buen chute de emoción.

La psicóloga social Elena Martinescu, de la Universidad de Groningen, recuerda que el chisme tiene "un papel muy importante a la hora de transmitir normas y castigar a quienes no las respetan". Es decir: cuando escuchamos que alguien ha hecho algo mal, recibimos dos mensajes a la vez. Uno directo -esto no se hace en este grupo- y otro más sutil: mejor que no seas tú el próximo del que se habla. Por eso, según Martinescu, el cotilleo "ayuda a los grupos y a los individuos a funcionar mejor", aunque pueda volverse injusto o destructivo si se cruza cierta línea.

El psicólogo Miguel Silveira lo enmarca en algo todavía más amplio: "No podría haber sociedad sin cotilleo", sostiene. Necesitamos información sobre los demás y nos fascina la vida privada ajena; el chismorreo satisface esa curiosidad y, además, facilita las relaciones dentro del grupo porque genera temas fáciles de comentar, incluso con casi desconocidos. La pega es evidente: "El chisme siempre se fija en aspectos negativos", recuerda Silveira, y ese bombardeo acaba moldeando la imagen (a menudo injusta) que tenemos de los otros.

Por qué el cotilleo negativo nos atrae más que el positivo

Desde la psicología social se apuntan varias razones por las que lo "malo" tiene más tirón:

  • Alerta de riesgo. En entornos ancestrales, saber quién engañaba, quién robaba o quién no colaboraba era cuestión de supervivencia. Hoy no vivimos en tribus, pero el cerebro sigue leyendo el cotilleo negativo como información útil para decidir con quién relacionarse o a quién evitar.
  • Manual de normas en vivo. Como explica Martinescu, los rumores funcionan como un recordatorio práctico de qué conductas se castigan en el grupo. Escuchar historias de otros nos sirve para compararnos y ajustar nuestro comportamiento sin necesidad de exponernos nosotros.
  • Estatus y pertenencia. Martinescu también subraya que al compartir indignación o crítica crea una sensación de "bando": hablar mal de alguien puede reforzar la unión entre quienes lo hacen.
  • Más emoción, más recuerdo. Los cotilleos negativos se viven casi como pequeñas historias: tienen conflicto, sorpresa y protagonistas que conocemos. Esa mezcla dispara la atención y hace que los recordemos más que cualquier comentario neutro o amable.

El problema es que esa misma fuerza los vuelve peligrosos. Silveira advierte de que hoy los rumores se amplifican a velocidad de vértigo gracias a redes y mensajería, y Martinescu recuerda que los cotillas "pueden destruir reputaciones y convertir en víctimas a inocentes". La paradoja es clara: cotillear está feo… pero tiene sentido que nos atraiga. Nos ayuda a leer el clima social, a situarnos en el grupo y a entender qué se espera de nosotros. La clave, dicen los expertos, no es negar que lo hacemos, sino ser conscientes del poder que tiene y decidir hasta dónde queremos llegar con ello.