Televisión
Tan lejos y a la vez tan cerca
Lo nuevo de Damon Lindelof tal vez no se parezca mucho al cómic de Alan Moore y Dave Gibbons en el que se basa, pero aun así logra capturar eficazmente su espíritu
Cuando “Watchmen” vio la luz en otoño de 1986, puso el mundo editorial patas arriba. Creado por Alan Moore y Dave Gibbons, era a la vez una intriga criminal, una crónica histórica alternativa de la paranoia consustancial a la Guerra Fría, un relato de superhéroes exclusivamente para adultos y, por supuesto, una deconstrucción y un cuestionamiento salvajes de la naturaleza y el propósito mismo de los relatos de superhéroes. ¿Qué tipo de persona enferma se disfrazaría con mallas de colores y una máscara para administrar justicia de forma violenta y en público?, se preguntaba el libro entre muchas otras cosas, y mientras lo hacía transformó por completo la imagen y las aspiraciones de la industria del cómic.
Era una obra tan ambiciosa -dotada como estaba de técnicas narrativas múltiples, saltos entre décadas, montones de contexto y subtexto y una miríada de personajes complejos- que no tardó en ser considerada como inadaptable a la pantalla. Directores como Terry Gilliam, Darren Aronofsky y Paul Greengrass intentaron sin éxito llevarla al cine; Zack Snyder sí lo logró, pero “Watchmen” (2009) demostró no haber entendido nada del concepto original. Es con esos antecedentes que acaba ahora de llegar a HBO la versión seriada urdida por Damon Lindelof, talento cuya obra televisiva previa -en concreto “Perdidos” y “The Leftovers”- ya compartía código genético con la obra maestra de Moore y Gibbons.
¿Cómo es “Whatchmen”?
En lugar de ofrecer lo que entendemos por una adaptación al uso, Lindelof ha creado una secuela ambientada en el mismo universo que el texto primigenio, que reconoce los acontecimientos en él relatados pero solo recupera algunos de sus personajes. También son completamente diferentes la ambientación -tiene lugar 30 años después, en un presente que no es el nuestro- y el asunto central. La nueva serie, en efecto, habla sobre todo del supremacismo blanco, y traza líneas de conexión que llegan hasta la América esclavista con el fin de dejar claros los peligros de la fe ciega en las instituciones y reflexionar sobre lo que significa vivir en un mundo en el que las autoridades más poderosas promueven el nacionalismo, coquetean con el fascismo y aceptan el colapso ambiental. En nuestro mundo, pues.
Mientras transita a lo largo de más de un siglo de historia, numerosos géneros y varias localizaciones de este planeta y de otros, Lindelof va construyendo un universo alternativo tan detallado y expansivo como una pintura de El Bosco, en el que no hay internet ni teléfonos celulares, Estados Unidos ganó la guerra de Vietnam y Robert Redford lleva tres décadas ocupando la Casa Blanca. Hay momentos en los que el relato amenaza con resultar inmanejable a causa de la cantidad de personajes y elementos fantásticos, pero en última instancia todos los elementos narrativos encuentran su sitio; y, aunque por lo general el tono es más sombrío de lo que el material parece exigir, la serie lo compensa trufando la acción de calamares que llueven del cielo, cabinas telefónicas en línea con Marte, bromas sobre “La lista de Schindler” y un gag impagable sobre un consolador azul gigante. Está claro que Alan Moore no se tomará la molestia de sentarse a verla; siempre ha rechazado las adaptaciones a la pantalla de su trabajo. Y él se lo pierde porque, si lo hiciera, tras sentirse inicialmente confuso por la cantidad y la magnitud de las libertades que se toma, comprendería hasta qué punto esta versión de “Watchmen” captura el espíritu de la suya.
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