Venezuela
Se detienen las remesas a Venezuela por la pandemia
Desde 2015, cerca de cinco millones de venezolanos emigraron a otros países vecinos. Hoy no tienen como mantenerse, ya que en su mayoría estos trabajaban en las calles y de manera informal
(AP). Después de huir de Venezuela como otros millones de personas por la dura crisis humanitaria en el país, Misael Cocho llegó en autobús a Perú, donde consiguió trabajos esporádicos para enviar dinero a casa cada mes a su madre y su hijo de cinco años.
Pero en cuanto consiguió su empleo más estable por ahora en Lima, los casos del coronavirus se dispararon. Perdió su empleo, vendió su televisor para comprar comida y hace meses que no ha podido enviar dinero a Caracas para comida para el niño y la madre de Cocho.
Las consecuencias de la pandemia dejaron en dique seco a muchos emigrantes venezolanos en el extranjero y a los familiares que se quedaron atrás y que dependen de ellos. Y conforme desaparece el empleo en países como Perú y Colombia, grupos humanitarios señalan que muchos venezolanos que huyeron del hambre tienen ahora problemas para comer.
Cocho, de 24 años, afronta un dilema. ¿Debería quedarse en Perú por si la economía mejora, o volver a Caracas, donde la vida es precaria pero podría no empeorar?
“En verdad esta pandemia me ha pegado fuerte”, dijo.
La población de Venezuela tocó techo con 30 millones de personas en 2015, pero ante el colapso económico de su país, cinco millones emigraron a otros lugares de Sudamérica, Estados Unidos y Europa, según la Organización Internacional para las Migraciones, dependientes de la ONU. La mayoría de los que se quedaron atrás vive con unos ingresos mínimos que equivalen a unos dos dólares mensuales.
En torno a la mitad de los venezolanos que emigraron a otros países de América del Sur son trabajadores informales (jornaleros, vendedores, artistas callejeros y meseros), según estimaciones de Provash Budden, director regional de las américas para el grupo de ayuda humanitaria Mercy Corps. El impacto económico del virus golpeó de lleno a esos trabajadores, que cuentan con poca o ninguna red de apoyo.
Al principio, Cocho encontró empleo paleando estiércol y barriendo calles, y hace poco consiguió un trabajo mejor pagado en un comercio familiar de alimentación. Pero le despidieron al extenderse el virus. Perú tiene unos 65.000 casos confirmados y, con más de 1.800 muertos, es el segundo país latinoamericano con más fallecidos por detrás de Brasil, donde han muerto más de 10.000 personas.
Cocho duerme en un colchón en una casa abarrotada de inmigrantes venezolanos. El casero les ha dejado no pagar el arrendamiento por ahora, pero Cocho no sabe cuánto tiempo durará esa generosidad.
“He tenido que optar por vender las cosas que no utilizo para poder sobrevivir”, dijo.
Venezuela fue una nación acomodada, situada sobre las mayores reservas de petróleo del mundo. Pero años de confrontación política, corrupción y mala gestión de los recursos por parte del gobierno socialista dejaron a la mayoría de los venezolanos con servicios cada vez más pobres de agua corriente, electricidad, gasolina y atención médica.
Del 15% de venezolanos que salieron del país, unos 1,8 millones fueron a la vecina Colombia. Otros emigraron a Brasil, Ecuador y Perú. Los que tuvieron más éxito que los trabajadores informales iniciaron negocios e inscribieron a sus hijos en escuelas locales.
Pero el coronavirus interrumpió de forma abrupta las aspiraciones de muchos migrantes y limitó su capacidad de ayudar económicamente a los afectados parientes que dejaron en casa.
“Como todos, (...) mi misión de estar en Perú es ayudar a mi familia en Venezuela”, dijo Cocho.
Debido a las estrictas órdenes de confinamiento impuestas en Colombia para combatir la pandemia, muchos inmigrantes en Bogotá deben incumplir la ley para salir y ganar dinero para comer o quedarse recluidos y pasar hambre, según grupos humanitarios.
“De pronto se han vuelto invisibles, encerrados tras puertas cerradas”, dijo Marianne Menjivar, directora para Colombia y Venezuela del grupo humanitario International Rescue Comittee.
Unos 20.000 venezolanos han vuelto a casa desde principios de marzo, según el gobierno colombiano, que ha pagado unos 396 pasajes de autobús para llevarlos a la frontera venezolana.
Yonaiker García, de 22 años, se ganaba bien la vida tras llegar de Venezuela a Bogotá. Ganaba 500 dólares mensuales como diseñador gráfico hasta que la pandemia le dejó sin empleo y sin techo.
“Nos sacan a la calle”, dijo García a las afueras de Bogotá, en una protesta el mes pasado pidiendo al gobierno colombiano que pagara más autobuses a la frontera.
Los emigrantes venezolanos en Sudamérica corren un alto riesgo de infección porque deben trabajar de cara al público o quedarse recluidos en departamentos cada vez más abarrotados, señaló Budden, de Mercy Corps.
“Desde un punto de vista de salud pública, es una receta para el desastre”, afirmó.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ha dicho que los venezolanos serán bienvenidos si regresan, aunque imágenes compartidas por algunos de los retornados dicen otra cosa.
Algunos de los que llegaron el mes pasado a la pequeña ciudad de San Cristóbal, cerca de la frontera con Colombia, fueron retenidos dos semanas en un recinto deportivo bajo vigilancia militar, en un espacio reducido que hacía difícil el distanciamiento social. Un periodista de Associated Press oyó a los que estaban dentro gritando que se les permitiera ir a sus casas.
Los migrantes que regresan encuentran comunidades con los hospitales cerrados, porque miles de médicos y enfermeras se fueron del país.
Por ahora, Venezuela sólo ha reportado 402 casos de coronavirus y 10 muertes por COVID-19. Los expertos cree que la cifra real es mucho mayor porque se han hecho muy pocas pruebas y el tipo de análisis que se está utilizando no revela infecciones recientes.
En Caracas, la madre de Cocho, Maylin Pérez, de 48 años, dijo estar muy angustiada por el posible alcance del brote.
Hay que subir varios tramos de escaleras para llegar al austero departamento de tres habitaciones donde vive, con fotos de su hijo en las paredes. El último envío de Cocho fueron 10 dólares en febrero para ayudarla a comprar comida para ella y su nieto.
De modo que ella teje coloridas mascarillas para cambiar por productos que añadir a las lentejas y el arroz que llegan cada mes en la caja de alimentos subvencionada por el gobierno. No pueden permitirse huevos, queso ni carne.
Pérez dijo que lo mejor de su día son los mensajes de texto de su hijo, que también llama cada pocos días para que el niño pueda oír la voz de su padre.
Ella dijo que intenta convencer a Cocho de que no se preocupe de enviar dinero, porque está más preocupada de que él se contagie. “Preocúpate por ti”, dijo que le repetía. “Primero (...) tu salud, tu vida”.
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