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Los tropiezos de VOX

Los tropiezos de VOX
Los tropiezos de VOXlarazon

No vengo yo ahora a contarles lo que es Vox. Nada más lejos de mis intenciones. Para eso ya hay colegas periodistas de sobra insistiendo en contárselo varias decenas de veces al día. Asumo, pues, que lo que es Vox ya lo saben ustedes más que de sobra.

Sin embargo sí que me interesa, y mucho, lo que hacen. Porque no digo yo que no sea por error, o porque les sale el tiro por la culata, por ignorancia, errores de cálculo o porque incluso un reloj parado acierta dos veces al día (las intenciones y motivaciones de la gente de Vox también dejo que se las expliquen todos los compañeros del gremio que se mueren por hacerlo por enésima vez); pero lo cierto es que a veces sus tropiezos resultan afortunados para nosotros, porque ponen bajo el foco realidades que no está nada mal que abordemos de vez en cuando.

Sin ir más lejos, la posición de Vox en la negociación para la investidura en Andalucía está evidenciando, como no sucedía hace mucho tiempo, el pasteleo en el que la partitocracia convierte a nuestra democracia representativa. El secuestro de la democracia que supone esta dinámica de presentarse primero con unos programas y proyectos y luego, una vez embolsados los votos, sentarse los partidos y acordar entre ellos (a espaldas de las urnas) nuevos programas y proyectos. Y puede llenárseles la boca todo lo que quieran llamándolo diálogo, o consenso. Pueden demonizar a todo el que lo cuestione. Pero trapichear con los votos tal y como hacen a espaldas de la sociedad civil de democrático tiene entre poco y nada

Acostumbrados como están a ser ellos (los partidos) quienes deciden qué han querido decir los votantes en las urnas, que lleguen ahora unos advenedizos a pretender que el programa votado por cuatrocientas mil personas sea tenido en cierta consideración antes de entregar sus cuatrocientos mil votos a una lista que no votaron les parece una osadía, claro. ¡Menuda insolencia! Y si PP y Ciudadanos deciden que la prioridad de los votantes de Vox es cambiar a Susana por Juanma ¿quiénes se creen que son estos de Vox para sugerir cualquier otra cosa?

Todavía se sorprenden porque no les entreguen los votos cuan cheque en blanco. Primero la investidura y luego ya iremos negociando puntos, les dicen. Pero ¿acaso alguien en su sano juicio creería que en un parlamento en el que PSOE, Podemos y Ciudadanos suman mayoría absoluta podría salir adelante una sola iniciativa de Vox? Si algo es sabido dentro y fuera del partido de Abascal es que lo que no consigan ahora ya no lo van a conseguir durante esta legislatura; así las cosas no parece tan descabellado que pretendan hacer valer sus votos antes de investir a Moreno presidente.

Y por si esto fuese poco, consiguen sacar a colación la ley de violencia de género. Una ley que, a pesar de sus intenciones, no ha evitado que mil mujeres (según datos facilitados en la SER) mueran en la última década por violencia doméstica en España. Ignoro las pretensiones de Vox o las propuestas alternativas que ponen sobre la mesa; pero sí que me parece más que oportuno que revisemos esta ley a todas luces ineficiente. Porque si al menos consiguiese contener mínimamente esta lacra, pues yo sería el primero que no dudaría en mirar hacia otro lado. Si esa ley estuviese realmente reduciendo el número de agresiones o de mujeres muertas a manos de sus parejas varones, pues no pocos (me temo que incluso algunos de Vox) apostaríamos porque el fin justifique los medios; y entenderíamos los perjuicios que esta ley genera como daños colaterales asumibles. Pero es que no es el caso. Se trata de una ley ideológica que (contradiciendo los principios más básicos del Derecho) invierte la carga de la prueba y elimina la presunción de inocencia; por no ahondar en el hecho de que atenta contra la igualdad, reinstaurando una distinción de los sexos ante la ley que habíamos superado hace apenas cuatro décadas. Y todo ello para no resolver o tan siquiera aliviar mínimamente el problema que se supone vino a combatir.

Y tal vez alguno se pregunte cómo es posible que una ley así lleve catorce años en vigor; pero basta comprobar las respuestas que reciben en Vox cada vez que sacan el tema, o recordar la épica reculada de Albert Rivera, para comprenderlo perfectamente. Hace tiempo que hemos confundido silenciar con convencer, y en lo relativo a esta ley no se ha permitido argumentación alguna. Ni a favor ni en contra. Es lo que tienen las leyes ideológicas. No pueden, por definición, ser cuestionadas o cuestionables. Y aunque por desgracia ignoro cuál es el camino hacia la erradicación de la violencia doméstica, sé que impedir el debate sobre posibles medidas no lo es. Todo ha de ser cuestionado y cuestionable si pretendemos algún tipo de progreso.

Ahí radica precisamente lo más importante que debemos aprender de Vox y sus tropiezos: que no solo no debemos impedir el debate, sino todo lo contrario; promoverlo y fomentarlo con todos nuestros recursos. Y ya no solo porque ese sea el único camino hacia el progreso; sino también porque mientras sigamos confundiendo silenciar con convencer, cada vez será mayor el abismo entre lo que los ciudadanos dicen y lo que los ciudadanos piensan; y nos sorprenderemos más cada vez que los votantes ejerzan su derecho a votar en secreto.