Viajes
En busca de los tesoros ocultos de Jordania
Tras los enclaves más legendarios del país se hallan las historias personales de quienes los dieron forma. De su mano descubrimos los secretos mejor guardados de Petra, Wadi Rum, Jerash, As Salt y Amán
Atta Musa espera a los turistas en una de las cuevas que serpentean por las montañas de arenisca de Petra, una de las principales joyas de Jordania. Hay centenares, pero ésta lleva su nombre, o más bien la de su tatarabuelo que echó raíces en esta fabulosa concavidad donde los minerales como el óxido de hierro y el zinc que se impregnan con la tierra generan estratos multicolor de fábula.
Él vivió en esta cueva hasta que en 1989 el rey Hussein les ofreció una vivienda en un pueblo cercano para así conseguir que esta localidad de ensueño tallada por los nabateos fuera declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y una de las nuevas Siete Maravillas del Mundo.
«Esa era mi cama –dice señalando a uno de los nichos interiores– y aquí vivíamos mis padres y mis diez hermanos. Lo hacíamos unas 300 familias en las diferentes cuevas. Es un lugar mágico, de hecho, hay días en los que sigo durmiendo aquí, pero las nuevas generaciones, como por ejemplo mis hijos, prefieren ya otro estilo de vida», comenta a este diario.
Él forma parte de la historia de este santuario arquitectónico que es Petra, que supone mucho más que el mítico Tesoro. Si lo visitan opten por hacer el camino inverso al que realizan la mayoría de los turistas. Arranquen su caminata en la pequeña Petra, recorran las montañas hasta llegar al Monasterio y desemboquen en el desfiladero que les conduce a la estampa más fotografiada de este enclave, la fachada del Tesoro excavada en la roca, con más 43 metros de alto y 30 metros de alto.
Aprendan de paso la vida y obra de los nabateos, una tribu nómada que se desarrolló entre los siglos IV a.c. y el I d.C. y que además de un legado arquitectónico moldeando la piedra a su antojo para crear tumbas que en la actualidad visitan millones de foráneos al año, fueron maestros de la canalización del agua, del comercio y la pintura con estuco. Aquí llegaron a vivir 50.000 personas, los cuales, incluso, aguantaron la embestida de los romanos hasta el año 106.
La llaman también la ciudad perdida porque durante siglos quedó en el olvido y fue el viajero suizo Jean Louis Burckhardt quien la redescubrió. Y se preguntarán, ¿por qué se llama El Tesoro a la tumba más famosa de Petra? Miren arriba y observen un cofre donde los beduinos, siglos después, pensaban que alguien había ocultado allí un tesoro. No dudaron en disparar para tratar de extraer dicha recompensa. Aún hoy se aprecian los restos de los disparos sobre la piedra. Cuesta creer que tan solo el 35% de los otros tesoros de Petra sigan bajo tierra. Quizá por eso Atta Musa no quiere separarse de este territorio mágico.
Lo mismo le ocurre a otra de las protagonistas de nuestra ruta jordana, Fatima, quien nos espera en otra de las principales ciudades del país también declaradas Patrimonio de la Humanidad. As Salt, a 40 minutos de la capital (Amán), lleva más de 1.300 años de historia a sus espaldas, fue también capital del país y merece la pena pasar una mañana en ella para perderse por el zoco, caminar entre las tres colinas que la definen y degustar uno de los platos que prepara con esmero Fatima, otro de los «tesoros» humanos con los que nos encontramos en este viaje.
Ella comenzó por su cuenta con un proyecto para activar el trabajo de la mujer y su inclusión en la vida social. Desde hace diez años acoge a turistas alrededor de sus fogones. Y no solo a foráneos, la reina Rania de Jordania también ha estado allí, al igual que Máxima de Holanda: «Rania es una madre, una hermana, una amiga. Mucho más que una reina. Cuando la vi entrar por la puerta me desmayé», dice mientras sirve su plato estrella, el mansaf. Es una de las comidas más populares del país y está preparada base de cordero, arroz verduras y yogur. Una delicia.
Lo cocina con la misma dedicación con la que Yusra al Husamy elabora su maqluba a base de pollo y arroz. Ella dirige una comunidad de mujeres denominada Iraq Al Amira a pocos kilómetros de la capital jordana. Esta cooperativa fue creada la Fundación Noor Al-Hussein en 1993. Es muy interesante hacer una parada en sus instalaciones no solo para probar los platos típicos que cocinan sino la artesanía que ellas mismas fabrican.
Y es que no hay mejor manera para recorrer un país y conocer sus lugares más emblemáticos que a través de quienes lo han dado forma, quienes lo han habitado y sostenido sobre sus hombros. En esta búsqueda antropológica nos topamos también con una española que dejó su huella en Tierra Santa. Egeria fue una monja gallega que recorrió la zona y es considerada la primera viajera y escritora de España. Esta mujer caminó durante tres años en el siglo IV por estas tierras y documentó con detalle su particular viaje.
Ahora, el guía y explorador Óscar Koshebay, ultima la «resurrección» de esta ruta, “El camino de Egeria” para viajeros amantes de la historia y la naturaleza. Se trata de un trekking de 35 km en el que se visitan los puntos más populares de la cristiandad que esta peregrina recorrió siguiendo los pasos de San Juan Bautista: desde las fuentes de Moisés a la orilla del Jordán donde fue bautizado Jesucristo.
Experiencia «underground»
Antes de poner rumbo a la capital, hagan una parada en el Mar Muerto para desafiar a la gravedad y levitar sobre sus aguas saladas, así como en la ciudad de Jerash, denominada «La Pompeya de oriente» y uno de los destinos favoritos de los ávidos de la historia y el arte. El 70% de sus construcciones romanas y bizantinas permanecen bajo tierra, pero en superficie se aprecian auténticas maravillas como las infinitas columnas jónicas y corintias, el odeón, varios templos y el anfiteatro.
Sobra decir que resulta imprescindible también dirigirse al sur para conocer el majestuoso desierto de Wadi Rum, enclave de numerosos rodajes como «Star Wars» o «Marte», así como el del legendario Lawrence de Arabia. Es el lugar perfecto para comprobar cómo el silencio se impone ante la fuerza de la naturaleza. Se trata de un desierto rocoso con dunas puntuales y grandes llanuras en el que la piedra arenisca se posa sobre el granito dejando senderos verdes en los puntos de fusión entre ambos materiales, fruto de la canalización del agua.
En sus más de 720 kilómetros cuadrados pueden encontrarse más de un millar de inscripciones antiguas que solo será capaz de detectar el turista más avispado. Presenciar cómo el sol se oculta tras las montañas al atardecer y realizar alguna ruta a pie por las montañas no tiene precio.
Y concluimos nuestra ruta en la capital, Amán, donde nos recibe Anas Amarneh, un joven guía que propone una interesante «underground experience» y así descubrir el verdadero espíritu de la capital. Nos lleva a Jabal al-Weibdeh, lo que se conoce como el refugio de los artistas y con fuertes raíces históricas.
Los grafitis de reputados artistas decoran las fachadas y se entremezclan con pequeñas tiendas con encanto y galerías de artistas locales. Pongan el broche de oro en el centro cultural de Jadal donde no se paga por consumición, sino por tiempo «consumido». Descúbranlo.
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