Artistas
Confinarse a la sombra del “Guernica”
La vida de Pablo Picasso encerrado en su taller de la Rue des Grands Agustins
El 28 de junio de 1940, París recibía la visita de un indeseado “turista”. Durante solamente tres horas, Adolf Hitler se dedicó a pasear por algunos de los lugares más emblemáticos de la capital francesa. Hacía algo más de una semana que Francia se había rendido ante una Alemania que parecía imparable en el campo de batalla. Hitler quiso darse el gusto de llegar a una ciudad que ya consideraba suya y se acercó hasta la Torre Eiffel, la tumba de Napoleón, la Ópera y el Sagrado Corazón en Montmartre. Era el inicio de una de las etapas más oscuras en la historia de la ciudad y muchos decidieron vivirla encerrados en casa. Uno de esos fue Pablo Picasso.
Desde hacía casi cuatro décadas que Picasso era uno de los vecinos más ilustres de París. Había renovado la manera de entender la pintura en su taller del Bateau Lavoir donde pintó “Las señoritas de Aviñón” a principios de siglo. A medida que su fama fue creciendo también lo hizo su posición social, así que dejó su destartalada vivienda en el bohemio Montmartre por el lujo de los salones de su apartamento de rico burgués en la rue La Boétie. A finales de 1936 o principios de 1937, Picasso inauguró un nuevo y extenso taller en la rue des Grands-Augustins, muy cerca del Sena, un espacio con una gran carga simbólica pues fue allí donde Balzac ubicó su texto “La obra maestra desconocida”.
Fue aquí donde el artista estuvo trabajando en una gran tela, en el símbolo antibelicista por excelencia: “Guernica”. El 24 de septiembre de 1936, el director de Bellas Artes del gobierno republicano español, José Renau, le había dirigido una extensa carta en la que le pedía que pusiera su talento artístico al servicio de la República, invitándolo a Madrid para que viera in situ los estragos de las primeras semanas de la Guerra Civil. Picasso no viajó a España, pero sí estuvo dándole vueltas a la posibilidad de hacer un gran cuadro. La primera inspiración la encontró el 17 de noviembre de 1936 en “L’Humanité” al leer el poema “Noviembre 1936” de su amigo Paul Éluard y que lo conmovió profundamente. Poco después, ya instalado en Grands-Augustins, empezó a idear lo que era un encargo formal del gobierno republicano: un gran mural para el Pabellón español en la Exposición Universal que se celebraría en París en 1937. El esfuerzo creativo fue titánico: primero fueron muchos bocetos a lápiz y después el trabajo al óleo en la tela, un proceso documentado gracias a las excelentes fotografías tomadas por Dora Maar, por aquel entonces pareja de Picasso. Cuando el 29 de abril el artista vio la portada del periódico “Ce Soir” donde se informaba del bombardeo de la aviación alemana sobre un pueblo vasco, Picasso supo de inmediato que su obra llevaría por título el nombre de aquel pueblo: “Guernica”. Fueron meses de trabajo frenético, un duelo pictórico que dejó a Picasso exhausto. El resultado final se instaló el 11 de julio de 1937 en el pabellón español diseñado por Josep Lluís Sert y Luis Lacasa.
Las cosas habían cambiado mucho en junio de 1940 para todos los parisinos. Picasso llegó a sopesar la idea de marcharse a la Costa Azul o, incluso, de instalarse en Estados Unidos, pero finalmente optó por quedarse en la capital francesa. Sin embargo, no lo tenía fácil: se le había denegado la nacionalidad francesa y seguía manteniendo la española. Gracias al expediente del FBI sobre el pintor malagueño sabemos que el general Franco pidió la deportación del artista, aunque las autoridades nazis la rechazaron.
Picasso decidió no hacer ruido. Dejó el apartamento de La Boétie, en el que era difícil vivir por culpa de las restricciones impuestas por los alemanes y se instaló en la casa donde había pintado “Guernica”. Para el pintor vivir en aquel inmenso taller tenía sus ventajas: se encontraba a un minuto andando del domicilio de Dora Maar y a diez del Café de Flore, uno de sus locales favoritos. Unos meses más tarde, otra amante de Picasso, Marie-Thérèse Walter y la hija de ambos, Maya, regresaron a París y se alojaron en un apartamento en el no muy lejano boulevard Henri IV, donde el pintor las visitaba con regularidad los jueves y los domingos. Como afirma el periodista Alan Riding, “su París se había visto reducido al tamaño de un pueblo”.
Nuestro protagonista no podía olvidar la represión que se estaba llevando a cabo en la ciudad, pero la contempló desde la distancia. Su íntimo amigo de origen judío Max Jacob había acabado en un campo de concentración tras ser detenido por la Gestapo. Varios amigos del poeta dirigieron una carta a las autoridades nazis pidiendo la liberación del preso. Cuando a Picasso le pidieron que firmara el documento, se negó. ¿Insolidaridad o miedo? El pintor nunca quiso hablar de ese tema. Jacob murió en 1944 en el campo de internamiento de Drancy.
Pese a su rechazo al nazismo, durante su confinamiento en Grands Augustins tuvo que aguantar algunas visitas desagradables, entre ellas la de algunos oficiales alemanes. Muy conocida es la anécdota, aunque hay dudas sobre su autenticidad, del diálogo que mantuvo el pintor con un militar nazi que, a lo largo de una de esas visitas, encontró en una mesa del taller una postal del “Guernica”. “¿Usted ha hecho esto?”, le preguntó. “No. Fueron ustedes”, respondió. Otro que pasó por el estudio fue el filósofo y escritor alemán Ernst Jünger que en aquellos días estaba destinado como oficial en París. En su diario apunta en la entrada del 22 de julio de 1942 cómo fue ese encuentro en el que debatieron sobre el arte. Picasso se sintió tan cómodo hablando que no él que no le importó afirmar que “aquí sentados, usted y yo, podríamos negociar la paz esta tarde y por la noche los hombres podrían sonreír”.
Durante aquellos años, Picasso se movió con miedo por París. No quiso ser un miembro de la resistencia. ¿Estaba protegido por los nazis? Arno Breker, el escultor favorito de Hitler, se vanagloriaba de haber intercedido para que los alemanes no tocaran a Picasso en París, algo que también habría hecho por el editor Peter Suhrkamp. Probablemente nunca sabremos la verdad, algo que sabía muy bien su biógrafo, John Richardson, quien sostenía que una de las etapas más de difíciles de investigar de la vida de Picasso era la que comprendía los años de la ocupación.
Cuando en agosto de 1944 París fue liberada, el taller de Picasso se convirtió en un símbolo. El artista abrió sus puertas a los soldados y a los corresponsales de guerra para brindar con ellos por el nuevo tiempo que venía. A las pocas semanas, se afilió al Partido Comunista.
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