Cultura

Paloma Sánchez-Garnica: «Una sociedad leída es difícilmente manipulable»

La autora recorre en «Últimos días en Berlín», finalista del Premio Planeta 2021, la Alemania de entreguerras buscando los resortes que condujeron al horror del Holocausto

La escritora madrileña Paloma Sánchez-Garnica, finalista del Premio Planeta 2021, en la Plaza Nueva de Sevilla
La escritora madrileña Paloma Sánchez-Garnica, finalista del Premio Planeta 2021, en la Plaza Nueva de SevillaKiko Hurtado

Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962) está de gira con «Últimos días en Berlín», finalista del Premio Planeta, un reconocimiento que le llega con su octava novela a una escritora hecha «lector a lector». La historia transcurre en la Alemania de entreguerras y surgió a raíz de una pregunta personal: «¿qué falló para que se subestimase a Hitler?».

¿Se había presentado alguna otra vez al Planeta?

Alguna vez me he presentado... son esas cosas que no se cuentan. Me he presentado no solamente al Planeta, a otros premios de novela histórica y, bueno, eso se queda ahí en el camino. Cuando estoy escribiendo no pienso ni siquiera en los lectores: pienso en que esa historia me tiene que fascinar. Si no, se me deshace. En mi proceso de escritura no hago argumento, no tengo estructura, no sé lo que va a pasar en el capítulo que empiezo cada día. Tengo que ponerme a escribir disciplinadamente y a partir de ahí va saliendo. Me dejo llevar por los personajes.

¿No tiene un planteamiento inicial sobre dónde va a transcurrir o qué quiere contar?

No. Tengo una ligera idea de lo que me gustaría comprender de una época determinada, me documento sobre eso –a base de ensayos, de diarios, de novelas de la época– y eso me va estructurando el escenario. A partir de ahí, me pongo a escribir sin saber muy bien a dónde quiero llegar. Los personajes se me van presentando, voy conociéndolos línea a línea. Ellos son los que controlan la historia, porque si yo la quiero controlar, se resisten. Incluso hay personajes secundarios que de repente se me imponen. Cuando ya tengo la historia de principio a fin empiezan las relecturas.

Es un método complicado: ponerse a escribir sin saber a dónde uno va. ¿Cuándo sabe que la novela se está armando?

A medida que vas avanzando. Para mí sería mucho más complicado plantearme un argumento de principio a fin, como hacen los Carmen Mola. A mí el hecho de la escritura me resulta fascinante porque es como la lectura: me pongo a leer un libro y no sé qué va a pasar en ese capítulo. Para mí la escritura es igual. ¿Qué pasa cuando no sé por dónde tirar? Nada, cierro el ordenador y me pongo a leer. Puedo estar un día, una semana o diez días leyendo... y de repente hay algo en mi cabeza. Los personajes siguen estando ahí, porque colonizan mi vida.

Vuelve a Berlín, como en su anterior novela, pero esta vez antes de la II Guerra Mundial.

Pero no me meto en las trincheras. Me interesaba mucho más que la guerra los previos, cómo se formó esa estructura social y política que llevó al horror de la II Guerra Mundial. ¿Cómo fue posible?

Esa pregunta es algo que en el momento actual que vivimos nos asalta recurrentemente.

Esta historia salta a mi mente en el verano de la prepandemia, cuando caen en mis manos varias lecturas: «Archipiélago Gulag», «El vértigo», de Ginzburg, «Las benévolas», «La octava vida»... Y «El mundo de ayer», de Stefan Zweig, esa comparativa que él hace del estallido de la I Guerra Mundial: cómo llega a una y cómo llega la otra. Me planteé: voy a entender qué falló en la sociedad alemana, que es muy parecida a la nuestra.

Recoge al inicio una cita de Zweig que dice: «Obedeciendo a una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinan su época. Tiene que haberse creado el contexto adecuado para que eso ocurra». Muchas veces pensamos a posteriori, ¿cómo no se dieron cuenta?

Primo Levi dice respecto al horror del Holocausto, que él vivió, que ocurrió y por lo tanto puede volver a ocurrir. No estamos exentos de los peligros y las tragedias del pasado. Eso seguramente pensaron los alemanes: que no les podía pasar otra vez lo de la I Guerra Mundial. Tendemos a pensar, como sociedad acomodada, que a nosotros no nos pueden pasar las tragedias del pasado. Nos equivocamos porque la historia lo ha demostrado una y otra vez. Si ocurre, seguramente no será de la misma forma, pero sí con los mismos resultados.

Es lo que decía Beauvoir sobre los derechos de las mujeres: cuando se deja de luchar por ellos, se pueden perder.

Eso lo tenemos que aplicar a todo, a nuestro Estado de Derecho, a nuestra libertad, incluso a nuestra capacidad de decidir la vida que vivimos. Tenemos que luchar por nuestro Estado de Derecho. ¿Cómo se hace? Evitando ser una sociedad como fue la alemana: una sociedad frágil, con miedo a que destruyeran su cultura...

Individualista también.

Era una sociedad herida desde el cierre de la I Guerra Mundial. Cuando se estaba recuperando fue el crack del 29, que afectó a todo el mundo, pero especialmente a Alemania porque dependía mucho de los créditos y se cortaron. Había una polarización política brutal, había miedo al comunismo bolchevique de los rusos, que iban a venir y les iban a quitar todas las propiedades...

Se buscaba crear un enemigo externo.

Claro. Y luego la falta de unión entre la izquierda: Stalin no permitió a los comunistas que se unieran con los socialdemócratas. Al final, la división afecta y beneficia al otro. Y luego los partidos católicos y conservadores no supieron atraer a esa sociedad vulnerable, muy frágil, muy enfadada, muy asustada, con mucho paro, con mucho miedo del futuro. No supieron atraerla y ahí estaba Hitler.

La oigo y no sé si estamos en el pasado o aquí...

Ese es el tema: en una sociedad vulnerable, fácilmente manipulable, puede prender cualquier cosa, en uno y otro lado. Los totalitarismos, sigo la idea de Hanna Arendt, fueron dos, el estalinismo y el nazismo; los demás fueron dictaduras, tiranías... Y todo totalitarismo lo primero que hace es perseguir, acallar, silenciar o anular a los escritores, a los poetas y a los periodistas con criterio propio. Una sociedad leída es al final una sociedad libre, con capacidad de opinar, difícilmente manipulable y capaz de plantarle cara al poder que quiera arrebatarnos el Estado de Derecho.

La historia está atravesada por una historia de amor, en todas sus formas.

El amor es el sentimiento que da sentido a la vida. Lo vi muy claro cuando leí a Víctor Frankl, en «El hombre en busca de sentido». Es una obra que te hace pensar: era un psiquiatra judío, que en 1939 pide salir de Austria. EEUU solo le da a él un visado, no se lo da ni a su mujer ni a sus padres y él decide quedarse. En 1941 es deportado junto a su familia y pasa por cinco campos de concentración. Él sobrevivió, no sobrevivió nadie más de su familia. Como psiquiatra hace un estudio y llegó a la conclusión de que en esas circunstancias tan indignas sobrevivía el que tenía un sentido para vivir. En el momento en que dejaba de tener ese sentido, morían en horas. El amor, la amistad, son fuerzas que otorgan el poder para sobrevivir.