Viajes
Mil veces bienvenidos. Eso es lo que significa el tradicional mensaje en gaélico que aparece en muchas de las puertas de colores que inundan Edimburgo. Algunos son bastante sencillos, otros aparecen acompañados de símbolos. Pero cada uno guarda ese pequeño halo de misticismo tan característico de Escocia. De hecho, hay quien dice que se encuentran orientados hacia la fortaleza que protege la ciudad. Es cierto que en esta parte de Reino Unido hubo una época en la que se contaban por miles, pero la historia que ha rodeado a este castillo ha dejado una huella, si cabe, aún más profunda. Existen muchas leyendas en torno a este icono escocés, cuyas paredes han presenciado historias de prisioneros encerrados y olvidados. Se dice que algunos cuerpos todavía yacen allí, junto a los espíritus. Tal es el interés que despiertan que en el National War Museum se muestra una réplica de su vida a finales del siglo XVIII, una recreación tan exacta que algunos visitantes aseguran sentir presencias sobrenaturales en forma de sombras, roces, respiraciones...
De todas ellas, hay un personaje que nunca sale de sus murallas: elgaitero solitario. Cuentan los vecinos que, épocas atrás, los antiguos defensores de esta fortaleza descubrieron una serie de túneles subterráneos que conectaban de forma secreta con diferentes partes de la ciudad. Para saber los destinos exactos, mandaron a un joven gaitero a explorar los túneles mientras tocaba para que, de esta forma, pudieran trazar su camino en un mapa. Así hasta que la música cesó de repente. Sin mediar palabra, comenzaron a buscarlo rápidamente, pero no consiguieron dar con él. Jamás. Desde entonces, cada noche, cuando la ciudad duerme, muchos habitantes aseguran escuchar sonidos de una gaita. Muy similar al que entonces ejecutaba el músico. La primera escucha fue reportada por el ejército de Oliver Cromwell, cuando estaba a punto de atacarlo en 1650. Éste procedía de sus oscuras y húmedas mazmorras, donde encarcelaba y torturaba a los presos. Éstos, por lo general, nunca volvían a ver la luz del día, por lo que sus almas aún continúan rondando por los pasillos. Entre ellas, la del hijo de María Estuardo, reina de Escocia. En este lugar, se encontró el cadáver de un bebé que, por sus características, podría haber sido el suyo.
Antiguamente, estos caminos eran ocupados por vagabundos y ladrones. Además, no contaban con buena ventilación y eran muy desagradables. En la actualidad, se pueden recorrer secciones de este laberinto en la zona de la Royal Mile. Los aficionados a las historias de fantasmas disfrutarán visitando a Abandoned Annie, el espíritu de una niña que, según la tradición, coge la mano del viajero en la oscuridad. En la actualidad, hay un altar improvisado en su honor, con numerosas muñecas, juguetes e incluso el dinero que dejan los visitantes y que el Ayuntamiento dona cada año para ayudar a los niños enfermos.
Si bien, hasta aquí, éstas son sólo historias de fantasmas, hoy, los calabozos son objeto de investigaciones que intentan demostrar su posible existencia. La primera de ellas se llevó a cabo en 2001: el doctor Richard Wiseman estudió las reacciones de 250 personas que no tenían ningún conocimiento previo de lo que estaba pasando. Al finalizar la experiencia, todos alertaron de algún tipo de actividad paranormal. Sin embargo, no fue la única. Un día antes de que Cromwell llevase a cabo su ofensiva, apareció un niño sin cabeza por los alrededores. Según los libros sobre parapsicología, este fantasma tan sólo aparece cuando el castillo va a ser atacado de forma inminente.
200 brujas
Esa misma explanada ha sido escenario de la quema de al menos 200 personas acusadas de brujería. Tanto es así que Edimburgo es la capital con más episodios de este tipo. En memoria de cada una de las víctimas, se creó El pozo de las brujas, una fuente repleta de figuras que simbolizan el bien y el mal. Esta dualidad ha sido una constante entre sus paredes: el episodio más recordado es el Black dinner, datado en 1440. Por aquel entonces, los jóvenes miembros del clan Douglas estaban acumulando mucho poder, lo que obligó al rey Jacobo II a invitarles a cenar en un acto que tuvo como plato principal una cabeza de toro negro, símbolo de la muerte. Pocos días después, ambos murieron decapitados.
No hay rincón de este territorio en el que el perfil de un castillo no se recorte entre la niebla. Y, claro, protagonistas de asedios, escenarios de traiciones, amores incomprendidos, no hay fortaleza que no cuente entre sus muros con un espectro como huésped o cuyos contornos no habite un ser sobrenatural. El castillo de Edimburgo es tan sólo la punta del iceberg.