Felicidad

Rafael Santandreu, psicólogo: “La mejor etapa en la vida de una persona es cuando empieza a pensar de esta manera”

Lo sorprendente es que no depende de la etapa de la vida en la que te encuentres

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Siempre estamos esperando a que llegue “el momento más feliz” de nuestra vida. La mayoría de personas sitúan esa etapa en la infancia o en la juventud, pero lo cierto es que muchas veces lo hacen desde la nostalgia, no desde la consciencia real de haber sido felices en ese instante. Quizá, si se hubiera hecho la pregunta en aquel momento, la respuesta habría sido distinta. El paso del tiempo suaviza lo negativo y hace que recordemos más lo bueno.

Sin embargo, el psicólogo Rafael Santandreu tiene muy claro en qué momento una persona alcanza la verdadera felicidad. Y lo sorprendente es que no depende tanto de etapas concretas de la vida.

Más allá de la edad: lo que dice la psicología

Durante décadas, la infancia se ha idealizado como una época de inocencia y despreocupación, aunque también está marcada por la dependencia. La juventud, celebrada como un tiempo de libertad y descubrimientos, suele ir acompañada de inseguridades y ansiedad. Incluso la vejez, a veces vinculada con mayor serenidad, no cuenta con un consenso científico en cuanto a su relación con la felicidad. Todo ello apunta a que el bienestar no se mide en años, sino en la actitud con la que enfrentamos cada etapa.

Santandreu, con más de 200.000 seguidores en Instagram, lo explica de forma clara: “La mejor etapa en la vida de una persona es cuando empieza a pensar correctamente, deja de quejarse y aprecia las cosas increíbles, mágicas e incluso espirituales que la rodean a cada instante”.

Para el psicólogo, el cambio no está en esperar una época dorada, sino en aprender a mirar el presente con otra perspectiva. Cuando la persona decide hacerlo con intensidad y concentración, la mente se transforma y comienza, entonces sí, la etapa más feliz de la vida.

La actitud como motor de la felicidad

El mensaje de este especialista es contundente: la felicidad no depende de la cantidad de velas que hay en la tarta, sino de cómo elegimos interpretar lo que nos sucede. Aprender a valorar lo cotidiano y a restar importancia a lo que no podemos controlar abre la puerta a una vida más plena.