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Diez pistas para entender la pasión de su hijo por el móvil

Una niña consultando un teléfono móvil
Una niña consultando un teléfono móvillarazon

Lo habrán oído muchas veces: “Mi padre no me entiende”. Asomémonos ahora al otro lado. Escuchen: “No entiendo la pasión de mi hijo por el móvil”. Admitámoslo. Unos y otros, padres e hijos, hablan idiomas distintos cuando se trata de las nuevas tecnologías. Y para conseguir que los adolescentes hagan un consumo sano y responsable de ellas es imprescindible derribar ese muro que les separa. Dos no se entienden si uno (o los dos) no quieren.

¿Cómo conseguirlo? Una de las personas que más sabe de ello es Guillermo Cánovas, director del Observatorio para la Promoción del Uso Saludable de la Tecnología (EducaLIKE), que dedica parte de su tiempo a dar charlas en colegios e institutos y ante profesionales que trabajan con menores, como médicos o policías, sobre el buen uso de las nuevas tecnologías. De entre sus mensajes y consejos podríamos sacar una serie de recomendaciones:

1. ¿Móvil? ¿Qué móvil? Como primera providencia, hay que hacer todo lo posible por que padre e hijo hablen el mismo idioma. Para el progenitor, ese cacharro que tiene en las manos es un teléfono, como los que había antes pero más moderno, pero para el adolescente es otra cosa. Es una cámara de fotos. Es un ordenador. Es un aparato de música. Es, sobre todo, una videoconsola. “Cuando nos piden un móvil no nos están pidiendo un teléfono, y de hecho hablarán poco con él. Nos están pidiendo el aparato más sofisticado que tenemos –explica Cánovas-. Los adolescentes del Renacimiento habrían dado todo por tener uno de esos

2. La tecnología no es el problema. Es más, es la solución a la necesidad de información. Fuera, por tanto, prejuicios. Estamos en un mundo, recuerda el experto, en el que la inmensa mayoría de la información que se genera es digital, por lo que dejarles fuera de este circuito les colocaría en desventaja respecto al resto.

3. La metáfora del libro de instrucciones. Otro argumento para intentar ponerse en la piel de ese ser -tan desconocido para muchos padres- que es ese hijo o esa hija pegado a la pantalla de su móvil. Desde que tienen uso de razón han jugueteado con el móvil de sus padres, han pasado el dedo por su pantalla y han desarrollado la intuición hasta niveles que un adulto no puede sospechar. Por eso encuentran todas las funciones que nosotros no vemos “y sin tener que consultarlo en ningún sitio”. “¿Se han parado a pensar que los niños no saben qué es un libro de instrucciones? –se pregunta Cánovas-. Nosotros acudimos a él para poner en marcha un móvil. Ellos empezarán a toquetear todo hasta que, en pocos pasos, lo tengan dominado”. Va a ser verdad que hablan otro idioma.

4. Los “dormitorios de móviles”, imprescindibles. Puede que ellos les den mil vueltas a usted en el uso del teléfono, pero, por su propio desarrollo madurativo, carecen de las herramientas para ponerse límites. Y ahí es donde la “conversación” debe girar al lenguaje del adulto. Para empezar, transmita a su hijo que en esa casa, en su casa, se acaba de inaugurar el “dormitorio de móviles”, es decir, un lugar en el que, a partir de cierta hora, se dejan los teléfonos y no se tocan hasta el día siguiente. Se sorprenderá de los resultados.

5. Las comidas, sagradas. Más consejos. Más normas. Las comidas son zona libre de móviles (prohibido tocar el whatsapp). Para ellos, pero también para los padres. Los malos ejemplos son los peores. Son muchos los casos, recuerda Cánovas, en los que los propios alumnos, cuando se les da esta charla en el colegio, levantan la mano para afirmar que los primeros que no cumplen esta norma son sus padres.

6. Ellos no lo saben, pero las apps no son gratis. Recuérdeles que hay que leer el contrato antes de descargarse una aplicación (¡pero si ni siquiera los adultos las leen!) y no bajarse ninguna que abra la puerta al uso de datos personales o dé entrada a otras apps maliciosas. Se sorprenderá de las condiciones que incluyen algunas. En definitiva, lea con ellos las condiciones de uso. Haga ese esfuerzo.

7. Inculque las buenas prácticas. Enséñeles que es conveniente quitar la geolocalización, a ser muy prudentes con la cámara, a instalar un buen antivirus... Les sonará a chino. Les sonará a otro idioma.

8. Ojo con las redes sociales. En Instagram deben tener solo contactos conocidos. Ayúdeles a reforzar al máximo la privacidad de los perfiles. Y ábrales los ojos con el gran mito que rodea a la red social de moda, snapchat. Ese que dice que se puede subir cualquier foto porque se borra poco después... “Es mentira que esa foto no se pueda recuperar. Se puede hacer una captura de pantalla, y hay aplicaciones que crean una carpeta local en el móvil que guarda todo lo que llega por snapchat”, advierte Guillermo Cánovas.

9. Vamos terminando. Penúltimo consejo. Siéntese con su hijo y pronuncie la frase mágica: “Tenemos que hablar”. Ese juego con el que estás no me gusta nada... Ese juego será, seguramente, el Clash of Clans, adictivo donde los haya. Hágale saber a su hijo que no debe aceptar en el “clan” a desconocidos, que no debe dar un solo dato de nombre real, edad, colegio o hábitos de vacaciones y que eso de tirar de la tarjeta de papá para comprar “gemas”, ni lo sueñe. Se ahorrará muchos disgustos.

10. Y para acabar, décimo y último mandamiento. Para hablar el mismo idioma que su hijo es imprescindible que usted, padre, que usted, madre, se siente con él cuando tiene 11 o 12 años y le eduque, le supervise sus primeros pasos y consiga que vea en usted una persona en quien confiar. Un símil para ilustrarlo. “Igual que no esperamos a que crucen solos una calle por primera vez para darles todo tipo de consejos, sino que lo hacemos años antes, ¿por qué dejarles a que se enfrenten solos a ese mundo de las nuevas tecnologías? “Hay que involucrarse con ellos desde el principio, y no esperar a que se inicien solos cuando ya no nos dejan acompañarles.. No se trata de iniciarles cuanto antes, sino de guiarles desde edad temprana, que es cuando ellos aceptan y demandan nuestro acompañamiento y nuestro consejo”, concluye Cánovas.