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Ribadeo, entrada a Galicia a través del Camino del Norte

Playa de las Catedrales/Foto: Miguel Berrocal
Playa de las Catedrales/Foto: Miguel Berrocallarazon

El itinerario del Camino del Norte comprende de Irún a Santiago de Compostela. Ochocientos veinte kilómetros de peregrinaje en los que algunos senderos discurren literalmente pegados al mar mientras que otros combinan montañas, valles y bosques.

Las más de treinta etapas del Camino del Norte cruzan Euskadi, Cantabria y Asturias, para en los últimos tramos entrar en Galicia por la bonita localidad de Ribadeo. En Arzua, a setecientos ochenta kilómetros de su comienzo, se une con el Camino Francés hasta llegar a Santiago.

Llamado por muchos Camino de la Costa, es actualmente uno de los más transitados por la belleza de su entorno y por el protagonismo absoluto de las aguas del Cantábrico. Por ello, uno de sus puntos más emblemáticos es Ribadeo, pues es ahí donde se aleja del litoral para dirigirse hacia el suroeste rumbo a la tumba del apóstol.

Pueblo pesquero de Rinlo/Foto: Miguel Berrocal

Ribadeo. Con su ría, playas y acantilados. Es conocido también por su pequeño pueblo marinero, Rinlo, que situado en una roca escarpada ofrece un paisaje inolvidable y pintoresco.

Las calles Ribadeo aún conservan la huella refinada de una época en la que en él se ubicaba uno de los primeros puertos del Cantábrico. Decenas de conchas incrustadas en el suelo recuerdan que forma parte del Camino de Santiago. Su esencia es la de un lugar de paso a la vez que de descanso del peregrino.

Al entrar en la ciudad se siente que se pisa suelo gallego y que la catedral se halla tan solo a ciento noventa y ocho kilómetros. En ese momento surge la necesidad de contemplar lugares que aunque no estén señalados en el trayecto, demuestren que es cierto lo que escribió Machado: “son tus huellas el camino y nada más”.

A diez kilómetros del Parador de Ribadeo se encuentra una de las playas más hermosas del mundo. Sus rocas asemejan torres y laberintos que forman inmensas cuevas en las que perderse durante la baja mar. El Cantábrico y la erosión del viento fueron los causantes de este singular paisaje. Cuando la marea lo permite se puede caminar por el arenal dejándose envolver por los acantilados a los que el agua no se cansa de modelar. Conocida por Playa de las Catedrales, su imagen evoca esas altas construcciones, pero cuando se pronuncia su nombre real, Playa de Aguas Santas, obliga a reflexionar sobre el misticismo que emana de la tierra gallega.

Cuenta la leyenda que bajo uno de sus arcos se unen los dos mundos, el imaginario y el real. Y que en ella no existe más paso del tiempo que el que marcan las olas al subir y al bajar. Según la creencia es lugar de sirenas y marinos. Tal vez sea verdad.

Sea como sea, es una visita que perturba y hace temblar.

Árboles que se elevan. Puentes que invitan a cruzar. Senderos de barro y hojas mezclados con asfalto de frío material. Cultivos, aldeas, pueblos, ciudades..., cielo y mar. Tristeza, alegría, nostalgia, ansiedad. Curiosidad que se despierta. Vértigo que marea. Miedo que hace dudar. Todo queda atrás. Horas, minutos, segundos. La prisa en el camino deja de importar. Todo se olvida. Todo se comienza a recordar. Desaparece el motivo por el que se empezó a caminar. Aparece la razón para continuar. Surge la necesidad de andar. Impera la urgencia de no detenerse jamás. Se proclama reina la soledad. Se rebela la mente. Lucha para no rendirse a la realidad: el camino ha vencido a la voluntad. El peregrino comprende que debe dejarse llevar, pues “se hace camino al andar”.

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