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Historia contemporánea

Stonewall, una noche que la comunidad LGTBI no quiere olvidar

El 28 de junio de 1969, tras la redada de la policía en el célebre bar de Nueva York, se iniciaron una semana de revueltas que se conmemoran cada año con el día del orgullo gay

Jóvenes en la fachada del mítico bar Stonewall
Jóvenes en la fachada del mítico bar StonewallLa RazónArchivo

A la 1.20 horas de la madrugada del 28 de junio de , seis agentes de la policía entraban en el bar Stonewall, un local del Greenwich VIllage de Nueva York donde homosexuales, lesbianas, transgénero, y travestis se reunían para beber y bailar. Apagaron la música y encendieron las luces al grito de: “¡Policía, tomamos el control del local!”. Había 205 personas allí dentro y todas quedaron en silencio. Algunas intentaron huir, pero la policía tenía controlada las salidas. A las demás se las obligó a formar filas en la pared y a identificarse. Redadas de ese tipo eran constantes y todas seguían el mismo patrón. Pero aquella noche nada fue como siempre.

La redada oficial era clausurar el local debido a no tener licencia de alcohol. Stonewall, como muchos locales similares, estaban regidos por la mafia, que conocía de antemano el calendario de aquel tipo de redadas. Sin embargo, aquella noche era diferente. Nadie hacía avisado. Además, la ley municipal prohibía que ningún hombre vistiese más de tres prendas femeninas, así que de pronto el objetivo de la redada pasó a ser la detención de los travestis y personas transgénero.

En el local había dos hombres y dos mujeres, policías de paisano, que llegaron antes al local de incógnito en busca de confirmar que se vendía alcohol, algo que sabían de sobra, y la presencia “indecente” de personas transgénero. Pasada la una de la madrugada, cuando el pequeño local estaba lleno, (un viernes noche de verano), con la intención de mandar un claro mensaje, llamaban desde el teléfono público instalado en la parte de atrás del local para que se iniciase la redada.

Los protocolos dictaban que las mujeres policía llevasen a las personas vestidas de mujer al lavabo y certificar su sexo. Si éste resultaba ser masculino, eran arrestadas. Nunca se habían atrevido a contravenir las instrucciones de la policía, pero aquel día fue distinto. De pronto, los hombres se negaron a enseñar sus identificaciones y las mujeres no aceptaron que se las llevase aparte a ningún lado. La policía, confusa, no estaba acostumbrado a que se pusiese en duda su autoridad, sobre todo en estos colectivos. Decidió que detendría a todo el mundo e hizo llamar a furgones policiales para arrestos colectivos. “Mi primer miedo fue que me arrestaran. Aunque mi mayor temor era que saliese mi foto al día siguiente en el periódico con el vestido de mi madre”, recordaba Mary Ritter, una joven transexual que aquella noche celebraba su 18 cumpleaños y el fin del instituto. “Yo conocía lo que se contaba que les pasaba a los queer en la prisión... así que imagina”, añadiría.

El local tenía dos salas de baile y se intentó separar a los gays de los transgénero y travestis. Empezó a hacer desfilar a la gente fuera del local a la espera de que llegaran las furgonetas. La sorpresa fue que el boca oreja había hecho que la noticia de la redada corriese por el barrio y ya había más de un centenar de personas observando lo que ocurría y dando ánimos a los que estaban dentro. La policía retrocedió mientras hacia inventario y confiscaba el alcohol. Incluso pretendían llevarse el jukebox que servía de banda sonora. Así que se empezó a dejar marchar a los que no iba a detener. La sensación de injusticia empezó a crecer. ¿Por qué estos sí se podían marchar y los otros no? En lugar de marcharse a su casa, los liberados se quedaron con los recién llegados y la atmósfera de unidad dentro de la comunidad Lgtbi fue in crescendo.

Cuando todavía no eran las dos de la mañana, el arresto de una mujer, que salía esposada del local, provocó las primeras reacciones de rechazo. Ella intentó zafarse, asegurando que las esposas le hacían daño. Un policía la agredió y a partir de aquí los ánimos se descontrolaron. “¡Por qué no hacéis nada!”, gritó a los que miraban la detención. Otro punto de fricción empezó cuando una mujer transvestida agredió con su bolso a un policía que la estaba empujando. “No me toques”, gritaba. La policía, de pronto, ya no era intocable.

Empezaron a volar monedas hacia los policías, después fueron botellas de cerveza, hasta que empezaron a lanzarse contenedores de basura. Los agentes, que todavía no entendían lo que estaba pasando, en inferioridad numérica, no pudieron más que refugiarse en el local y esperar a que llegaran los refuerzos. Pero ya era tarde, un nuevo movimiento había nacido. Por primera vez, la comunidad lgtbi se daba cuenta que, unida, era una fuerza poderosa y podía hacer recular a sus perseguidores. “Creo que todos sentimos de forma colectiva que ya habíamos aguantado suficiente este tipo de humillación. No hubo nada que lo provocase, ninguna acción o palabra, sino una acumulación de mierda que esa noche superó a todos y explotamos. Cada uno de los que estábamos allí sabíamos de forma inconsciente que no había marcha atrás, era el momento de reclamar lo que nos habían negado todo este tiempo... nuestra dignidad”, recordaba el activista Michael Faber.

En aquellos momentos había mucha gente en las inmediaciones de la calle Christoph, donde estaba el Stonewall Inn. Allí estaba, por ejemplo, Holly Woodland, actriz warholiana y la mujer transvestida que inspiró a Lou Reed su “Walk on the wildside”. También estaba el crítico y escritor Edmund White, el músico folk y mentor de Bob Dylan, Dave van Ronk. O artistas como el escultor Martin Boyce, el pintor Richard Segalman, el creador kitch Thomas Lanigan-Schmidt o el escritor John O’Brian. “Los gays nunca habían sido una amenaza para la policía. Se esperaba que fuéramos débiles, incapaces de defendernos. Pero ahí estábamos, peleando y atacándolos”, rememoraba éste.

Además, junto toda aquella confusión, dos mujeres transgénero empezaron a liderar la revuelta, empezando a lanzar ladrillos a los furgones blindados de la policía. Eran la portorriqueña Silvia Riviera y la afroamericana Marcha P. Johnson, amigas desde 1963 y activistas a favor de las mujeres transgénero cuya vida estaba tan al límite que se les llamaba “ratas callejeras” por su capacidad de supervivencia a pesar de todo. “Fue el mejor día de mi vida”, afirmaba Riviera. “Recuerdo ver desfilar a los drags más ostentosos y extravagantes en fila, acercándose al local, gritando todo tipo de cosas. Todo tenía una aureola cargada de energía, en una de las noches más calurosas que recuerdo”, comenta Joey P, uno de los primeros homosexuales que liberaron.

Los cánticos ahora conocidos como “¡Gay power!” empezaron a oírse y el espíritu de fiesta fue creciento, a la par que los roces empezaron a crecer y los nervios sustituyeron a los comentarios jocosos. Cuando llegaron los refuerzos, ya nada era una broma. Las inmediaciones del Stonewall ahora estaban repletos y empezaron a haber las primeras cargas. A las cuatro de la madrugada, la situación estaba controlada, el silencio volvía a imperar en la calle, y la policía había regresado a sus comisarías. 13 personas fueron detenidas, una docena tuvo que ser hospitalizada y cuatro policías fueron heridos. Todo lo que había en Stonewall quedó destrozado, el teléfono público, los lavabos, los espejos, la máquina de tabaco, el jukebox, no se sabe si por los clientes o la propia policía. Y aún así, el local abrió al día siguiente.

Pero el recuerdo de aquella larga noche no paraba de crecer. La prensa informó en primera página de lo sucedido y la noticia se convirtió de interés nacional. Ahora que la comunidad Lgtbi veían lo que podían conseguir juntos, no iban a dar marcha atrás, y aquella misma tarde se inició la primera manifestación por defender sus derechos. “¡Poder gay! No es maravilloso... ya era hora de que hiciésemos algo para darnos valor”, dijo el poeta beat Allan Ginsberg, que vivía en la misma calle de Stonewall. Aquella noche, él no había estado, pero sí fue al día siguiente. “Los chicos eran tan hermosos, Habían perdido la mirada herida que todos los maricones teníamos hace diez años”, afirmó.

Cada día hasta el 3 de julio se reprodujeron este tipo de protestas, hasta que empezó a tener eco en otras ciudades americanas. Más de 50 años después, su alcance es ahora universal y cada 28 de junio se celebra el día del orgullo gay para no olvidarlo nunca.