Letras Atlánticas

Almudena y las ancestras

“Son muchas las autoras que han trabajado por la voz de la mujer, nuestras ancestras literarias, personas sin múltiples derechos por no ser hombres que, valientes y divinas, nos acompañan desde sus libros”

Almudena Grandes
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Almudena Grandes y Gloria Fuertes nos dejaron un 27 de noviembre en el azar de fechas que rige nuestros destinos.

Quiero empezar este último mes del año con un recuerdo a las escritoras que tanto hacen por nuestro idioma gracias al legado de su Palabra.

“Alcancé a comprender que el tiempo nunca se gana, y que nunca se pierde, que la vida se gasta, simplemente”. Almudena Grandes en “Malena es nombre de tango”.

“Hago versos, señores, hago versos/ pero no me gusta que me llamen poetisa”. Gloria Fuertes. En su lápida dice “Poeta de guardia”.

La voz de la mujer en la literatura, como en la vida, debería ocupar el mismo espacio que la voz del hombre, pero los siglos son lentos para según qué cosas.

“Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido/no fuera más que aquello que nunca pudo ser,/no fuera más que algo vedado y reprimido/de familia en familia, de mujer en mujer.” Alfonsina Storni.

Alfonsina fue “madre soltera” igual que la madre de Rosalía de Castro, mujeres que padecían una especie de locura llamada libertad: “Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso, de mí murmuran y exclaman: “Ahí va la loca soñando”.

Las familias y las sociedades de entonces no aceptaban a una mujer escritora sin pensar que estaba loca. Algunas adoptaron un seudónimo para poder publicar, unas para ocultar la identidad femenina, otras para no manchar el apellido familiar. Cecilia Bohl lo explica muy bien: “Gustóme ese nombre por su sabor antiguo y caballeresco, y sin titubear un momento, lo envié a Madrid, trocando para el público modestas faldas de Cecilia por los castizos calzones de Fernán Caballero”.

Lucila Godoy Alcayaga, decidió llamarse Gabriela Mistral porque a su familia la avergonzaba que una poeta usara sus apellidos. Mujer y poeta, dos prejuicios, por no seguir sumando. Gabriela Mistral fue la primera persona del continente americano en recibir el Nobel de Literatura, pero a cierta gente le importa muchísimo lo que se murmura en el barrio y nada lo que ocurre en el universo.

Lo sabe María Zambrano, la primera mujer (de las seis en total) en recibir el Cervantes después de largos exilios, desprecios, desamores y gatos. Una de las más grandes filósofas y poetas de la historia hispanoamericana: “Prefiero una libertad peligrosa a una servidumbre tranquila”. “Escribir es defender la soledad en que se está”.

La poeta Carmen Conde es la primera mujer en ocupar una de las 46 sillas de la Real Academia Española, la silla K en 1978. Una silla real, no como la virtual Silla 47/2021 ofrecida a Emilia Pardo Bazán para pedirle perdón cien años después de su muerte por rechazarla tres veces: “En estos diecinueve siglos ha sido creada la mujer”, escribe Emilia.

“Mi única ambición es llegar a escribir un día, más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer” Victoria Ocampo. Victoria invirtió su patrimonio entero en la Literatura. Fundó la revista y la editorial Sur en Buenos Aires para impulsar el intercambio literario entre América y Europa. Fue la primera mujer con carné de conducir, una moderna, una visionaria. Defendió a Borges cuando los círculos argentinos lo despreciaban, publicó el “Romancero Gitano” de Federico, el Orlando de Virginia. Victoria y Zenobia Camprubí fueron las traductoras de Rabindranath Tagore en su época de gloria. Muy atrevidas.

Elena Garro, Alejandra Pizarnik, Gertrudis Gómez, María Teresa León, Juana de Ibarbourou, Elena Martín. “Hay que nombrarlo todo,/la tristeza, la dicha,/ la sonrisa y el llanto,/el amor, el olvido,/el vacío y los nombres,/aunque la voz se rompa trastornada de ausencias.” Elena Martín en Unos labios dicen.

Son muchas las autoras que han trabajado por la voz de la mujer, nuestras ancestras literarias, personas sin múltiples derechos por no ser hombres que, valientes y divinas, nos acompañan desde sus libros como Almudena y sus novelas para la memoria de las mujeres “esas que no pudieron atreverse a tomar sus propias decisiones sin que las llamaran putas”.

Las ancestras nos recuerdan que la voz de la mujer en la Literatura y en la Vida es un trabajo de hormiga, cada día una hoja para sostener la Palabra.

El 27 de noviembre, Almudena se fue a vivir con las ancestras y yo le doy las gracias por sus hojas y sus pasos para continuar el camino. Creo que a la Grandes le gustaría que esta columna que le dedico termine con unos versos de la Fuertes: “Este libro está escrito día a día/a ratos perdidos/ a amigos perdidos./ Los poemas (¿son poemas?)/ no tienen orden ni concierto/ -sé que a veces desconcierto-/pero están escritos con cierto amor./Esto no es un libro, es una mujer.”