Nueva York

Así nacieron las “fake news”: El día en el que se escaparon los animales del zoo de Nueva York

Una noticia provocó una de las mayores olas de pánico que ha conocido la ciudad en su historia

Una imagen actual del zoo de Central Park
Una imagen actual del zoo de Central ParkWikipedia

Estamos en Nueva York. Es el 9 de noviembre de 1874 y nos disponemos a leer el periódico con tranquilidad. Queremos saber cuál es la última equivocación del periódico de turno, qué ha ocurrido en alguna de las calles de la gran ciudad, algún resultado deportivo... Lo que es habitual en un periódico estadounidense de la segunda mitad del siglo XIX. Pero ese día muchos temblaron al abrir el diario y encontrarse una noticia alarmante. Eso mismo le pasó al editor James Gordon Bennett cuando sus ojos se quedaron fijados en una de las informaciones de su diario “The New York Herald”. A cinco columnas se contaba que se habían fugado los animales del zoológico neoyorquino en Central Park. El resultado de ese desastre eran 49 muertos y 200 heridos al cierre de la edición. Un desastre.

El periódico tenía mucha credibilidad entre sus lectores. Había logrado algunas grandes proezas, como financiar la expedición de Henry Stanley para lograr localizar al doctor David Linvingstone perdido en el corazón de África. Ahora se marcaba una nueva exclusiva porque informaba de un suceso que nadie conocía. ¿Los animales del zoo estaban merodeando por las calles de Nueva York? En portada se llegaba a decir que un león se había perdido en el interior de una iglesia. El propio gobernador Dix se había visto obligado a coger un rifle y disparar a un tigre de bengala. En una nota se indicaba un aviso del Ayuntamiento de Nueva York: “Todos los ciudadanos, excepto los miembros de la Guardia Nacional, tienen la obligación de permanecer dentro de sus casas o residencias hasta que los animales salvajes ahora en libertad sean capturados o asesinados. La notificación de la liberación de esta orden se difundirá mediante el disparo de cañones en City Hall Park, Tompkins Square, Madison Square, The Round y en Macomb’s Dam Bridge. La obediencia a esta orden asegurará un rápido fin al estado de sitio ocasionado por la calamidad de esta noche. Se abrirá una cuenta en el Ayuntamiento de la ciudad de Nueva York para contribuciones a los enfermos”. El periódico acusaba a uno de los cuidadores del zoo, Chris Anderson, había sido poco cuidadoso con los rinocerontes. La respuesta fue una revolución animal.

La ciudad entró en pánico, especialmente en el caso de aquellos que no llegaron al final del artículo. Allí, en letra pequeña, se decía que “toda la historia dada aquí arriba es pura invención”. ¿Cómo es posible haya publicado algo así y a espaldas de su propio editor? La respuesta hay que encontrarla en el reportero que se ocupó de la información. Se llamaba Thomas Connery y era el encargado de las noticias locales.

Unos días antes de que estallara el escándalo, Connery había pasado una mañana en el zoo. No es que buscara una noticia, pero pensaba que a lo mejor una crónica sobre los animales podría salvarle una página. Lo que se encontró le sorprendió muchísimo. Los animales estaban cuidados en pésimas condiciones. “Aquello no era un zoo sino un circo”, diría el periodista después de ver, por ejemplo, como los empleados dañaban a los rinocerontes a base de golpes. Aquello era peligroso tanto para los bestias del parque como para el público.

Connery trató de convencer a su jefe Bennet con un artículo de denuncia en el que se fijara en letras de molde aquel esperpento que se vivía en Central Park. Bennet se lo quitó de encima otorgándole dos pequeñas columnas perdidas en el interior del periódico. Eso no le interesaba a nadie. No era noticia. Todo eso cambió el 9 de noviembre cuando los vendedores de “The New York Herald” empezaron a gritar por las calles la noticia: Los animales del zoo estaban provocando numerosos muertos en la ciudad. “Un sábado impactante. Carnaval de muerte”, decían los titulares.

Las cosas se pusieron feas. El editor del “New York Times”, el periódico rival, se presentó en las oficinas de la policía neoyorquina exigiendo una explicación por no haber tenido esa noticia. George Hosmer, el corresponsal bélico del Herald, llegó a la redacción vestido de cazador para poder disparar contra los leones , los tigres o los rinocerontes que se pasearan por la Quinta Avenida. Muchos ciudadanos pidieron poder pasar la noche en los calabozos de las comisarías porque pensaban que aquel sería el lugar donde estarían más a salvo.

Las cosas fueron volviendo poco a poco a la normalidad cuando algunos lectores llegaban al final del artículo. Connery admitiría mucho tiempo después, en un artículo en “Harper’s Weekly” en 1893, ser el autor de aquella noticia falsa. No fue despedido del Herald. Al contrario, se le vio como un héroe. Aquel 9 de noviembre de 1874 las ventas se dispararon. Su editor, James Gordon Bennett, lo premió con un bono por aquel éxito sin precedentes en el mundo del periodismo neoyorquino. Sí, ese día nacieron las “fake news”.