Tecnología
Hay hombres con antenas instaladas en la coronilla y mujeres con anemómetros incrustados al pecho. Otros, en cambio, han optado por implantes sísmicos para predecir terremotos o por gargantillas sensoriales para controlar las constantes vitales. La fusión del cuerpo con la tecnología está convirtiendo a las personas en seres únicos: en realidad, ya hay quien avisa de que los humanos del futuro tendrán rasgos característicos propios de una película de ciencia ficción. Estos cíborgs que hoy son una rareza en nuestra sociedad, poco a poco, van a dejar de ser una excepción para convertirse en la regla general. Precisamente porque las grandes compañías comenzarán a interesarse por este campo y también querrán quedarse con su trocito de mercado. De hecho, la progresiva llegada de estos avances ya plantea el siguiente dilema: ¿estamos evolucionando hacia el Phono sapiens? El siguiente caso guarda la respuesta.
La dependencia y el enganche que tenemos sobre sobre nuestros smartphones no sólo ha llamado la atención de numerosas instituciones más o menos relacionadas con la salud, sino también de otros sectores que han encontrado en ambas deficiencias una oportunidad de negocio. Minwook Paeng, estudiante de diseño industrial, es uno de ellos: dado el estricto control que ejercemos sobre los teléfonos inteligentes, este joven ha desarrollado un tercer ojo robótico que se fija en la frente y busca obstáculos cuando los nuestros se encuentran pegados a la pantalla. Este invento es, sin lugar a dudas, el primer paso de la evolución del Phono sapiens: ya que no podemos evitar mirar una y otra vez este aparato, lo mejor es adaptarnos al medio con una visión alternativa que nos permita hacer las dos cosas al mismo tiempo. De esta forma, es posible controlar tanto nuestros pasos como todo lo que ocurre en el mundo virtual.
Su funcionamiento está diseñado para ello: este órgano cuenta con autonomía propia y únicamente se activa cuando nuestra mirada se dirige hacia el móvil. “Gracias a este tercer ojo, espero que la gente pueda criticar nuestros comportamientos y repensar nuestra evolución para resolver los problemas que encontramos en el presente”, asegura Paeng. Consta de un estuche de plástico que se coloca sobre las cejas mediante una almohadilla de gel y de un pequeño altavoz que se conecta a un sensor giroscopio en el interior. De esta forma, cuando se detecta la inclinación de la cabeza del usuario, el párpado artificial se abre, dejando a la máquina hacer su trabajo. Así, cuando localiza un escollo inoportuno, alerta a su dueño a través de un sistema de voces pregrabadas. Rápido y efectivo, teniendo en cuenta la gran cantidad de distracciones que se sufren por culpa de WhatsApp y compañía.
“Al usar los teléfonos en una mala postura, las vértebras se inclinan hacia adelante, lo que provoca el llamado síndrome del cuello de tortuga, y además los meñiques sobre los que apoyamos los artefactos se acaban doblando”, añadió Paeng en una entrevista con Deezen. “Cuando pasen algunas generaciones, estos pequeños cambios en su uso se acumularán y crearán un concepto del mundo completamente distinto”. Lo que está claro es que ésta y otras tantas propuestas tienen por objetivo solucionar buena parte de los nuevos hándicaps que las personas se encuentran hoy en sus rutinas. Es verdad que estos podrán ser vistos como más o menos importantes, pero la realidad es que cuando empiezan a afectar a una generalidad, la técnica tiene que actuar para solventarlos lo antes posible. Sólo así se podrá evitar el deterioro del ser humano y favorecer su evolución hacia formas cada vez más perfectas.
El impacto en la danza
¿Qué hubiese ocurrido si Meryl Streep hubiera bailado Super trouper con un láser apuntando a los tres señores que supuestamente eran los padres de su hija, interpretada por Amanda Seyfred? O si, en Grease, los bailoteos de John y Olivia estuvieran controlados por sensores del movimiento. Lo mismo para la prueba de Jennifer Beals en Flashdance. Imagínese si hubiese utilizado unas e-traces, esas curiosas zapatillas que dibujan con precisión los movimientos artísticos gracias a los datos enviados desde una aplicación digital. Hablar del cuerpo en movimiento en sincronía con la tecnología es algo poco habitual. De hecho, aunque estamos rodeados de miles de gadgets, no hay muchos estudios concienzudos sobre esta conexión a priori, tan lejana. Alguno de los que sí lo han logrado, a lo largo de la historia, han sido los bailarines Loie Fuller o Merce Cunningham.
No obstante, se trata de dos disciplinas que encajan a la perfección y que ya han explorado caminos conjuntos para el tratamiento de nuevas formas de expresión. Por un lado, por ejemplo, ingenieros de la Universidad de Minnesota (Estados Unidos) han creado un dispositivo que une el sonido con la luz. Este chip utiliza una base de silicio recubierta con nitruro de aluminio que permite llevar a cabo un cambio eléctrico que hace que el material se deforme y genere ondas que crecen en su superficie. Por otro lado, iLuminate es una empresa de trajes que incorporan un software capaz de controlar el conglomerado de luces que emplea. De tal modo que el programa posibilita la sincronización entre música, movimiento y efectos de luz, que a su vez se combina con un escenario completamente oscuro para crear la ilusión de pantalla digital.
En España, existe un laboratorio dedicado en exclusiva a este campo de investigación. Se trata de un proyecto que surgió, en 2017, de la colaboración entre el Festival Trayectos de Zaragoza y el Centro de Arte y Tecnología Etopía, junto a los Departamentos de Robótica e Ingeniería de Diseño de la Universidad de Zaragoza, BIFI, laboratorios CESAR, ISAAC Lab, Affective Lab, I3A y GIGA. Su objetivo es indagar en el vínculo de la danza con la robótica, la fachada digital, el vídeo inmersivo, las técnicas de captura digital, el software… lo que, de nuevo, colocaría al individuo en el camino de ese Phono sapiens que, al final, lo que busca es adaptarse a los cambios que van surgiendo como consecuencia de la progresiva interrelación de la vida humana con la tecnología. Ni más ni menos. ¿Y después? La naturaleza dirá.