Cultura
Este es el Castillo que esconde secretos, amores prohibidos y leyendas fantasmales
Es un referente de estilo renacentista y en la actualidad es una bella posada, a unas dos horas de Madrid
Los castillos españoles se han convertido en un referente turístico. Miles de personas los visitan todos los días del año para disfrutar de su solemnidad, espectacularidad y belleza. Pero también algunos están interesados en lo que esconden las paredes de piedra de esas fortalezas.
Y es que estos monumentos han visto muchas cosas, que se pueden contar o no, y que están rodeados de leyendas, al ser el centro neurálgico de los pueblos durante gran parte de su historia. Es el caso de una fortaleza medieval, situada a unas dos horas en Madrid, y que en la actualidad se ha convertido en una espectacular posada, que hace que sus huéspedes se sientan como auténticos reyes.
Esta historia se está repitiendo en muchos de estos castillos, que una vez remodelados, sus propietarios, sobre todo si no son administraciones, los convierten en hoteles o posadas que permite atraer a un gran número de visitantes, para que vuelvan por un día a la Edad Media, a través de unos alojamientos de auténtico lujo y una oferta ideal para toda la familia. Si a esto le sumas el secretismo que esconden algunas de estas fortalezas haces un coctel perfecto para un fin de semana ideal.
Es el caso de un espectácular castillo, que está considerado como uno de los referentes del estilo renacentista, y que a lo largo de su historia ha contemplado amores prohibidos, romances no correspondidos y presencias fantasmales. Es el caso del castillo de Villanueva del Cañedo (también conocido como Castillo del Buen Amor), que se localiza en el término municipal salmantino de Topas, en el lugar conocido como Villanueva de Cañedo, localidad hoy desaparecida. La fortaleza contiene restos del siglo XI, pero su estructura actual data del siglo XV.
Su construcción fue autorizada por Juan II por iniciativa de la Casa de Alba. El castillo fue construido sobre los restos de un castillo anterior del siglo XI, y del que se conserva todavía el sótano. En 1475 se entrega esta localidad con su castillo a los Reyes Católicos, llegando a albergar a Fernando II de Aragón en su camino hacia la batalla de Toro, durante la guerra contra Juana la Beltraneja. En 1476 es cedido al mariscal de Castilla Alfonso de Valencia y Bracamonte, y al año siguiente, en 1477, el castillo pasó a ser propiedad de Alonso Ulloa de Fonseca Quijada, obispo de Ávila.
Su silueta destaca en una inmensa llanura, rodeada de dehesas y viñedos. De ahí el impresionante foso que la rodea y que tuvo que excavarse para facilitar su defensa. Fonseca reconstruyó el castillo convirtiéndolo en un palacio con trazas renacentistas y lo hizo su residencia habitual, que compartió con su amante Teresa de las Cuevas. La constancia del obispo en el amor hizo que fuera conocido como Castillo del Buen Amor.
Felipe II creó en torno al castillo el condado de Villanueva de Cañedo para Antonio de Fonseca Enríquez, descendiente del obispo Alonso Ulloa de Fonseca Quijada. El castillo fue propiedad de los condes, hasta José Isidro Osorio y Silva-Bazán, el conocido Duque de Sesto y además X conde de Villanueva de Cañedo, que tuvo que venderlo a principios del siglo XX. Desde entonces perteneció a Ricardo Soriano Scholtz von Hermensdorff (marqués de Ivanrey), quien lo vendió al ganadero Tabernero de Paz; éste a su vez lo enajenó en 1958 a sus actuales propietarios.
El castillo fue declarado Monumento Nacional en 1931. Entre 1958 y 1960 fue restaurado por sus actuales propietarios, la familia Fernández de Trocóniz, la cual ha convertido al castillo, desde el 18 de julio de 2003, en un hotel con 41 habitaciones de lujo. En la actualidad conserva su esencia auténtica. Aquellos aposentos, escaleras y pasadizos que fueron testigos mudos de un amor prohibido se han recuperado y permiten retroceder en el tiempo. Con una diferencia: la posada está perfectamente adaptada a las necesidades modernas y cuenta con todas las comodidades imaginables. A su alrededor, además, se han plantado vides, un huerto ecológico y un laberinto vegetal que crean un marco aún más idílico, si cabe.
Leyendas
Además de su espectacularidad, el Castillo del Buen Amor está rodeado de leyendas que hacen de él, un lugar muy atractivo. Todo comienza en 1478, cuando Alonso de Fonseca y Quijada, obispo de Ávila, adquirió el castillo y lo transformó. La construcción perdió así su carácter defensivo y se convirtió en una casa palacio. El motivo real de esta decisión no era solo convertirlo en su residencia habitual, sino también hacer de él una especie de nido de amor.
El obispo tenía una amante, Teresa de las Cuevas, y su intención era mantener esa relación prohibida. No es que se escondiera precisamente, pero sí al menos mantuvo ese amor imposible lejos de comentarios y habladurías. Y no solo lo consiguieron, sino que la pareja tuvo cuatro hijos que fueron legitimados por los mismísimos Reyes Católicos. Ese es el motivo por el que al castillo de Villanueva de Cañedo se le conoce como Castillo de Buen Amor.
El final de esta historia de amor marcó el inicio de la decadencia del castillo. Después de la muerte de los amantes, nadie volvió a ocupar el castillo. De escenario romántico pasó a convertirse en almacén, y así se mantuvo durante siglos. Pero, en ese tiempo, el castillo perdió mucho más que su carácter residencial. Los habitantes de la zona encontraron en sus muros una buena cantera para construir sus casas, de modo que la muralla y la parte superior de las torres acabaron desapareciendo.
Sin embargo, no son las leyendas de amor las que me traen a estos muros recios, sino la leyenda de presencias fantasmales. Y es que los que se hospedan en el Castillo del Buen Amor aseguran que visto a una dama vestida de blanco deambular por el interior de la posada. Y también se dice que ocurren fenómenos paranormales como llamadas desde habitaciones desocupadas o ruidos extraños.
Se conjetura que son las almas de don Alonso y doña Teresa, condenadas a vagar eternamente por el escenario de ese amor no permitido por la Iglesia Católica. Sea como sea, lo cierto es que los espíritus de los amantes forman parte de la historia y de la esencia del Castillo del Buen Amor.
Para aprovechar al máximo la estancia en este castillo de lujo, muy cerca se encuentran impresionantes pueblos que merecen una visita, como por ejemplo Villamayor, localidad de donde procede la piedra con la que se construyó el castillo y gran parte de los monumentos de Salamanca.
Los orígenes de esta localidad se remontan a la época prerromana de la que destaca un castro situado en el Teso de San Miguel y la calzada romana que cruza el pueblo. Dentro del núcleo urbano, se destaca su Iglesia Parroquial construida en honor de San Miguel y que data del Siglo XII, aunque posteriormente fue reformada durante los Siglos XVI y XVIII; de su primitiva construcción destaca el tramo occidental y el muro norte en el que se abre una portada románica con canecillos. En el interior del templo se puede ver el retablo mayor labrado en piedra realizado por Miguel Martínez y el cual posee diversas imágenes elaboradas por Fernando Gavilán Sierra.
El visitante tampoco puede dejar de visitar Ledesma, declarada conjunto histórico-artístico y uno de los pueblos más bonitos de España. Un pequeño pueblo con encanto medieval, a orillas del río Tormes, perfecto para pasear con calma y deleitarse con su legado histórico, su entorno fluvial y su buena gastronomía popular del recetario castellano de toda la vida.
Existe un detallado itinerario turístico que, a través de una ruta circular por el centro histórico, acerca al viajero a cada uno de los principales puntos de interés de la localidad. Incluyendo el Centro de Interpretación de la historia de Ledesma.
Gracias al paso de vetones, romanos, musulmanes y cristianos por Ledesma, se pueden visitar durante el recorrido numerosos bienes culturales. A destacar un vetusto menhir junto al río, el monumento más antiguo de la localidad, y un desgastado verraco de piedra heredado del antiguo castro vetón que existió en la localidad antes de la llegada de los romanos. Estos últimos llamaron Blestia al antiguo castro vetón, antes de pasar a ser Ledesma finalmente.
Pero el mayor número de elementos visitables pertenecen a la época medieval. Como la antigua Muralla (siglo XII), que bordea el centro histórico, la Iglesia de Santa María la Mayor (siglo XV-XVI), un robusto templo de sillería de granito, la Iglesia románica de Santa Elena (siglo XII) o la Iglesia de San Miguel, que acoge el centro de interpretación y también cuenta con elementos del románico.
También se dice de Ledesma que es tierra de puentes y, para muestra de ello, es posible visitar a pie o contemplar desde los miradores de la muralla su gran variedad de viaductos. Hay puentes de épocas bien distintas y de diverso interés artístico que, en algunos casos, se han levantado sobre otros más antiguos. Es el caso del Puente Medieval (siglo XV), que muy posiblemente se levanta sobre uno anterior romano.
Otros puentes de interés en la localidad son el Puente Mocho, declarado bien de interés cultural, el Puente de Peña Serracín, el Puente de Santo Domingo o el Puente Viejo.
Pero tan importantes son los puentes como lo es el río que cruzan y, en este enclave, el río Tormes es un elemento natural clave en la historia de Ledesma. Sirvió como elemento defensivo en el pasado, ha sido fuente de riqueza y ahora es elemento destacado del patrimonio natural y recreativo de la localidad.
También merece especial atención Almenara de Tormes, donde es posible recorrer un “Bosque Encantado”, que cuenta con la sorprendente galería de arte al aire libre “Arte Emboscado”, que ofrece una ruta ideal para hacer con niños en otoño, y que cuenta con un recorrido de 1,5 kilómetros en el que se esconden figuras de gran tamaño. Se pueden observar desde hormigas, mariposas, dientes de león, amapolas, todo ello regado con breves y originales exposiciones de la vegetación del entorno: sauces, alisos, chopos, cipreses, acacias, o robles.
Además, el principal monumento del que dispone la localidad es la Iglesia parroquial de Santa María, construida en el siglo XII. Este templo se considera un claro ejemplo del estilo románico salmantino, gracias al trabajo en la escultura y los ornamentos. Lo más destacado es el hermoso pórtico y su imponente espadaña.
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