
Entrevista
Santiago Korovsky: “El humor bien entendido es una herramienta muy poderosa para pensar”
El actor, creador y director argentino habla del detrás de escena de "División Palermo", su serie para Netflix que mezcla inclusión, sátira y ternura

Hablar de inclusión desde el humor puede parecer una apuesta arriesgada, pero también profundamente necesaria. Santiago Korovsky lo entendió desde el comienzo, cuando imaginó una patrulla urbana integrada por personajes que no suelen ocupar el centro de la escena. En "División Palermo", la risa convive con la incomodidad, y la comedia se vuelve una herramienta política. Con la segunda temporada ya disponible en Netflix, el actor, director y guionista reflexiona sobre los límites del humor, los prejuicios propios y ajenos, y lo mucho que aprendió al hacer esta serie.
¿Cree que el humor funciona como una forma de señalar lo que nos pasa?
Nosotros nos movemos desde cosas que nos atraviesan a nosotros mismos, pero también desde el mundo en el que vivimos. Sin particularizar en personas o nombres, metemos en una licuadora todo lo que sentimos absurdo, para reírnos pero también para ponerlo en foco. ¿Qué nos está pasando con esto? ¿Qué hacemos con esto? ¿Cómo mejorar? El humor aparece como una herramienta de reflexión.
¿Cuál fue la inquietud inicial que lo impulsó a crear esta historia?
Tenía muchas ganas, desde hace años, de hacer algo. Me estaba asustando un poco prenderle fuego a una idea. Y se me ocurrió que nosotros, todos mis amigos, mis compañeros de teatro, íbamos a hacer una fuerza de seguridad. Me pareció absurdísimo. Después pensé: “Mejor que sean policías”, pero era igual de absurdo. Somos torpes, cobardes, no damos con el físico. Entonces surgió la idea de una guardia urbana, ese grupo de civiles no armados que no se sabe bien para qué sirven. Eso me pareció una vuelta de tuerca para acercarme a la comedia policial desde otro lugar.
¿Y cómo surgió esa conexión con la inclusión?
Pensé: ¿qué pasa si estas fuerzas de seguridad quieren mostrarse inclusivas, parte del pueblo? Y entonces convocan a un chico que hace yoga, uno en silla de ruedas, un inmigrante… Como una acción de marketing. Esa fue la idea inicial, y ahí tuve que investigar mucho sobre discapacidad, minorías, y aprender para poder sumarlos a la escritura.
¿Durante la producción se encontró con sus propios prejuicios?
Sí, por ejemplo, en esta temporada se sumó un chico con síndrome de Down. Y lo primero que uno piensa es: “es un angelito”. Eso es un prejuicio. Después conoces a la persona, te das cuenta de que tiene contradicciones, como todos. Por suerte, nos dimos el espacio para entender eso. De eso también trata la serie: de cómo nuestra torpeza, en el intento de ser inclusivos, muchas veces infantiliza o anula al otro.
¿Cómo maneja la responsabilidad de hacer reír sin banalizar?
El humor bien entendido es una herramienta muy poderosa para pensar. Nosotros no usamos el humor al servicio de la burla, sino como forma de reflexión. A veces hay chistes que son solo para reír, claro, pero también se trata de democratizar el humor. Las minorías también tienen derecho a reírse de lo que les pasa. En esta temporada ya éramos amigos de muchos actores, así que les preguntamos: “¿De qué se ríen? ¿Qué cosas les duelen?”. Queríamos hablar con conocimiento de causa, y chequeábamos todo: hasta el momento de rodar, estábamos atentos a estar del lado correcto.
¿Se encontró con límites impuestos por lo políticamente correcto?
Sí, hay dos extremos. Por un lado, una corrección política a veces vacía, y por el otro, una crueldad enorme. Un chico con parálisis cerebral que actúa esta temporada decía algo muy claro: “No queremos que nos miren ni con lástima ni con admiración, con igualdad”. Eso es todo. Hay que hablar con ellos, incluirlos. Ellos también se ríen de lo que les pasa. A veces como forma de denuncia. A veces porque, simplemente, da risa.
¿Hay algo que aún no se anime a contar en clave de comedia?
Sí, hay fotos que están demasiado frescas, con la carne viva. Nos cuidamos mucho de no hacer humor que se burle de algo que una persona vulnerable no puede cambiar. Ese es nuestro límite. Y el otro límite es que sea gracioso. Si no es gracioso, el chiste se saca. En la primera temporada estábamos nerviosos, pero cuando vimos que la gente lo tomaba bien, en esta segunda fuimos un poco más allá.
¿Cuál fue la conversación más reveladora que surgió a partir de la serie?
Hernán Cuevas, que interpreta a Johnny, es un actor con acondroplasia y un gran amigo. Me dijo que algo que le pasó es que antes lo veían como “el chico de talla baja”. Ahora lo ven como “el actor de ‘División Palermo’”. Eso me emociona mucho. Trascender la minoría para ser visto como profesional. Y eso quisimos hacer con los personajes también: que no estén definidos solo por una condición, sino por sus contradicciones, sus pasiones, su humanidad.
¿Qué se lleva de Felipe, su personaje?
Casi todo, te diría. Felipe es una parodia de mí mismo. Está lleno de mis torpezas, miserias, inseguridades, contradicciones. Es una mirada extrema sobre eso, claro, pero fue un aprendizaje enorme. Como lo es para Felipe, también lo fue para mí: conocí gente genial y aprendí mucho.
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