Viajes
Príncipes ahorcados y millones de euros en tesoros: un recorrido claroscuro por el monasterio de Melk
El monasterio mejor valorado de Austria brilla 365 días al año y abre las puertas a los visitantes para mostrar algunos de sus impresionantes tesoros
Lo vi hace años desde la carretera, conduciendo de Viena a Salzburgo un día que mi vida parecía a punto de irse al carajo. Era imposible no verlo. La cúpula verduzca del monasterio de Melk (Austria) se situaba por encima de la carretera a la manera de los viejos castillos medievales, como si estuviera vigilando el tráfico, como si en cualquier momento fuesen a cortarme el paso dos soldaditos para cobrarme el peaje. En treinta kilómetros a la redonda, todo el territorio parecía directamente dominado por esa cúpula que atrajo mi atención un solo segundo de camino a Salzburgo, las casas y las iglesias y los animalillos bajaban los ojos con respeto, el Danubio que cruza rozando el peñasco de Melk también parecía sometido a la cúpula. Era primavera. Los árboles brillaban con sus mejores colores. Los tonos amarillos del monasterio se complementaban con la cúpula, dando a entender una elegancia particular. Pasé la cúpula de largo, acelerando a 130 kilómetros por hora, hasta que pocos minutos después ya había olvidado la estampa.
Pero los viajes son mágicos. Siempre son mágicos. Aunque sea una magia oscura y dolorosa. Y cinco años después de conducir a Salzburgo como si la vida me fuera en ello, cuando el problema que me asfixiaba hace años desapareció y me dejó respirar de nuevo, cuando el monasterio de Melk ni siquiera era un recuerdo, cuando el monasterio de Melk se esfumó de mi memoria y volvió a no existir, el odioso eterno retorno que vaticinó Nietzsche me cogió por las pelotas y me encontré en la desagradable situación de estar conduciendo una segunda vez a Salzburgo, otra vez empujado a empellones por un problema personal y recorriendo la E60 a 130 kilómetros por hora. Cuando volví a ver la cúpula del monasterio de Melk y su recuerdo reapareció, entonces, no sé, algo ocurrió, los problemas de la vida perdieron su importancia bajo ese contraste entre el paisaje gris del invierno y los muros amarillos de Melk. Y no sé qué pasó. Quizá fue porque me encontré en la misma situación, en el mismo lugar que cinco años antes, y eso molesta a cualquiera. Los viajes son mágicos. La magia es inexplicable. Pero decidí retrasar mi problema un día más, solo uno, desviarme en el desvío adecuado y visitar Melk y su monasterio hasta la mañana siguiente.
Melk es muy importante en Austria
Por mucho que pese a los de Podemos, España no es el único país con una relación histórica con la Iglesia. No solo en España recibían las órdenes religiosas inmensas cantidades de terreno para cobrar impuestos y cultivar zanahorias. En Melk también ocurrió algo parecido. Aunque se piensa que durante los años de Roma ya hubo un pequeño asentamiento en la zona, no es hasta que Carlomagno regaló las tierras de Melk al convento de Herrieden que la historia de este fabuloso monasterio no empezó a cobrar forma. Durante poco más de un siglo, Melk fue un territorio pacífico, brillante, productivo, en fin, un pequeño edén a las puertas de Viena que fue brutalmente eliminado por los magiares (pueblos húngaros que dedicaron los años de la Alta Edad Media a pasar por la espada a los austriacos, a los rumanos o incluso a los propios húngaros) en el 907. Con el tiempo y la normalización de los magiares en Austria, el emperador Otón I regaló Melk a la familia magiar de los Babenberg.
La familia Babenberg tiene bastante chicha y son muy conocidos por aquí. No solo gobernaron el ducado de Austria durante 300 años: en su árbol genealógico podemos encontrar a duques que pelearon y tomaron prisionero al mismísimo Ricardo Corazón de León, enemigos de reyes de la mitad de Europa, hijos que robaron a sus propias madres, hombres nobles y mezquinos por igual, en definitiva, aquello que hizo de los Babenberg la familia nobiliaria más poderosa de Europa hasta el auge de los Habsburgo. En Melk comenzaron los primeros pasos de su legado. Entonces, si fuésemos a Melk, sin duda pisaríamos el mismo suelo que los influyentes Babenberg, los buenos y los malos.
El monasterio de Melk seguía en pie y los Babenberg supieron aprovechar su influencia en el mundo eclesiástico. Más adelante veremos qué tesoros guarda este monasterio pero, por el momento, nos bastará con saber que, año tras año bajo el gobierno de la poderosa familia, el monasterio de Melk ganó en influencia y voluptuosidad estética, ganó poder y fama. Nada, ni siquiera el incendio de 1297 que prácticamente destruyó el monasterio, nada de nada podía detener al monasterio de Melk, que después del desastre fue reconstruido y quedó todavía más bello que antes. Nada paraba a los amables monjes instalados dentro de sus muros. Tampoco la caída de los Babenberg. Ni la reforma protestante que sacudió el centro de Europa, ni la amenaza turca que en 1529 llegó a poner su bota en las puertas de Viena. Nada les detenía. Ni las desamortizaciones eclesiásticas de 1848 ni Napoleón ni los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, nada les detiene, y más de mil años después de la construcción del primer edificio, el actual monasterio de Melk brilla y se hincha como las velas con el viento de su peñasco.
Los tesoros de Melk
Es una gozada que todavía existan sitios como este. El romanticismo que nos invade a algunos viajeros cuando accedemos a enormes monasterios de una belleza centenaria y caminamos sus silenciosos pasillos, a sabiendas de que en algún lugar del enorme complejo existe una caja fuerte con tesoros de oro y plata y cuadros valiosísimos, ese romanticismo nos impulsa muchas veces a viajar. Melk cumple con todos estos criterios. Mira. La biblioteca del monasterio de Melk alberga 1.200 manuscritos del siglo IX al siglo XV y otros 600 datados entre los siglos XVII y XVIII. Cualquiera puede visitar esta biblioteca y ser testigo del tesoro empapelado, mientras el archiconocido fresco de Paul Troger domina la estancia.
La cruz de Melk, forjada en oro puro, está considerada como el tesoro más valioso del monasterio. Guarda en su interior un fragmento que se supone de la cruz de Cristo (donado por los Babenberg en 1040), convirtiéndola de facto en una de las reliquias más importantes de la Iglesia Católica. Pocos tesoros europeos alcanzan la categoría de este bellísimo crucifijo. Y hay mucho más. En Melk encontraríamos altares portátiles tallados en marfil del siglo XVIII, objetos personales de María Cristina de Habsburgo (que fue esposa de Alfonso XII y enamorada de la bella quietud que reside en Melk), frescos y cuadros de Hans Egkel, crucifijos y ostensorios repujados con piedras preciosas.... Los tesoros de Melk incluso traspasan sus muros y encontramos referencias al monasterio en novelas tan conocidas como El nombre de la rosa, donde uno de los personajes principales recibe el nombre deAdso de Melk, en honor a este mismo monasterio.
El mayor tesoro de Melk, sin embargo, no está hecho de oro ni de plata. Se pudre en una tumba. El mayor tesoro de Melk es el cuerpo de San Colomán, el que fue siglos atrás patrón de Austria y que todavía hoy se considera uno de los personajes más influyentes en el desarrollo de Melk. Y ahora llega la pregunta: ¿quién es San Colomán? Pues se trataba del hijo de un rey irlandés que peregrinó a Tierra Santa en el medievo pero que cruzó por Austria y los austriacos se pensaron que era un espía y le colgaron de un saúco. San Colomán no pudo escoger su influencia en Melk porque estaba demasiado ocupado intentando respirar, pero luego se murió, los austriacos se percataron demasiado tarde del error y decidieron llevar su cuerpo a Melk y venerarle como un mártir. Hasta hoy. Todos los tesoros y los reyes y los cuadros de Melk orbitan en torno a la figura marchita del pobre San Colomán, que debió llevarse un susto de muerte cuando una furiosa turba austriaca desconfió de su cabello pelirrojo y le echó la soga al cuello.
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