Córdoba
Como la primera vez
Un nuevo estudio jurídico confirma que la Mezquita, monumento emblema de Córdoba es un bien de la Iglesia. Pero...
ubo un tiempo en que Francisco Franco quiso sacar piedra a piedra la Catedral cristiana que fue metida con calzador en el corazón de la Mezquita de Córdoba durante el reinado de Carlos V, allá por el siglo XVI. Corrían los años 70, casi al final de la vida del dictador, y el objetivo de quien fue el mayor garante de los postulados de la Iglesia apostólica, católica y romana era el devolver al monumento su espíritu exclusivamente islámico… ¿Cómo podía ser esto? ¿Acaso andaba perdiendo la cabeza el caudillo en los últimos años de su vida? Según recogió la prensa de la época, que acogió como era de imaginar con mayúscula sorpresa la propuesta enunciada desde El Pardo, el interés llegaba desde el otro lado del Estrecho.
A Franco le había impresionado profundamente ver al rey Faisal de Arabia Saudí llorar durante su visita a la Mezquita. Al menos éste fue el relato del obispo de Córdoba José María Cirarda, que le expuso al arquitecto Rafael de la Hoz que el proyecto era una locura sobre todo por el enorme coste que tendría para las arcas del Régimen. De la Hoz reveló entonces que el monarca saudita le había prometido a Franco diez millones de dólares con la única condición de que durante dos o tres días a la semana los musulmanes pudieran orar, mirando a la Meca, ante el Mihrab de la Mezquita cordobesa. Me acuerdo de este reportaje que leí en su día en el diario digital Cordópolis –nunca bien valoradas las historias que narran y nos cuentan los periodistas en los diarios locales, ya sea en papel o en los medios digitales, como es el caso– a cuenta de la enésima polémica acerca de la titularidad de la Mezquita de Córdoba. Y digo bien, de toda la vida de Dios, he hablado de la de Mezquita de Córdoba, pronunciar Mezquita-Catedral o, aún más, Catedral de Córdoba, me parece tan ortopédico como el lenguaje inclusivo o el invento ése del lenguaje no binario, que es una cosa así como hablar en astur perpetuo. Tal es la cosa que hemos perdido la cabeza todes. Sin embargo, referirme a esta maravilla de la arquitectura califal de este modo no implica que mutile de su identidad cristiana. Hace unos días, se presentó el Estudio histórico y jurídico sobre la titularidad de la Mezquita-Catedral de Córdoba, coordinado por el profesor de Derecho Constitucional de la Universidad Complutense de Madrid, José Carlos Cano, en el que se afirma que «sin ninguna duda» se trata de un bien de la Iglesia Católica y niega de manera rotunda que lo adquiriera por 30 euros.
No son lugar estas líneas para abrir un árido debate sobre derecho y patrimonio, más aún cuando hoy es sábado y hay infinidad de asuntos a los que dedicar el tiempo, pero me permito subrayar una reflexión del informe para que sean ustedes los que saquen conclusiones: «Es un hecho incontestable [que es propiedad de la Iglesia], aunque sólo fuera por posesión inmemorial». Y añade: «El hecho registral lo único que hace es reflejar una realidad de la cual es consciente cualquier persona que viva en Córdoba o cualquiera que de buena fe se acerque a esta cuestión».
En torno a la polémica sobre la titularidad de la Mezquita hay, me temo, mucha hiperventilación y mucho blablá. A estas alturas de la película negar que la Mezquita deba ser un templo para la oración de los católicos más que una irreverencia es una sandez; pero también es una reiterada pamplina que el obispado de Córdoba esté ahí erre que erre queriendo orillar la historia del culto a Alá donde ahora se erige una cruz latina.
Y entretanto, se enzarzan unos con otros, la vida va por otro lado.
Más que un animal de costumbres, soy un costumbrista, así que antes de sentarme al sol del Patio de los Naranjos y perderme por el laberinto de arcos de la Mezquita, mi primera parada tiene lugar en el Bar Santos. A estas alturas, no hace falta decir que nos referimos al original de la puerta de Santa Catalina en la calle Magistral González Francés, nunca fue uno de las segundas ediciones. Como si fuera la magdalena de Proust, me mira desde la vitrina esa tortilla de dos palmos que es marca de la casa. Como un ritual, pido tortilla, botellín y me acodo en el poyete de uno de los laterales del monumento. Miro alrededor: es un día laborable, son las dos y media de la tarde y la calle está atestada de guiris en chanclas y japoneses sacados de un cómic manga. Repiten el ritual de la tortilla y el botellín con gozo desmedido mientras un puñado de gitanas revolotean queriendo leer la buenaventura, entremezclado entre unos cuantos locales. En 1984, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
¿Qué de quién es la Mezquita, me preguntan? De quien la disfruta y la llora como si fuera la primera vez.
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