Ciencia

La erupción del monte Santa Helena y los errores que hoy seguimos cometiendo

El 18 de mayo de hace 40 años se produjo una explosión natural equivalente a 500 bombas de Hiroshima y, como ahora, nadie hizo caso a los científicos que la advirtieron

El monte Santa Helena en el momento de la erupción
El monte Santa Helena en el momento de la erupciónLa RazónArchivo

EL 18 de mayo de 1980 está marcado en rojo en el calendario como uno de los días más devastadores de la historia de la erupción de volcanes. El monte Santa Helena, en el estado de Washington, en la costa del Pacífico de los Estados Unidos, dormido durante los últimos 123 años, regresaba a la vida y entraba en erupción arrasando todo lo que estaba en su paso. Según los cálculos de los geólogos, la primera explosión fue el equivalente a 500 bombas de Hiroshima, cifra que supera las 27.000 sumando las que vendrían después. 57 personas murieron por la erupción, pero miles vieron sus vidas afectadas.

A las 8:32 de la mañana, un terremoto de magnitud 5,1 en la escala de Richter, cuyo epicentro estaba en la ladera norte de la montaña, precipitó los hechos, provocando uno de los mayores corrimientos de tierra registrados en la historia. 200 casas, 47 puentes, 24 km de vías de tren y 300 km de autopistas quedaron totalmente destruidos. En total, el volcán expulsó 4 kilómetros cúbicos de material. La lava estaba compuesta por ceniza, piedra pómez, bombas volcánicas y roca antigua. La vegetación quedó devastada. Más de 14,6 km3 de madera fueron dañados o destruidos y los cultivos de trigo, manzanas, patatas y alfalfa perdidos. Murieron un total de 1.500 alces, 5.000 ciervos y 12 millones de salmones,muertos por la ebullición de los ríos. En total, 27 kilómetros de tierra devastada

Dos años antes, los especialistas ya alertaron de que era probable que el volcán entrase en erupción y recomendaron empezar a tomar medidas. Según sus datos históricos, con dos erupciones en la zona cada cien años, y una fuerte actividad de movimiento tectónico, sólo era cuestión de tiempo. Nadie hizo caso, pues ni las autoridades locales ni las federales creyeron que pudiese ocurrir una explosión de ese calibre si en 123 años el monte había permanecido en silencio.

En realidad, ni los geólogos se ponían de acuerdo en el grado de devastación de una posible erupción y muchos relativizaban los peligros. Como ahora con la pandemia de coronavirus, infravaloraron la posibilidad del incidente. Entre los 57 muertos estaba David Johnson, el joven geólogo que había puesto en alerta sobre los verdaderos peligros del volcán. La vida a veces es macabra y cruel.

Los paralelismos con lo sucedido ahora son asombrosos. En los meses previos, ya se habían reportado los suficientes indicios para certificar que algo se tenía que hacer. Las autoridades, en un principio, cerraron la montaña a los visitantes, dejándola solo a los científicos y residentes para que estudiaran la zona. Sin embargo, la necesidad de no cerrar la economía local, que se basaba sobre todo en el turismo, hizo que no se tomasen en serio las advertencias y siguiesen llegando gente en busca de aventuras en la montaña. “Son tonterías, llevo aquí 26 años y nunca ha pasado algo parecido”, decía entonces el dueño de una tienda de la zona que seguía vendiendo mapas a los turistas.

Si alguien ha visto la película “Dante’s Creek”, con Pierce Brosnan, recordará como las autoridades podían cortar carreteras, pero los turistas y comerciantes locales quitaban de en medio los troncos que utilizaban para ello y continuaban su camino. Hasta se convirtió en un deporte y hay fotos de visitantes quitando estos troncos como si fueran trofeos.

Los días previos al incidente, la paciencia de la población local y los visitantes llegó al paroxismo y se empezó a rumorear que había gente que incluso llevaba armas para asegurar su paso a la montaña. Para evitar enfrentamientos, y visto que la curva de movimiento sísmico se había aplanado, se decidió permitir que la gente pasase más allá de los límites establecidos, con el aviso de que lo hacían bajo su propia seguridad. De los 57 fallecidos por la erupción del volcán, cuatro eran geólogos que estuviaban la actividad del Santa Helena y poder avisar a las autoridades. El resto eran turistas y población local que decidió que no tenía sentido respetar las recomendaciones.

Las pérdidas económicas por la erupción llegaron a los tres millones de dólares. “Es más desolador que un paisaje lunar”, exclamaría el presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, al inspeccionar la zona en helicóptero tres días después de la erupción. ¿Qué ocurrió con la población local? El desempleo en toda la región alrededor del monte Santa Helena aumentó unas diez veces en las semanas posteriores a la erupción. Aún así, sólo un pequeño porcentaje abandonó la zona. El estrés aumentó y se inició una crisis emocional en gran parte de los residentes cercanos al volcán.

La crisis, sin embargo, también trajo oportunidades, y ahora el monte Santa Helena es un reclamo turístico precisamente por el desastre. Está claro que la humanidad está condenada a repetir una y otra vez sus reacciones ante los posibles desastres naturales y sanitarios.