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Un laico en la corte del Papa

Román Gubern recorre en un libro su experiencia como cinéfilo en el Vaticano y su colaboración con la filmoteca de la Santa Sede

El historiador Román Gubern
El historiador Román GubernMiquel GonzalezMiquel González/Shooting

Román Gubern es uno de los grandes sabios sobre el séptimo arte. Ahí está su extraordinaria bibliografía encabezada por su imprescindible «Historia del cine». Gubern ahora narra un episodio autobiográfico en «Un cinéfilo en el Vaticano», editado por Anagrama.

–¿Es este libro la historia de una frustración?

–Este libro existe porque me insistió Jorge Herralde. Lo escribí en un mes, en agosto, cuando me encerré a hacerlo. He resultado ser un vaticanólogo. ¿Quién lo iba a decir? El modelo textual es la novela de Mark Twain «Un yanqui en la corte del Rey Arturo», aunque no tan exagerado. Es la sorpresa al entrar en un mundo desconocido. Cuando Jorge me lo propuso tuve alguna duda de conciencia, pero como habían pasado 25 años que es el periodo que los archivos se reservan para proteger la intimidad, me sentía liberado del secreto de confesión. Además quien había sido mi superior, el cardenal John P. Foley, estaba muerto.

–El libro habla de lo que a veces parece un diálogo de sordos.

–Tenga en cuenta que yo estudié con los jesuitas y tenía clase de religión. Así que tengo formación religiosa, no sólida, pero sí competente. Cuando me propusieron entrar en el Vaticano me pareció curioso porque era adentrarse en un mundo hermético. Debo decir que no me defraudó, a excepción de a mi curiosidad porque no llegué a ver la filmoteca vaticana. Es un lugar que está lleno de rumorología, pero que no llegas a conocer. Es como Kafka y aquello de que vas entrando en el castillo, pero no conoces sus secretos. El Vaticano es un laberinto.

–A usted lo invitan para participar en las conmemoraciones vaticanas del centenario del cine. En el libro aparecen desencuentros sonados, como cuando redacta un documento de trabajo en el que menciona a «individuos célebres» citando en esa lista a Jesucristo, Napoleón o Gerónimo.

–Sí. Lo puse de buena fe porque pensaba que quería hacer una lista inclusiva. Pues en la primera reunión Foleypegó una gran carcajada. Me quería hundir por eso, porque «el doctor Gubern quiere poner en la misma lista a Jesucristo y a Gerónimo». Ellos sabían que era un laico, así que hubo desencuentros verbales y conceptuales, pero me temían porque yo era un experto. Mi «Historia del cine» se había publicado en Italia en 1972 y se había reeditado, por lo que me llamaron como experto. Pero el duelo verbal era permanente porque partía de posturas laicas, aunque siempre desde el respeto. Estaba bajo sospecha y, como digo en el libro, me convertí en el laico oficial del grupo. Esa fue una función muy especial y creo que poca gente la habrá tenido en el Vaticano.

–¿Ser laico es lo que hizo que su lista de películas para la conmemoración del centenario no coindiera con la del Vaticano?

–Solamente está «La Strada» de Fellini. Es que la elaboración de la lista provocó largas discusiones teóricas. Por ejemplo, en una de las reuniones, y esto no lo cuento en el libro, alguien dijo que había que rescatar a «Viridiana» del infierno. Inteligentemente lo que se quería era redimir a Buñuel con la incorporación de «Nazarín» en la lista. Fue un cura loco quien quería hacer una lectura contracorriente de Buñuel.

–Sin embargo, en aquellos días, de paso por Barcelona, le comentó a una periodista que se podría proponer a Buñuel como patrón.

–Me arrepiento mucho de esa manifestación. Estaba en la fiesta del 25 aniversario de Anagrama y se me acercó una periodista de «El País». Me preguntó qué hacía Roma y empecé a explicar imprudentemente. Así que mea culpa. Todo eso se reprodujo en la prensa francesa y británica. Al volver a Roma me llamó el sacerdote Enrique Planas con voz severa, la persona que me había propuesto trabajar en la comisión. «Ya hemos leído tus declaraciones en la prensa», me dijo. Me di cuenta que había metido la pata hasta el fondo. Desde ese momento empecé a estar bajo sospecha, algo que era muy incómodo para mí. Lo del santo patrono lo agravó todo. Por culpa mía el cine no tiene patrón.

–¿Quién cree que debería ser el patrón del cine?

–San Francisco de Asís y le diré por qué. Con todo el respeto por los demás, San Francisco de Asís es un santo muy cinematográfico que han tratado Rossellini o Cavani. Es simpático por ser pobre y fue quien inventó la escenografía del belén.