Tribuna
Ese día que nunca renunciamos a vivir
Enrique Guevara glosa la Semana Santa andaluza, un recorrido sentimental por los días de Pasión
Si en algún momento se hace presente la sonrisa de Dios es en este luminoso, como todos deseamos, Domingo de Ramos que está por llegar. Cuando a mediodía aparezcan ya las primeras cofradías en las calles, estará iniciándose el gran ceremonial de Andalucía y su fiesta más participativa. El espectáculo sacro, propiamente dicho, empezará para algunos en las primeras horas de esta «Dominica in ramis palmarum» con la visita a los templos que albergan a las otras tantas cofradías que cubrirán su estación de penitencia en esa jornada, pero para otros las calles ya serán un reencuentro con Dios mismo a lomos de una borriquita o una pollinica que se ha desperezado prontamente al arrancar el día en pueblos y ciudades.
En este sentido, la Semana Santa es, inevitablemente, una lucha perdida contra el tiempo y el espacio, una pelea por querer estar aquí y allí, una contienda personal sobre la elección de qué hacer, porque por cada imagen aprendida y por cada retrato fotografiado en nuestras pupilas, hay que lamentar la pérdida de otros muchos. Es la simultaneidad, seguramente, la mayor de las grandezas de la Semana Santa: la diversidad de los hechos que están ocurriendo al mismo tiempo. Si vas a ver aquel Cristo por aquella esquina sabrás que te estarás perdiendo aquel otro palio de aquel otro barrio. En cierto modo, la Semana Santa es un homenaje a la libertad de cada cual.
Nos enfilamos, con todo ello, ante una auténtica batalla contra el reloj, ante un día como es este Domingo de Ramos, de espera, muy largo que se entiende cómo se puede con la ayuda del sentido de la responsabilidad, que recomienda pelearse por la vida. Y es que la Semana Santa contiene en su interior cuanto nuestra cultura milenaria y nuestra memoria histórica ha sido capaz de reunir y conservar. Auténtica explosión de contrastes para todos los sentidos, poseída por la luz en la estación de las sensaciones y los sabores de la vida que inundan nuestras calles construyendo un clima apasionado que llenan la totalidad de los deseos de cada uno.
Andalucía vive con plena convicción la primavera, independientemente de la fecha que marca el calendario. Su llamado misterio, esa dificultad que se pregona y de la que incluso se alardea a veces, no es sino el reflejo externo de un punto de resistencia a todo lo que no sea sentir a chorros a partir de esta jornada.
El hecho es que llega el día. Una cosquilla de olor dulce, poco más o menos, y quedará inaugurada la vida en donde la gente cambia de cara, cambia de mirada, se dispara hacia la acción, planea y proyecta y no para quieta y no tiene tiempo ni para dormir, ni siquiera para dormir.
El próximo Domingo de Ramos la primavera entra oficialmente en Andalucía, hosanna en los cielos bajo el estreno de calcetines blancos de azahar con que se viste para recibirla vestida de niña. Es un día para madrugar, para hacer la carrera oficial de los conversos porque ha llegado la mejor hora del mejor día del año. Andalucía amanecerá ese día como un patio de vecinos vacío y recién regado con paredes almagra y suelo de albero.
Si uno toma la calle a primera hora podrá pasear despacio y saborear el eco de sus pisadas por las calles todavía no regadas por la cera resbaladiza multicolor de los cirios que han de arder y, dejando las bullas para más tarde, podrá recrearse con la apertura de los primeros templos y ante las imágenes de su devoción, limpios, lavados, planchados, cuando aún dura la raya del pantalón y no nos han desencuadernado los primeros sudores del ir y venir.
Y será entonces cuando aquel primer brote de la flor blanca de los naranjos que vimos una noche de Cuaresma se vista de nazareno y podremos afirmar entonces con rotundidad que Andalucía nunca dará encefalograma plano mientras veamos cómo le tiembla el pulso al ver esa figura enhiesta, hierática, de la sombra puntiaguda de un capirote en la mañana de los ramos de olivo.
Prestos están para abrirse los caminos y las veredas de esta Jerusalén efímera en que se convierte Andalucía cada año. Afluentes que van a desembocar a la mayor manifestación de cuantas se producen rindiéndole pleitesía a los modos y a las formas, el gran drama que se rememora anualmente y que se hace magnífico por el modo andaluz de interpretarlo.
A partir de ahora y en adelante, tan pronto como la tarde le pueda el pulso a la mañana, el Domingo de Ramos ya nos habrá dicho buenos días y nos habrá llenado de caramelos los bolsillos del alma. Y nosotros ya habremos dicho buenos días a la primavera en Andalucía.