Entrevista
Sam Parnia: "Estoy convencido de que la muerte es reversible"
El cerebro humano no muere, solo hiberna, asegura este investigador, que lleva estudiando más de 30 años las experiencias cercanas a la muerte (ECM). Si es así, científicamente sería posible "resucitar"
En 2019, un equipo de científicos de la Universidad de Yale publicó un estudio en Nature que demostraba cómo habían logrado revivir parcialmente los cerebros de decenas de cerdos muertos horas después de su sacrificio en un matadero.
Si bien los autores se apresuraron a señalar que ninguno de los cerebros recuperó la actividad eléctrica organizada asociada con la consciencia, sí describían que se conservó o restauró una sorprendente cantidad de función celular. El estudio demostraba cómo lo habían hecho, pero no el porqué: los científicos buscaron el medio, no el fin.
Y, entonces, llega la pregunta clave: ¿Qué es la muerte? ¿Cómo la entendemos, despojados de creencias y filosofías y limitados, precisa y exclusivamente, por el cerebro?
Para comprender esto hablamos con Sam Parnia, director de Investigación en Cuidados Críticos y Reanimación en la Universidad de Nueva York y autor del best-seller: "Muerte lúcida" (Kairós).
"Tradicionalmente, la medicina nos dice que, cuando se muere, y hay una falta de oxígeno a las células del cerebro, bastan cinco minutos para que llegue la muerte completa –explica Parnia en una videoconferencia exclusiva–. La realidad es que la investigación de los últimos 25 o 30 años ha demostrado claramente que esto no es cierto. Entonces, ¿qué sucede cuando morimos en términos de nuestro cerebro? El problema es la forma en la que definimos la palabra muerte. Porque la palabra tiene una connotación social. Es decir que, socialmente, si etiquetas algo como muerto, significa que no hay nada. Pero la realidad es que "nada", en el cuerpo humano, en la biología, es un concepto binario. No va de negro a blanco y de blanco a negro en un momento. Es un proceso".
De acuerdo con Parnia (y con muchos expertos), el cerebro no muere enseguida, sino que hiberna. Esto es porque las células cerebrales no sufren daños irreversibles en cuestión de minutos tras la falta de oxígeno cuando el corazón se para, sino que "mueren" a lo largo de varias horas. Este margen es el "recreo" en el que los científicos pueden estudiar la muerte.
"Tu cuerpo está degenerado, pero es en un continuo –confirma Parnia–. Cuando una persona muere, la falta de oxígeno en el cerebro lleva a las células a un proceso de muerte conocido como apoptosis, y esto ocurre durante horas y días. Al mismo tiempo, la clave es que, si no haces nada, si dejas que el proceso siga su curso natural, la estructura del cerebro se conserva. Lo que quiero decir con esto es que la razón por la que la gente se pone en daño cerebral cuando intentamos resucitarlos es porque los humanos han interferido poniendo oxígeno en ese cerebro, lo que provoca una muerte celular muy rápida. Pero, si no lo hacemos, las células mueren lentamente y mantienen la arquitectura del cerebro durante horas".
Es en ese momento cuando el mencionado recreo en el que pueden actuar los científicos toma importancia. ¿Cuál es el margen? ¿Hay un espacio entre cuando se puede dar oxígeno a la gente sin que esto provoque daño y cuando ya es demasiado tarde?
Revivir 32 cerebros
"Ese es el gran desafío –asiente Parnia–. Tienes que darle oxígeno si estás tratando de revivirla. Pero, si le das demasiado oxígeno, es como poner combustible en un fuego: lo alimenta".
"Lo que hicieron en Yale, por ejemplo, fue poner oxígeno pero de una manera muy controlada, junto con medicamentos que preservaban las funciones y las células, y que actúan como una prevención para la toxicidad que este provoca. Es por eso por lo que pudieron revivir 32 cerebros. Esos son los principios de tratamiento".
Según Parnia, los estudios de los últimos cinco años (incluidos algunos realizados por su propio laboratorio, "Resuscitation Research", en la Universidad Cornell de Nueva York) han sugerido que nuestros cerebros siguen siendo "salvables no solo durante horas, sino posiblemente días después de la muerte".
"Creo que nuestro equipo es el único en el mundo que administra a los pacientes los llamados cócteles de RCP o de resucitación cardiopulmonar, que pueden incluir epinefrina, metformina (fármaco para la diabetes), vitamina C, vasopresina (un antidiurético) y el suplemento para la fatiga sulbutiamina, con el propósito de reanimarlos. De este modo, si tengo un ataque cardíaco y muero mañana, ¿por qué debería permanecer muerto? Eso ya no es necesario".
El símil del útero materno
Es en este momento de la entrevista cuando Parnia se relaja y me cuenta una anécdota, un relato popular que ya no se sabe quién le contó.
Trata de dos hermanos que están en el vientre materno y uno le pregunta al otro: "¿Crees en la vida después del parto?". El otro responde: "Claro que sí. Tiene que haber algo después del parto. Quizás estemos aquí para prepararnos para lo que seremos más adelante".
El primero le dice que eso es imposible, que no hay vida después del parto. "¿Qué clase de vida sería esa?", se pregunta. Su hermano le responde que no lo sabe, pero que seguro habrá más luz que allí, que podrán caminar y que tendrán sentidos que ahora no entienden para percibir el mundo.
"Eso es absurdo –le responde su hermano–. Caminar es imposible. El cordón umbilical nos proporciona nutrición y todo lo que necesitamos. Pero es muy corto. La vida después del parto debe descartarse lógicamente".
"Pues yo sí creo que hay algo–concluye el segundo–. Quizás sea diferente a lo de aquí. Quizás ya no necesitemos este cordón físico, quizás el parto no es el fin de la vida, y después hay algo más".
Entiendo la metáfora, le digo a Parnia, pero en ese contexto, ¿cuál sería nuestro vientre?, ¿este cuerpo?, ¿esta vida?
"Buena pregunta –asegura el investigador a través de la pantalla–. Y voy a aprovechar que estamos en una videoconferencia para responderla. De la misma manera que tú no estás sentado en mi ordenador, aunque te vea, sí necesito que mi ordenador te vea. Mi pantalla puede estar rota, pero yo te seguiré oyendo y tu seguirás allí: el ordenador es una interfaz del contenido en internet, no genera ese contenido. Con este símil, la fisiología son los procesos que ocurren en el ordenador, pero hay una parte que está procesada fuera y eso es lo que tenemos que investigar en mayor profundidad. En la muerte, la fisiología nos permite obtener una imagen, pero no es toda. Lo que nosotros buscamos es investigar y estudiar todo ese contenido al que no tenemos acceso. O no lo teníamos hasta ahora".
La ciencia nos compele a buscar pruebas para sustentar nuestras hipótesis. Y Parnia puede estar de camino a encontrar uno de los mayores interrogantes de la humanidad desde sus inicios: ¿qué hay después?
El hígado como fuente de alimentación para resucitar
Teniendo como base el citado experimento publicado en Nature –que supuso todo un hito científico al evidenciar, contrariamente a lo que se creía, que la muerte cerebral era reversible–, un equipo de científicos chinos consiguió dar un paso más alla recientemente. Los investigadores lograron reactivar la actividad cerebral de 17 cerdos enanos tibetanos casi una hora después de que cesara la circulación sanguínea, y lo hicieron gracias a la sorprendente participación del hígado.
Usando este órgano como fuente de "alimentación" en el sistema de soporte vital, consiguieron aumentar el recreo, es decir, esa ventana de tiempo crítico en la que los médicos pueden resucitar a los pacientes después de un paro cardíaco.
En el primer conjunto de experimentos, los científicos sometieron a los cerdos a 30 minutos de isquemia cerebral, y un grupo también experimentó isquemia hepática (la privación de oxígeno y de nutrientes al hígado). El grupo que tenía la función hepática intacta se comportó mucho mejor, mostrando significativamente menos daño cerebral que aquellos sin apoyo hepático. Cuando se incluyó un hígado de cerdo en la configuración, los investigadores observaron que la actividad eléctrica del cerebro regresó y se mantuvo hasta seis horas. Sorprendentemente, incluso cuando se los privó de oxígeno durante más de 50 minutos, la actividad cerebral se reinició y se mantuvo. Este avance podría conducir algún día al desarrollo de sistemas de apoyo hepático diseñados específicamente para proteger el cerebro durante y después de un paro cardíaco.