Actores

A esto conducen nuestros rezos

El canal XTRM empieza hoy a emitir la primera temporada de «American Gods», sin duda una de las ficciones televisivas más extrañas de la historia.

El actor Bruce Langley encarna al personaje Technical Boy, un dios de la era moderna
El actor Bruce Langley encarna al personaje Technical Boy, un dios de la era modernalarazon

El canal XTRM empieza hoy a emitir la primera temporada de «American Gods», sin duda una de las ficciones televisivas más extrañas de la historia.

Que «American Gods» tardara nada menos que 16 años en pasar de la página a la pantalla tiene un motivo. Neil Gaiman concibió su célebre novela como una obra inadaptable con el fin de dejar en evidencia las limitaciones de la ficción audiovisual. Por supuesto él no podía imaginar que, a lo largo de todos esos años, las posibilidades visuales y narrativas del entretenimiento televisivo serían ampliadas lo suficiente como para permitir que, en 2017, su libro fuera convertido en una de las teleseries más bizarras jamás producidas.

La descripción no es exagerada, y para demostrarlo conviene acordarse de la anterior ficción concebida por su «showrunner», Bryan Fuller: «Hannibal» era sangrienta, perversa y estimulante, y estaba más interesada en proporcionar imágenes y atmósferas oníricas que en la narración tradicional; por momentos, se situaba lo más cerca de la abstracción que una serie dotada de trama y personajes puede estar. Pues bien; al menos en ese aspecto, «American Gods» hace que «Hannibal» parezca «Cuéntame cómo pasó».

Control del universo

Lo que se relata en su primera temporada, que hoy empieza a emitirse en XTRM tras ver la luz en Amazon Prime, son los primeros compases de una guerra entre los dioses viejos y los dioses nuevos por el control del universo. Nos explicamos: la idea es que los inmigrantes que llegaron durante siglos a Estados Unidos. trajeron consigo sus propias deidades –Odin, Anubis, Shiva, muchos más–, y que con el tiempo han ido dejando de creer en ellas para poner toda su fe en otras más prosaicas: la tecnología, internet, el entretenimiento y comercio de masas. Y ahora esos espíritus ancestrales nórdicos, eslavos y africanos viven en los márgenes, reconvertidos en prostitutas y taxistas y borrachos, listos para recuperar su supremacía.

Mientras lo hacen, es cierto, «American Gods» no muestra especial interés en el destino de la humanidad. En realidad, trata esa premisa como excusa para combinar personajes excéntricos y largos diálogos de ascendencia tarantiniana para sumergirnos en un expansivo viaje por desiertos y constelaciones y casinos faraónicos; para mostrarnos exploradores cuya sangre estalla como si fueran fuegos artificiales y búfalos de ojos llameantes y mujeres que devoran gente con su vagina y duendes gigantes e imitaciones increíblemente convincentes de David Bowie.

Por eso, inevitablemente, mientras contemplamos «American Gods» no siempre nos resulta posible hacernos una idea de qué demonios está pasando. A ratos, es cierto, se nos ofrece mucho más estilo que sustancia. Pero qué estilo. Fuller y el coproductor Michael Green han ideado un mundo inspirado a la vez en el arte religioso barroco y el «giallo» y el terror «lynchiano», y trufado de unas cantidades de violencia y sexo –ninguna otra serie había mostrado tantos penes, a menudo erectos– que a todas luces resultarían excesivas si no se nos presentaran de una forma tan deslumbrantemente estilizada. Cualquiera de los planos quedaría estupendo colgado en la pared del salón.

¿Qué hay detrás de tanta virguería visual? En última instancia, «American Gods» ofrece un mensaje de asombrosa relevancia sobre quién tiene el poder en Occidente; aquí, después de todo, los dioses viejos son personificados como gente negra o inmigrantes con acento raro, mientras que los nuevos son blancos y opulentos. La batalla entre unos y otros, además, funciona como metáfora de un país que trata de entender su propia identidad, pero también de la fluidez que muestra el ser humano a la hora de articular su naturaleza crédula e irracional: en el pasado dimos forma humana a nuestras fantasías y aspiraciones y las llamamos Dios, y hoy las proyectamos sobre las pantallas que rodean nuestras vidas.