Sucesos
El destino final de Sergio
La explosión lanza la placa del reactor a 2,5 km de distancia, una distancia inaudita, se cuela entre dos edificios, impacta en un tercero y mata a un vecino en su casa
Ningún guionista de las cinco películas, cómics y novelas de “Destino Final”, aquella historia en la que la muerte elije a sus víctimas y las persigue hasta acabar con ellas en extraños accidentes, imaginó la rocambolesca carambola que el martes acabó con la vida de Sergio Millán. Un accidente fatídico, una explosión que lanzó una placa a una distancia sin precedentes documentados y un cúmulo de casualidades mataron a este frutero en su casa del barrio de Torreforta (Tarragona) y salvó la de su mujer, sus hijos y sus vecinos.
Sergio estaba en su casa, cuando a las 18.40 horas del martes, a 2,8 kilómetros de distancia, en una de las fábricas de la petroquímica de Tarragona, Iqoxe, explotó un reactor donde se fabrica óxido de propileno. El interior del tanque que comenzó a arder contenía 20 toneladas de óxido de etileno. Este compuesto acostumbra a estar presurizado porque es muy reactivo e inflamable, hierve a 10 grados de temperatura. Los entendidos cuentan que es como si hubiera explotado una olla a presión, aunque no hay precedentes documentados de que ninguna explosión haya lanzado un objeto tan contundente a casi 3 kilómetros de distancia. De hecho, Sergio Delgado, subdirector de Protección Civil, admite que “se trata de una distancia superior a lo que prevén los informes de seguridad industrial” y que “se tendrán que revisar si los cálculos que manejamos son adecuados”.
La pieza que salió disparada no era precisamente ligera. Medía 122x165 centímetros, tenía un grosor de unos tres centímetros y pesaba unos 800 kilos. Se desconoce si procedía del redactor donde hubo la explosión o de la cisterna de óxido de etileno que ardió. “La vimos pasar sobre nuestras cabezas”, explica José, que en el momento de la explosión estaba con su nieto de 10 años jugando en el patio de delante de casa, a apenas 100 metros del edificio donde acabó impactando la pieza voladora. “Hacía un ruido fortísimo, similar al de un helicóptero. Cuando miré al cielo, estaba a unos 20 metros sobre nuestras cabezas y venía con mucha velocidad girando sobre sí misma, como una hélice. Fue perdiendo altura, se coló en el patio trasero de los edificios que dan a la plaza García Lorca e impactó contra el tercero. El tendedero que estaba lleno de ropa, salió por los aires y la pieza aterrizó sobre el salón del piso”, cuenta. En ese momento, allí no había nadie, en el interior del edificio recorrió unos tres metros, pero a consecuencia del impacto, el suelo cedió y cayó sobre el segundo, donde estaba Sergio. “Dicen que le cayó encima el falso techo y un armario, y falleció en el instante”, contaba ayer Paola, amiga de uno de sus sobrinos, con la mirada puesta en el boquete que la placa había dejado en la pared. “Si te lo explican no te lo crees, hay que verlo para creerlo”, murmuraba Francis perplejo.
Francis pasa la setentena. Conocía a Sergio y a su familia. “Son muy queridos en el barrio. Su hermano tiene una frutería ahí, en la calle Falset. Otro de sus hermanos también tenía una frutería en el mercado de Torreforta -a cien pasos del edificio siniestrado-, y Sergio también tenía una frutería, pero con la crisis la cerró”, explica. “Tiene dos críos y su mujer acababa de salir de casa para ir a pasear con la nieta poco antes del accidente”, sigue contando. “Es increíble”, repite.
Mientras los arquitectos municipales evalúan si la finca ha sufrido daños, el patio desde donde se ve el boquete en la ventana del edificio contra el que impactó la placa metálica es un ir y venir de vecinos y curiosos. Unos, como Paola y Francis, se acercan para saber detalles del funeral. Otros para comprobar la suerte que han tenido. “Un día estamos y el otro no”, reflexiona en voz alta Marisa.
Torreforta es un barrio popular. La placa voladora pasó sobre la escuela Campclar, el barrio que precede a Torreforta, antes de llegar a la Petroquímica, y dos guarderías: El Ninot y la Baldufa. Hay familias gitanas y una numerosa comunidad de migrantes magrebís. Hay una mezquita y tiendas de alimentación especializada. La especialidad de Sergio y su familia es la fruta. En el barrio, se les conocía cariñosamente con el sobrenombre de “los Gorditos”. “No es normal esto que ha pasado, es el colmo de la mala suerte. Ni en Destino Final hubieran imaginado una historia tan retorcida”, comenta Miguel, otro vecino.
Por la tarde, muchos van a la manifestación convocada por la asociación Cel Net para reclamar más controles y medidas a la industria petroquímica
Francis cuenta que los trabajadores de la fábrica donde ocurrió el siniestro habían convocado huelga estas Navidades para protestar. “¡Menudo regalo que nos dejó Franco!”, exclama, “un montón de fábricas alemanas y químicas que nadie quería en su país”. Francis aún recuerda cuando era niño y la costa de Tarragona “era como Miami”. “Venían turistas, estaba lleno de playas, pero cuando empezaron a construir las fábricas se fueron”, lamenta. La relación de los vecinos con la petroquímica es de amor odio. Da de comer a muchos, pero todos la miran con respeto.
Tarragona ha decretado dos días de duelo por el accidente. Además de Sergio, el frutero, fallecieron dos trabajadores de la petroquímica.
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