Noche polar
¿Qué es el sol de medianoche y cómo influye en nuestro cuerpo?
En determinadas regiones del planeta ocurren meses donde el sol no se pone nunca o la inversa, donde la noche se prolonga durante semanas, afectando directamente a nuestro reloj biológico
En determinadas zonas del planeta, que sea de día o de noche no se ajusta a los parámetros que nosotros consideramos normales. Nuestro mundo es un lugar complejo y extraño. Por ejemplo ahora, en este mismo instante en el Polo Sur, las focas y los pingüinos han pasado varios meses sin ver el cielo oscuro mientras arriba, en el Polo Norte, los animalitos y determinados asentamientos inmersos dentro del círculo polar ártico llevan desde que comenzó el invierno sin sentir en su carne la tibieza del sol. Este fenómeno de noche prácticamente perpetua recibe el nombre de noche polar; mientras las épocas donde los polos y sus alrededores bullen con un sol que nunca se pone reciben el nombre de sol de medianoche.
Este tipo de sacudidas de luz y oscuridad conllevan una serie de consecuencias, entre beneficiosas y perjudiciales para los seres humanos, que conviene conocer antes de decidir qué época del año sería mejor para visitar estos destinos.
¿Dónde ocurre el sol de medianoche?
Debido a que no existen asentamientos humanos en el Polo Sur, más allá de las expediciones científicas allí destinadas, mientras numerosos países se encuentran muy próximos al Polo Norte y varios de ellos se encuentran metidos dentro del círculo polar ártico, el fenómeno del sol de medianoche solo influye a los humanos en el hemisferio norte del planeta. Y los países afectados no son pocos: Noruega, Finlandia, Groenlandia, Canadá, Suecia, el norte de Rusia y Alaska se ven afectados en mayor o menor medida por este fenómeno que ocurre en los meses de verano. Cuando el sol sube, sube, luego baja, baja, y en el momento exacto en que parece que se pondrá para ceder el paso natural a la noche, vuelve a subir, sube, sube y vuelve a bajar, otra vez para rozar con los dedos el horizonte y ascender de nuevo.
En Svalbard, en Noruega, en la zona habitada más septentrional de Europa, el sol luce de forma ininterrumpida durante 73 días al año, desde el 18 de abril hasta el 25 de agosto. Y más arriba, en el Polo Norte que es el ombligo de nuestro planeta, el sol luce asolador durante seis meses al año, de manera que podríamos decir que solo ocurren un amanecer y un anochecer cada 365 días.
Sin embargo existen regiones fuera del círculo polar ártico que también se ven influidas por el sol de medianoche, aunque en menor medida, como ocurre con ciertas zonas al norte de Islandia o Dinamarca, donde las noches apenas duran tres o cuatro horas durante los meses de verano, o incluso el punto más septentrional de Escocia, donde las noches aparecen levísimamente iluminadas por una especie de crepúsculo, una fina línea naranja que se extiende por el horizonte y no desaparece hasta que el sol sale nuevamente por las mañanas. La explicación que damos al sol de medianoche es sencilla: se debe a la inclinación de la Tierra respecto a la elíptica, que es aproximadamente de 23 grados y 27 minutos. Los meses de verano, cuando el sol pega más directamente en el hemisferio norte de la Tierra, la inclinación de nuestro planeta lleva a que el astro rey no llegue a ponerse del todo.
El reloj circadiano
¿A quién no le ocurrió que se despertó demasiado tarde de la siesta en invierno, cuando ya había anochecido? ¿Y, en lugar de sentirse fresco y despejado, vio la calle oscura y se sintió todavía más cansado que antes de dormir? O quizá nos hayamos despertado alguna mañana cuando el sol ya brillaba alto, rebosante de luz, y de inmediato nos despejamos y sentimos que las horas de sueño nos triplicaron las fuerzas. Esto se debe a que el ser humano, al igual que la mayoría de los seres vivos, vivimos sujetos a una serie de ciclos donde influyen la noche y el día, y dependiendo del ciclo en que nos encontremos en cada momento, la respuesta de nuestro cuerpo será diferente. Podemos comprobarlo fácilmente con las plantas, que producen más oxígeno durante el día que por la noche, y en nosotros mismos cuando sentimos sueño al salir la luna y esconderse el sol.
El mecanismo con que contamos los seres vivos para controlar estos ciclos de noche y día reciben el nombre de reloj circadiano. Gracias al reloj circadiano somos capaces de controlar aspectos de nuestra fisiología mediante la segregación de hormonas, como puede ser la melatonina, en función de la luz o la oscuridad que percibamos. Y debe saberse que un desajuste en nuestro reloj circadiano puede ser muy dañino, hasta provocarnos dificultades en la vida diaria como pueden ser desorientaciones, enfermedades varias y, en ocasiones, la misma muerte. Por tanto resulta lógico preguntarnos hasta qué punto nos afecta este asunto de los soles de medianoche y las noches polares.
La respuesta que concierne a los animales resulta más simple que la nuestra. Algunas criaturas, como ocurre con los renos que viven en las zonas más septentrionales del planeta, simplemente han “desconectado” su reloj circadiano. Otros, como las ardillas o los osos, se limitan a seguir sus procesos de hibernación y “desconectan” de una manera diferente durante los meses que el sol apenas se atreve a salir, mientras disfrutan pletóricos de las épocas de luz abundante. Pero el ser humano no ha salido tan beneficiado en esta cuestión, y podría decirse que no se ha acoplado con la misma facilidad que otros animales.
¿Qué efectos provoca en los humanos?
El sol de medianoche es casi una bendición para los pobladores de las regiones más al norte. Se celebran festivales de música o de cualquier tipo, las terrazas se abarrotan de consumidores, las sonrisas brillan con mayor facilidad. Los meses del sol de medianoche son maravillosos, pura luz para las gentes que aguantaron los meses de la noche polar sin rechistar. Solo resulta incómodo irse a dormir a las once “de la noche”, cuando todavía brilla el sol, y despertarnos para beber agua a las cinco de la mañana y ver al sol todavía brillando. Mientras los locales se han acostumbrado a este descuajeringue de luces y sombras, hasta el punto de que pocos países nórdicos, por no decir ninguno, tienen persianas en sus casas que frenen los rayos de sol mientras duermen, la luz ininterrumpida puede suponer un incordio para los visitantes.
Cuando se visita un país nórdico durante los meses de verano, la preparación que deberíamos llevar a cabo es sencilla: basta con llevarse un antifaz para dormir más fácilmente. Y esforzarnos por dormirnos y despertarnos a las horas adecuadas.
La noche polar, sin embargo, acarrea problemas. Bastantes problemas. Desde la escasa segregación de melatonina que resulta crucial para el funcionamiento de nuestro reloj biológico hasta el aumento de suicidios que se dan en estas regiones durante los meses de invierno. La falta de luz provoca un bajón de vitaminas, depresiones, nostalgias, alteraciones en los ciclos del sueño, trastornos físicos y psicológicos de numerosos tipos, hasta el punto en que, curiosamente, el país del mundo con una mayor tasa de suicidios es Groenlandia. Claro que visitar durante el invierno estos destinos puede ser divertido, es en esta época del año cuando podemos ser testigos de las auroras boreales, pero vivir todo el año, todos los años aquí, es otro cantar. Complicado, desde luego. Por eso la mejor solución posible a los efectos que las noches polares tengan sobre nosotros pasa por las enormes luces artificiales que se despliegan en estas regiones, casi tan potentes como el sol, y no olvidar los complementos vitamínicos necesarios para mantenernos fuertes.
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