El Bloc

La mala reputación

Se ha encampanado la Sevilla biempensante por el fenómeno #papagorda que amenaza con visibilizar al borracho que pasea por la Feria

Fotografía de las calles del Real de la Feria de Abril de Sevilla este miércoles por la tarde
Fotografía de las calles del Real de la Feria de Abril de Sevilla este miércoles por la tardeEFE/ Raul Caro

Se ha encampanado la Sevilla biempensante, valga la redundancia, por el fenómeno #papagorda que amenaza con visibilizar –toma verbo moderno al pelo– al borracho que pasea por la Feria en trance vergonzante.

La idea es horrible, una niñatada propia de estos tiempos de piterpanes estúpidos con móvil 5G, porque el ebrio tiene el mismo derecho que el abstemio a ver preservada su intimidad y la autoridad ya amenaza con cuantiosas multas a los graciosetes que graben al tajarina tambaleante o compartan las imágenes por las redes sociales.

Han tenido que pasar tres años para que se ponga coto al desafuero, pero bueno. Sin embargo, este señalamiento del prójimo –más de medio siglo ha transcurrido desde “La mala reputación” de Georges Brassens traducida por Paco Ibáñez y Loquillo, entre otros– se enmarca en la “nueva normalidad” fomentada durante la aciaga pandemia por la clase política y, peor todavía, asumida con entusiasmo por “les braves gens” de la canción, es decir, por el amable lector y su vecina del tercero. Asumimos como naturales la denuncia de conductas “insolidarias” como tomar el sol en la azotea o salir a pasear con un crío autista o comprar dos botellas de anís en el supermercado o meterse a deshora en casa de la novia a echarle un caliqueño.

Y así, burla burlando, nos vemos habitando un mundo de chismosos en el que merece mayor respeto el asesino que descuartiza a su pareja en Tailandia que quien tiene la mala suerte de ser filmado tras haberse bajado medio litro de manzanilla. “Estamos tan a gustito”, cantaba desaforado Ortega Cano en un vídeo que fue viral antes de conceptualizarse la viralidad misma. Y lo estaba, porque entonces se podía salir de fiesta sin que un batallón de inquisidores acechase al otro lado de sus teléfonos