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Nit de Sant Joan

Ni con hogueras ni con demonios: la curiosa tradición en Ciutadella (Menorca) para celebrar San Juan

Los caballos son los auténticos protagonistas de las fiestas de Sant Joan en la isla balear, que celebra con auténtica tradición medieval el festivo que simbólicamente da la bienvenida al verano

Ni con hogueras ni con demonios: la curiosa tradición en Menorca para celebrar San Juan iStock

Menorca guarda un secreto ancestral que cada junio transforma Ciutadella, su antigua capital, en el epicentro de una de las fiestas más singulares y cautivadoras de España: Sant Joan.

No es solo una festividad patronal más, ni un simple homenaje a San Juan Bautista. Es un espectáculo profundamente arraigado, en el que conviven elementos paganos, cristianos y caballerescos, todo girando en torno a una figura protagonista: el caballo menorquín.

La celebración de Sant Joan en Ciutadella, documentada desde el siglo XIV, es probablemente la tradición más curiosa y visualmente poderosa de todas las Islas Baleares. A lo largo de varios días, la ciudad entera se vuelca en una fiesta que va más allá del folclore: se convierte en una experiencia colectiva, en la que el pasado se hace presente y los menorquines se entregan con orgullo a su identidad más profunda.

El caballo como símbolo sagrado

A diferencia de otras fiestas patronales, aquí el verdadero protagonista no es un santo ni un desfile: es el caballo. Majestuosos ejemplares de raza menorquina recorren las estrechas calles del casco antiguo acompañados por sus jinetes, los llamados caixers, que representan a los distintos estamentos tradicionales de la sociedad: nobleza, campesinado, clero y artesanos.

Estos no solo desfilan: los caballos se alzan sobre sus patas traseras, en una especie de danza vertical que la multitud celebra con fervor, acariciando al animal como símbolo de buen augurio.

El momento más icónico es la 'Qualcada', una cabalgata ritual en la que los jinetes siguen un protocolo estrictamente medieval. Todo el pueblo se viste de blanco, se llenan las calles de música tradicional con flautas y tamboriles, y Ciutadella se convierte por unas horas en una escena salida de una crónica del siglo XV.

Un momento de la fiesta de Sant Joan en CiutadellaiStock

Avellanas al aire, pomada en mano

Como toda gran celebración popular, Sant Joan tiene también sus elementos inexplicables y mágicos. Uno de los más llamativos es el lanzamiento de avellanas, que los vecinos y visitantes se tiran amistosamente por las calles, creando una lluvia marrón festiva cuyo origen nadie recuerda con certeza, pero que todos aceptan con naturalidad.

Y por supuesto, ninguna fiesta menorquina estaría completa sin la pomada: una bebida local elaborada con gin Xoriguer (destilado en Mahón desde el siglo XVIII) y limonada. Dulce, refrescante y traicionera, se bebe sin descanso durante las largas jornadas de Sant Joan, convirtiéndose en el lubricante social por excelencia de estas fechas.

Paganismo y cristianismo, de la mano

Aunque oficialmente la festividad honra a San Juan Bautista, el calendario ha querido que coincida con el solsticio de verano, y muchos de sus símbolos y rituales remiten directamente a celebraciones paganas de fuego, agua, purificación y fertilidad. El culto al caballo, la comunión con la naturaleza, el frenesí colectivo, todo parece más heredado de antiguas ceremonias mediterráneas que de una procesión religiosa.

La coexistencia sin conflicto entre lo pagano y lo cristiano es una de las claves del encanto de esta fiesta. Aquí no hay contradicción en que una misa conviva con una cabalgata de jinetes que encarnan antiguos roles sociales. La comunidad acepta ambas realidades con naturalidad y respeto.

Una experiencia única en España

Para quienes tienen la suerte de vivirla en primera persona, Sant Joan en Ciutadella no es simplemente una fiesta: es una inmersión en el alma de Menorca, una vivencia en la que el tiempo parece detenerse. No hay escenario ni puesta en escena: todo es real, orgánico, vivo. Los caballos, el polvo del suelo, los vítores de la multitud y los acordes de la música tradicional forman parte de un ritual colectivo que se repite año tras año con una fidelidad casi sagrada