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Todo en Maldivas gira en torno a la playa. Y no una cualquiera, sino una en la que la arena resulta tan fina como un rayo de sol y sus aguas parecen salpicadas por tonalidades picassianas. En este pequeño rincón del mar Arábigo, ir descalzo no es ni tan siquiera una opción. Quizá, como dicen sus locales, porque esa es la mejor forma de conectar con la materia que nos hace realmente felices. No en vano, este conjunto de 1.200 islas es uno de los puntos predilectos cuando los músculos empiezan a agarrotarse por culpa del estrés y las arrugas comienzan a marcarse más de la cuenta. Peces de vivos colores, enormes atolones de coral, brisas de aire renovado… al sur de Sri Lanka e India, se ubica este ensueño tropical que bien nos recuerda que los básicos nos pueden hacer sentir igual o mejor que los lujosos resorts que salpican su costa. Maldivas, sin duda, es uno de esos destinos que transforma con gran rapidez la quemazón en sosiego, pero también uno de los podría desaparecer con la misma facilidad.
No hay otra nación en el mundo que se enfrente a una amenaza medioambiental tan grande como ella: más del 80% de su territorio se encuentra a menos de un metro sobre el nivel del mar, lo que la convierte en una de las principales víctimas del progresivo aumento de las aguas. “Somos uno de los países más vulnerables de La Tierra y, por tanto, necesitamos adaptarnos”, dijo su vicepresidente de entonces, Mohammed Waheed Hassan, durante la presentación del informe del Banco Mundial de 2010. En él, ya se advirtió de que sus casi 200 islas habitadas podrían quedar sumergidas de aquí a 2100. De hecho, tal es la preocupación que el Gobierno anunció la compra de terrenos en otros lugares para que sus ciudadanos puedan trasladarse en caso de que sus hogares se hundan. Sin embargo, esta intención parece haber quedado en papel mojado, dados los últimos movimientos político-sociales: el objetivo ahora no es combatir contra la naturaleza, sino adaptarse a ella. ¿Cómo? Con un proyecto de desarrollos urbanos flotantes.
Su nombre es Maldives Floating City (MFC), tendrá una extensión de 200 hectáreas y se pondrá en marcha el próximo año. Se levantará en las inmediaciones de Malé, la capital, y contará con viviendas, hoteles, tiendas y restaurantes. “Al estar en primera línea del calentamiento global, la república está perfectamente posicionada para reimaginar, sobrevivir y prosperar ante la subida de los mares y la erosión costera”, subrayaron, a principios de abril, el Ejecutivo y la constructora en un comunicado conjunto. El plan, elaborado por la firma holandesa Duch Docklands, se sostendrá sobre unas estructuras hexagonales inspiradas en la geometría del coral autóctono. De tal modo que este esqueleto con forma de panal de abeja estará conectado a la barrera natural hallada alrededor de una laguna y, al mismo tiempo, servirá de protección frente a las corrientes marinas subterráneas. A su vez, ingentes cantidades de arena se dispondrán a su alrededor para afianzar su estabilidad.
“Esta ciudad emergente no requiere la apropiación de solares, por lo que su impacto en los arrecifes es mínimo”, explicó al respecto Mohamed Nasheed, presidente del parlamento maldivo. “Se construirán nuevos y gigantescos rompeolas. Nuestra adaptación al cambio climático no debe destruir la naturaleza, sino trabajar con ella”. Gracias a una tecnología de vanguardia, conseguirá que sus urbes mantengan el equilibrio con independencia de que el nivel del agua suba más o menos, garantizando así la supervivencia tanto de sus habitantes como de sus tradiciones. De facto, las casas estarán delineadas tomando como referencia la arquitectura insular y las costumbres marineras. Por el momento, se desconoce el número que habrá, pero sí se sabe que contarán con 100 metros cuadrados útiles y que dispondrán de una azotea en lo alto. En cuanto al precio, rondarán los 206.281 euros. Una cantidad que parece pequeña para el turista, pero que habría que valorar para los vecinos.
Avances sostenibles
El concepto que aquí se plantea recuerda al de otros proyectos en los que se ha ido comiendo terreno al mar de manera progresiva. Por ejemplo, Japón lo hizo en 1987 para construir un aeropuerto en el mar, Holanda lo sigue practicando con diques para contener el agua, Dubai ha cimentado sus míticas palmeras y China también está en proceso de dar forma a sus primeras metrópolis artificiales. Así, mientras que algunos han optado por la acumulación de arena, otros han preferido escoger el hormigón. Dos materiales que distan mucho de lo que se pretende hacer en Maldivas. Ahora bien, si éste no es el único experimento de islas flotantes, ¿por qué ha levantado tal revuelo? La respuesta es sencilla: es la primera vez que se ensamblan edificios con estructuras de la naturaleza a través de la tecnología. El propósito es desarrollarlo en varias fases y tenerlo completado en una década. Se estima que la primera de ellas estará lista en cinco años.
Es evidente que una idea de este calibre puede sentar cátedra de cara al futuro. La unión de la técnica más avanzada con la protección del medioambiente, poco a poco, empieza a dar sus frutos. Sobre todo, después de analizar diseños como éste, que albergan un fin superior al meramente económico: sobrevivir. Pues, aunque buena parte del turismo mundial se vaya a beneficiar de las envidiables prestaciones que pueda aportar, el objetivo principal es proteger a todas las familias de pescadores tradicionales que, ahora mismo, ven su futuro pendiendo de un hilo. Tanto es así que el espacio también contará con hospitales, farmacias, institucionespúblicas y escuelas para garantizar la calidad de vida de los locales. Si funciona, se podrá exportar a otros territorios que también están pasando por una situación parecida, como es el caso de Nauru, Tuvalu, Vanuatu o Fiyi. ¿Viviremos así en el futuro? Toca esperar.