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El Thyssen como no lo has visto nunca: la evolución de la moda en la colección

El museo ha diseñado una ruta dedicada a la evolución histórica de la moda a través de los cuadros de su colección, desde las tablas del siglo XV y la serie de las sombrererías de Degas hasta Delaunay y Mondrian

En 1965 Yves Saint Laurent presentó en París una colección de otoño que Diana Vreeland (la Anna Wintour de entonces) bautizó como la mejor de la temporada. Es, además, una de las más reconocibles del prolífico diseñador francés: aquellos minivestidos de lana sin costuras y estampados con las líneas y colores de los cuadros de Mondrian son inconfundibles. Se suele olvidar, pero Saint Laurent también homenajeó en aquel desfile a Serge Poliakoff y a Malevich. El idilio entre moda y arte resulta obvio si repasamos los últimos cincuenta años -Coco Chanel, Balenciaga, Givenchy, Elsa Schiaparelli… todos encontraron inspiración en las bellas artes-, pero si retrocedemos unos siglos descubrimos una relación más fascinante aún entre ambas disciplinas. Es lo que ha hecho María Corral Aznar en el Museo Thyssen, donde ha diseñado una ruta dedicada a la evolución histórica de la moda que pasa por “La adoración del niño”, una tabla del siglo XV de Jacques Daret, hasta, justamente “New York City 3”, de Mondrian.

La moda, como el arte, ha servido siempre como cronista de los cambios culturales, económicos y políticos de nuestra sociedad. Por eso de “La adoración del niño”, por ejemplo, podemos deducir que fue realizada durante el auge del ducado de Borgoña, cuando la incipiente burguesía, gracias a su mayor poder económico, buscaba imitar a la nobleza y sus costumbres.

“Moda viene de modus, que quiere decir costumbre”, recuerda Corral Aznar. Explica también que con su ropa los burgueses replican igualmente los parámetros de las bellas artes, por eso las mujeres se ciñen la cintura debajo del busto, lo que crea pliegues verticales en la falda a modo de columnas. Los tocados, además, se popularizan: existen el tocado cojín, el aguja, el de mariposa, el de cuerno…

También forma parte del recorrido el retrato de Giovanna Tornabuoni, según Corral uno de los preferidos del I barón Thyssen-Bornemisza, que lo compró en 1935 al banquero J.P. Morgan. La tabla de Ghirlandaio también tiene una historia que contar, la de la prosperidad de Florencia y el Renacimiento, cuando los artistas se remiten a la Antigüedad clásica como canon de belleza, lo que se refleja en las proporciones perfectas de Giovanna degli Albizzi, fallecida esposa de Lorenzo Tornabuoni.

Además de adivinar por la opulencia de su traje y sus exquisitas mangas acuchilladas su alto estatus social, es interesante detenerse en quien la retrata. Domenico Bigordi es apodado Ghirlandaio porque se había formado como orfebre en el taller de su padre y, según escribió Giorgio Vasari, era conocido por sus guirnaldas.

En “El bufón llamado “el caballero Cristóbal”, de Hans Wertinger, Corral descubre cómo era la indumentaria masculina de la época, con las calzas ceñidas, el jubón, que imitaba las armaduras, y la capa semiabierta. Un detalle: las pieles, que venían de Rusia, se utilizaban entonces por dentro ya que, aunque sí demostraban riqueza, lo importante era que protegieran del frío.

Por último, si los trajes de las mujeres con sus amplias faldas buscaban transmitir una idea de fertilidad, los de los hombres debían evidenciarlos como viriles y fuertes, por lo que se rellenaban la bragueta con trigo o arroz para hacerla más abultada.

Otra señal de lujo en este cuadro son las calzas rojas, que se teñían con el costoso tinte de cochinilla, un insecto traído del Nuevo Mundo, lo mismo que el palo de campeche del que la monarquía española extraía el ala de cuervo, un tinte negro que se convirtió en símbolo del poder y la opulencia de nuestra corona, que por entonces era la que marcaba la pauta en cuanto a moda en Europa.

Lo vemos en la elegante "joven dama con rosario", de Peter Paul Rubens, ataviada de negro y con gorguera, puños y tocado de encaje. De los escotes cuadrados del siglo XV se pasa a las gorgueras o lechuguillas, ejemplo de mujer recatada y religiosa. El cambio tiene que ver con las críticas que la Reforma protestante había hecho de los excesos de los católicos, a lo que la Iglesia contesta eliminando cualquier indicio de lujuria o deseo en el vestir. A esto aporta que el cinturón de castidad, que antes se llevaba por dentro, comienza a lucirse por encima de la ropa, como se ve en esta obra.

A principios del siglo XIX George Brummell revoluciona la vestimenta masculina. Aquellas calzas que marcaban la forma de las piernas, y que tanto le gustaban al vanidoso Luis XIV, desaparecen de los armarios gracias a Brummell, que las sustituye por pantalones. Considerado el primer dandi, el bello Brummell estableció el código de vestimenta del día a día y de los grandes eventos, como las carreras de Ascot.

Además de introducir el pantalón, Brummell elimina el color y la extravagancia de su ropa, pone de moda la levita y cambia el sable por el bastón, otro símbolo de sofisticación. Corral asegura que durante dos siglos el traje masculina apenas sufrió cambios, por lo que "se volvió tan aburrido que a mediados del XVIII desaparece de las revistas de moda y solo puede rastrearse gracias a los retratos en pintura". Uno de ellos es el elegantísimo "Retrato de David Lyon", de Thomas Lawrence.

En la ropa de las mujeres, en cambio, estaban comenzando a suceder cosas muy interesantes. Ya no están confinadas a los jardines y salones de casa, sino que pueden comenzar a salir, por ejemplo, de compras o a tomarse un té; eso sí, siempre en grupos de al menos dos. En esas salidas de sus amigas solía estar presente Edgar Degas, amante del universo femenino que dedicó una serie de cuadros a las sombrererías de París.

En aquellos paseos, sin embargo, no podía darles el sol a las señoritas de la burguesía -"el bronceado lo pondría de moda Coco Chanel más adelante", afirma Corral-, por lo que llevaban sombreros y sombrillas que las protegieran. Corral recuerda también que los primeros parasoles los traen los jesuitas de sus misiones en Oriente y que a partir de 1830 se convertiría en un accesorio indispensable para la mujer. "La sombrilla fue parte de nuestro vestuario durante casi un siglo. Las había para cada ocasión y las mujeres no los podían soltar en todo el día", asegura. En cierto modo, cambiaron un tipo de esclavitud por otra.

Hasta que en las primeras décadas del XX coinciden los movimientos de liberación femenina (que piden eliminar el corsé, por ejemplo) y la Gran Guerra, que saca ahora sí definitivamente a la mujer de casa y la introduce en el mercado laboral. Eso supuso una revolución en el vestir: las faldas largas y pesadas, demasiado incómodas para trabajar, se hicieron más cortas o se les abrió una raja para mayor movilidad; la figura en forma de reloj de arena que promovía el corsé es sustituida por las lineas rectas, con la cintura a la altura de la cadera; las largas melenas dejan de estar de moda y son sustituidas por el corte garçonne y el sombrerito cloche.

Con Sonia Delaunay la simbiosis entre arte, moda y diseño es casi absoluta. Delaunay, francesa nacida en Ucrania, fue una exitosa pintora pero también, y sobre todo, trabajaba con tejidos y tapices estampados a mano para crear diseños de cortinas, paraguas, muebles, cojines, lámparas... En Madrid, y después en Bilbao, San Sebastián y Barcelona, tuvo tiendas que fueron la cumbre de la modernidad: en ellas no solo se exponía arte y se vendían objetos de decoración sino que se hacían lecturas de poesía y todo tipo de eventos.

Delaunay reivindicó los contrastes de color y las formas geométricas. En palabras de Corral: "Las mujeres que vestían los diseños de Sonia son pinturas vivientes, la obra de arte está en el cuerpo femenino, es tridimensional y se mueve".

El recorrido se puede realizar con audioguía o en grupos y con una guía (que suele ser María Corral). También existe la opción Art Meets Fashion, que incluye la visita guiada, un transfer en coche desde el museo hasta Las Rozas Village y servicio de Personal Shopper.