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Desarrollo rural

De ingeniera forestal a maestra del cuero para transformar piel en regalos

La palentina Asun Fernández cambia su vida por azar y redescubre su faceta como docente con los adultos y mediante talleres que forjan la autoestima de los más pequeños

La palentina Asun Fernández cambió su vida de ingeniera forestal a maestra del cuero para transformar piel en regalos y talleres que forjan la autoestima de los más pequeños Lucía BurónIcal

La de Asun Fernández es una de esas pasiones que nacen cuando menos te lo esperas. Todo empezó por puro azar, en un momento de incertidumbre tras terminar su carrera de ingeniera técnica forestal.

"Le cogí al azar, totalmente al azar", recuerda con una risa contagiosa. Sin un plan definido, se inscribió en un taller de cuero en la Universidad Popular de Palencia solo para ocupar el tiempo, pero aquel taller casual desató una chispa irreversible. En tres años de dedicación intensa, el cuero se convirtió en su obsesión. "Nada más empezar, vi que me gustaba mucho, que dedicaba muchísimo tiempo a hacer eso, que tenía ganas de aprender".

Su casa se llenó de piezas acumuladas –monederos, cinturones, agendas–, hasta que un amigo la convenció de probar en una feria en Carrión de los Condes en 1998. "Ahí fue el primer contacto real con la gente. No me fue mal. Para mí, cualquier cosa era la ilusión", reconoce Asun a Ical con una alegría que contagia.

Esa feria no fue solo un debut; fue el comienzo de una vida dedicada al oficio. En 2004, Asun se lanzó como artesana autónoma, sustentándose en ferias que recorrió sin pausa. Su talento la llevó de regreso a la Universidad Popular, esta vez como profesora. Cuando su mentora se jubiló, la llamaron para sustituirla. "Estuve siete u ocho años. Fue algo muy emocional. Además con mi exprofesora mantengo una relación muy especial".

Enseñar a adultos le reveló su vena docente, pero el estrés de compaginar clases con ferias la obligó a pausar. Entonces, de forma inesperada, irrumpieron los niños en su vida: "En el cole de mis niños me propusieron una extraescolar. Al principio dije que no lo veía, porque son habilidades peligrosas". Asun, fiel a su filosofía de "no decir que no sin probarlo", aceptó. "Lo probé y vi que sí se podía, y que además me gustaba".

Durante cuatro años, impartió talleres en varios colegios, adaptando herramientas reales –tridentes, leznas, martillos; todo menos el cúter por seguridad– a manos diminutas. "Ha sido ensayo-error, quitándome miedos poco a poco".

El resultado fue transformador: niños de cinco años cosiendo monederos con precisión, de ocho o nueve elaborando archivadores o mochilas que requieren un curso entero de paciencia y dedicación.

"Empezar en septiembre y acabar en mayo. Cuando lo ven los adultos en casa, flipan", señala. Ese orgullo infantil, esa autoestima forjada a golpes de martillo, se convirtió en el motor para ella. "Los adultos te absorben energía; los niños te la dan, te alimentan. Son la vitamina para mi imaginación".

En 2017, esa pasión cristalizó en La Vaca Azul, abierta inicialmente en la plaza Los Abetos como un espacio híbrido de tienda y taller. El éxito fue tan rotundo que pronto se mudó a la calle Los Robles, a un local más amplio que respira creatividad por los cuatro costados, pero sin salir del mítico barrio de San Juanillo. "Más espacio para la zona de trabajo y, sobre todo, para la formación", explica Asun.

Porque La Vaca Azul no es una mera marroquinería; es un santuario donde el cuero ancestral se une a la frescura de las nuevas generaciones, un lugar que emociona, enseña y perdura.

El secreto de su magia radica en la materia prima: piel curtida vegetal de Villarramiel, orgullo de la provincia. "Tenemos esa suerte de ir directos a la fábrica y elegirlas. Llevo muchísimos años clienta de la misma". Este proceso tradicional confiere al cuero una durabilidad legendaria, un tacto y aroma que conquistan. “Los abuelos en las ferias lo palpan y saben que el material es de primera calidad”. Aunque Asun incorpora curtición al cromo por demandas modernas, su corazón late por lo vegetal. "Por la vejez, el tacto... Es material bueno, de verdad".

Sus creaciones son puro arte narrativo: "Muy de color, mosaicos superpuestos, muy personalizado. Muy de crear historias". Rechaza lo seriado; cada pieza es única, diseñada para emocionar. Ilustraciones de mascotas fieles, oficios queridos, recuerdos imborrables en carteras, bolsos o agendas. "Con el fin de 'emocionar' a la otra persona". Es referente en regalos personalizados: jubilaciones grupales, fin de curso para profesores –incluso a nivel nacional vía online–.

Pero el verdadero latido de La Vaca Azul son los talleres, donde la pasión de Asun se multiplica. Los semanales funcionan como extraescolares: una hora por semana durante el curso, con bonos canjeables solo al asistir, para niños de 5 a 18 años. Usan herramientas profesionales y crean maravillas: cuadros, estuches, fundas de flauta, parchises, mochilas... "No es una manualidad de pegar y recortar; es oficio real", reconoce Asun. Unos talleres donde desarrollan destreza, creatividad, paciencia y, sobre todo, autoestima. "Impactan en los mayores con sus resultados". Los monográficos, de dos horas, son ideales para regalos rápidos en fiestas o puentes. Y los de padres-hijos, nacidos de una idea espontánea, fomentan vínculos. "Comparten, se relajan, conviven de verdad".

Asun vive anécdotas que confirman el impacto. "Una niña que pasó un año en Estados Unidos y, al aterrizar, exigió volver a La Vaca Azul", explica con orgullo. “Otra empezó con cuatro años (la madre me engañó diciendo que tenía cinco) y deslumbró con su habilidad. Hoy viene con su madre”, señala. De entre todas sus elaboraciones, el estuche es el ídolo. “Lo lucen en clase y les dicen a sus compañeros que lo han hecho ellos mismos”. La fidelidad es a veces conmovedora ya que estos cursos, únicos en la Comunidad, cuentan con alumnos que van hasta diez años seguidos.

"Les veo crecer, cambiar. Me añade ilusión diaria", explica Asun a Ical. Mirando adelante, Asun irradia optimismo realista. En el barrio se ha convertido en todo un icono. "Grupos para jubilaciones o regalos especiales me buscan como referencia". Los talleres crecen solos. "Cada año cuesta menos llenarlos. Una niña trae a una amiga, y ya está encarrilado", señala por lo que parece que las nuevas generaciones responden. “Parece que hay un interés genuino”, reconoce.

Pero la sucesión de este negocio comienza a preocupar. "Lo ven como hobby, no como medio de vida", asegura Asun que ya sabe que sus hijos no seguirán sus pasos como artesana. "Ojalá alguien coja la casulla y siga", señala. Con la tienda, ha redescubierto su rol social: arreglos imposibles en un mundo de plástico desechable.

"Somos necesarios toda la vida, pese a la tecnología", explica mientras señala a otros compañeros de oficio, como los zapateros.

Hacia la jubilación, sueña con más formación. "La Universidad Popular me formó como persona para enseñar y le tengo mucho cariño", señala. Allí forjó las técnicas que hoy adapta a los pequeños. Asun no solo trabaja el cuero, lo infunde vida, une generaciones, despierta pasiones inesperadas.

En La Vaca Azul, un azar se transformó en un legado de colores vibrantes, emociones profundas y sueños infantiles que perduran. Un recordatorio de que las mejores historias comienzan cuando menos te lo esperas, y que un martillo en manos pequeñas puede cambiarlo todo.