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Religión

El renacer de los lefebvrianos en pleno jubileo

El movimiento cismático francés ha exhibido esta semana en la basílica de San Pedro su tirón tradicionalista

La Fraternidad Sacerdotal San Pío X, durante su peregrinación en Roma. LR

Via della Conciliazione. A primera hora de la mañana. Avanzan hacia la basílica de San Pedro. Perfectamente alineados. Objetivo: cruzar la Puerta Santa. Y algo más. Exhibición de músculo espiritual. Procesionan por la zona central de la calzada, a diferencia del resto de grupos de peregrinos que lo hacen por la vía habilitada para quienes buscan ganar el jubileo. Los turistas les contemplan con curiosidad. Parecen una legión. Con sotanas y hábitos como si se tratara de otra época. De alguna manera, lo son.

Es la peregrinación organizada por la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, esto es, los lefebvrianos. O lo que es lo mismo, el movimiento cismático que fundó el francés Marcel-François Lefebvre en noviembre de 1970 mostrando un rechazo frontal al Concilio Vaticano II. En junio de 1988 su deriva tradicionalista desembocó en un cisma al ordenar a cuatro obispos sin el consentimiento de Roma. Juan Pablo II lo excomulgó a él y los cuatro curas promocionados ilícitamente. En total han viajado a Roma 7.200 participantes de 44 países, también españoles, visitaron las basílicas de Santa María la Mayor y San Juan de Letrán, para culminar en el epicentro de la catolicidad. A los pies del baldaquino de Bernini y sobre los restos de San Pedro, el primer Papa de la historia, entonaron una oración, pero no celebraron la eucaristía. Al frente, el italiano Davide Pagliarani, superior general de la Sociedad, y sus dos obispos cismáticos que siguen vivos, Bernard Fellay y Alfonso de Galarreta.

Desde el castigo del Papa polaco, la relación con Roma ha sido un constante tira y afloja. Ellos, con la misa tridentina como eje, definiéndose antimodernistas al estilo de las ex clarisas de Belorado, y vinculados a Civitas, movimiento ilegalizado que se situaba en el espectro político más a la derecha que Le Pen. Y la mujer, siempre un escalón, como mínimo, por debajo del hombre.

Desde el Elíseo no tienen dudas sobre los lefbvrianos. Miviludes, la agencia gubernamental que se creó en 2002 para analizar los fenómenos sectarios en el país, ha incluido a la fraternidad en su lista negra.

Lo cierto es que, en pleno resurgir de la ultraderecha en todo el planeta, el grupo galo ha visto cómo sus fieles han crecido a raíz de la pandemia. Se calcula que cuentan con cerca de 30.000 fieles en medio centenar de países, una minoría significativa, con altavoces mediáticos y poderío económico. Para hacerse una idea de su auge, si en 1998 contaban con 200 sacerdotes, hoy más de dos décadas después superan los 700.

Su actual líder, Davide Pagliarani, defiende que actualmente no se les considera «como una Iglesia paralela, cismática o en vías de serlo, ni como un pequeño grupo de reacción contra la modernidad, encerrada en sus costumbres retrógradas e incapaz de vivir con los tiempos». «Actualmente, su situación es a menudo envidiada y los tesoros de los que vive son codiciados. En definitiva, es un punto de referencia para muchos», dice sobre su renacer.

Y mientras, los Papas recientes, buscando mantener un maltrecho cordón umbilical. Benedicto XVI, por ejemplo, levantó en 2009 la excomunión para los cuatro prelados «fake», con Lefebvre ya fallecido, pero de poco sirvió para acercar posturas. Tras un intento de retorno a la plena comunión, en 2012 el Papa alemán dio por zanjado su empeño.

A priori podría pensarse que los doce años de pontificado de Francisco han sido algo más que indigestos para ellos. Un Papa jesuita, empeñado en aterrizar el Vaticano II con reformas que han primado a los pobres, que ha dado voz a mujeres, divorciados y homosexuales y que ha relajado la liturgia, se sitúa en las antípodas de lo que un tradicionalista espera de un Sumo Pontífice. Así se deduce de la lista de improperios que le dedicaron a Bergoglio como «liberal, naturalista y masónico».

Aun así, el Santo Padre argentino fue algo más que condescendiente que sus predecesores al declarar válidas las confesiones con curas lefebvrianos en 2015 y, dos años más tarde, aprobar los matrimonios celebrados por la fraternidad. Y, como solía ocurrir con Francisco, no tuvo problema alguno en hablar de ellos cuando se les preguntó en público. «Con monseñor Fellay tenemos una buena relación, hemos hablado algunas veces. No me gusta apresurar las cosas. Caminar, caminar… y luego ya veremos. Para mí no es un problema de vencedores o de vencidos. Es un problema de hermanos que deben caminar juntos buscando la forma de dar pasos adelante», reflexionaba en voz alta Bergoglio en 2017. A la par, sostuvo que «el estado actual de las relaciones es de fraternidad». Incluso desveló que el Dicasterio para la Doctrina de la Fe todavía estaba estudiando un nuevo documento de trabajo. De aquel texto, poco más ha trascendido de momento.

Con León XIV parecía haber llegado otra caricia inicial: esta semana se incluyó en la página web oficial del Jubileo el desembarco lefebvriano. Implicaba oficializar y reconocer su presencia. Sin embargo, fue todo un espejismo. Ayer mismo desde la Fraternidad denunciaban que habían sido borrados del mapa digital, con un mensajes sarcástico: «Estos peregrinos no existen, nunca vinieron, no rezaron, se excluye incluso que se los mencione».

Así pues, la reconciliación se torna en utópica también con Robert Prevost. Y eso, a pesar de los guiños en las vestiduras papales y su cuidada liturgia, que parece haber servido de algo más que un guiño entre los sectores más conservadores del catolicismo. Pero entre los seguidores de Lefebvre no lanzan las campanas al vuelo, aunque rezan por él y parecen reconocerle como la máxima autoridad eclesial. Así lo han manifestado en sus foros digitales, con ciertas sospechas en relación a lo que puede estar por venir: «Más allá del humo blanco, más allá de la persona del Santo Padre, hay que esperar que la verdadera luz de la Tradición disipe las nubes que oscurecen el cielo de la Roma eterna». Entretanto, sus obispos se acercan a la jubilación, por lo que necesitan un relevo de mitras y báculos. Y ahí es donde se juega la nueva partida: ¿pedirán el plácet del Papa o se desmarcarán con nuevas ordenaciones episcopales como con Wojtyła?

Freno en seco

De momento, en estos días quien ha decidido mantener a raya a los lefebvrianos era uno de los cardenales que precisamente fue aupado por el ala conservadora de la Iglesia católica durante el cónclave, el arzobispo de Estocolmo, Anders Arborelius.

«Es una asociación que no vive ni trabaja en comunión con la Santa Sede y cuyo estatus canónico es incierto», sentenciaba la Archidiócesis sueca en un comunicado, como repuesta a una gira por el país del obispo cismático Bernard Fellay, ex superior general de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, una turné que para Arborelius «es contraria al derecho canónico y conduce a división y discordia». A la par, lanzaba un recado para los fieles que participen de sus misas y de otros sacramentos: «Deben evitarse, ya que son válidos pero ilícitos. Dado que los sacramentos son los más sagrados que la Iglesia administra, exigen la más profunda reverencia. Un sacerdote nunca debe celebrar a sabiendas sacramentos no autorizados, y esto también se aplica a la participación de los fieles».