Opinión

Vacunarse: cuando el beneficio supera con creces el riesgo

Este jueves, Día Mundial de la Profesión Médica

Adulto vacunándose
Adulto vacunándoseEFELA RAZÓN

La probabilidad de morir en un accidente de tráfico a lo largo de la vida es de 1 entre 95. En cambio, la posibilidad de sufrir una reacción adversa grave tras una vacuna ronda el 0,1%, y la de morir por ella es extraordinariamente baja, casi inexistente. Sin embargo, nadie propone dejar de conducir, mientras que algunos siguen sembrando dudas sobre la vacunación.

El reciente editorial del «New England Journal of Medicine», titulado «Risk and Benefit», utiliza precisamente esta comparación para recordarnos que la vida moderna implica asumir riesgos razonables. No existen decisiones sin riesgo, pero sí decisiones sensatas, en las que el beneficio supera abrumadoramente al peligro.

Las vacunas son una de las mayores conquistas de la humanidad. Gracias a ellas, la viruela desapareció, la poliomielitis está a punto de hacerlo, y enfermedades que antes diezmaban poblaciones hoy son apenas un recuerdo en los libros de historia. Son, junto al agua potable, la intervención de salud pública que más vidas ha salvado. Y, pese a todo, aún hoy, en pleno siglo XXI, debemos seguir defendiendo su valor frente a la desinformación y la desconfianza.

Nos acercamos al invierno, época de virus respiratorios, y la vacunación frente a la gripe cobra una importancia especial. No hablamos de una molestia pasajera: la gripe causa cada año miles de hospitalizaciones y muertes, especialmente entre personas mayores, enfermos crónicos y profesionales sanitarios. Vacunarse no es solo un acto de autoprotección; es también un gesto de responsabilidad colectiva, un compromiso con quienes más riesgo tienen.

Louis Pasteur, padre de la microbiología, escribió: «El azar solo favorece a las mentes preparadas». Prepararse hoy significa confiar en la ciencia, en la evidencia acumulada y en los profesionales sanitarios. Significa entender que el riesgo cero no existe, pero que los beneficios de la vacunación son incuestionables.

El editorial del NEJM lo explica con sencillez: los riesgos de las vacunas no pueden analizarse en el vacío, sino comparándolos con los peligros reales de las enfermedades que previenen. Un efecto secundario leve no es equiparable a una neumonía grave, una hospitalización o la pérdida de una vida.

La evidencia científica sobre la seguridad de las vacunas es abrumadora. Los sistemas de farmacovigilancia de todo el mundo analizan millones de dosis cada año y detectan hasta los efectos más infrecuentes. Ningún otro medicamento está tan vigilado ni ha sido tan estudiado. Por eso resultan incomprensibles las voces que, sin ninguna base científica, alimentan el miedo y difunden falsedades en redes sociales o en tertulias. No son opiniones: son desinformaciones que confunden, erosionan la confianza y ponen vidas en riesgo.

El miedo es contagioso. Pero también lo es la confianza. Recuperarla exige transparencia, empatía y educación. No basta con decir «vacúnate porque lo dice la ciencia»: hay que explicar por qué, compartir los datos y mostrar las historias que hay detrás de cada vacuna. Cada conversación entre un médico y un paciente es una oportunidad para sembrar conocimiento frente al ruido.

Pasteur también dejó otra lección eterna: «La ciencia no tiene patria, porque el conocimiento pertenece a la humanidad». En un mundo globalizado, donde los virus viajan en horas y la desinformación en segundos, la vacunación es un escudo común. No se trata de ideología, sino de responsabilidad, sensatez y respeto por la vida.

Frente a las informaciones sin evidencia que pretenden igualar ciencia con superstición, debemos reivindicar el pensamiento crítico y la confianza en el conocimiento. Vacunarse es un acto de lucidez, un compromiso con la salud pública y una declaración de confianza en el progreso humano.

El riesgo y el beneficio conviven en toda decisión médica. Pero cuando la evidencia es tan sólida, el beneficio brilla con luz propia. En tiempos de incertidumbre y desinformación, vacunarse es avanzar, protegerse y proteger a los demás.

Y, sobre todo, es una forma de afirmar –con serenidad y convicción– nuestra fe en la ciencia y en la humanidad.